—¿Cómo vas a permitirlo si simplemente no te has puesto a conversar con ninguna? Para conocerlas tendrías que acercarte a ellas y dialogar —le reprocha Cirice como si la única forma en la que ella pudiera descansar es deshaciéndose del príncipe. —¡Claro que he dialogado con ellas y con sus padres! Solo hablan de propiedades, dinero y negocios. Ninguna ha parecido tener afinidad por algo, tocar algún instrumento, compartir algún gusto… ¿Entiendes lo frustrante que es eso? —Seamos sinceros, esa información no depende de ellas. Los padres son los que guían la conversación. Tendrías que darte el tiempo de tomar a una de la mano, la que más te guste y llevarla a un lugar apartado de sus padres, tal vez a algún balcón, y por fin hablar de forma más tranquila y personal. —Mientras la sirena decía eso, paseaba su mirada entre todas las señoritas que se veían ansiosas por tener un poco de la atención del apuesto príncipe. —Creo que tienes razón. Cirice voltea sorprendida hacia el príncipe,
—Que grandísimo hijo de puta… ¿Tu madre no te enseñó a respetar? Cada palabra taladraba en los oídos de la sirena mientras podía sentirse más liviana. El peso del hombre ya no hacía presión sobre ella y podía respirar mejor. La oscuridad retrocedía lentamente mientras ella volteaba su rostro hacia donde creía escuchar el ruido. Podía ver a Tavernier en el suelo, enredado en sus pantalones, con el miembro colgando, flácido y asqueroso mientras que un hombre alto que no alcanzaba a distinguir estaba plantado frente a él. El joyero se escondía detrás de sus manos y brazos, asustado, pidiendo discreción y piedad, pero ambas palabras no tenían un significado para el hombre que vio el horror ante sus ojos. Bajó las manos del joyero y con un solo golpe bien centrado en el rostro de Tavernier lo dejó inconsciente, recargado en el barandal del balcón, donde lentamente se escurrió hacia un lado mientras su boca sacaba hilos rojos. Todo pasaba en cámara lenta, la sirena aún se sentía asfixi
—Entendí, mi señor… Lo entendí perfectamente. —Bajando la cabeza y con la cola entre las patas, sale de ahí Tavernier. Parece que el golpe que le dio Morgan es suficiente para hacerlo caminar de forma incoordinada. —No hay nada que ver aquí, ¿entendido? La fiesta ha terminado —dice el príncipe y la gente poco a poco empieza a dispersarse. —¡Mi niña! —Entra corriendo la ama de llaves hacia la sirena. Se sienta a su lado y revisa su rostro como si a través de sus ojos pudiera saber cómo está, mientras que Bradley entra algo tomado y le da unos golpes en el brazo a Morgan lleno de orgullo. —¡Duncan! ¡Qué caballero! ¡Todo un héroe! —dice con la voz arrastrada y la nariz roja por el alcohol. —Exageras, Bradley. —Morgan le responde con una sonrisa, divertido por ver al mercader de aspecto bonachón. —No exagera, señor Duncan, salvó a la señorita Ariel y siempre le estaré agradecido. —El príncipe camina hacia Morgan con compromiso, una mirada llena de seriedad y admiración, en verdad expr
—Tampoco tú lo eres… Si todo esto que estás diciendo solo es para vigilarme y que no me quede con la joya, descuida, no es el plan. Morgan sonríe y acerca su mano hacia la mejilla de Cirice para acariciarla tiernamente, pero de pronto ella reacciona y le lanza una bofetada que nunca llega, con la misma mano que mantenía en su mejilla, la toma por la muñeca, deteniéndola. —Tenemos un trato, confío en ti, Cirice… más de lo que crees. Morgan de nuevo se acerca lentamente, sus labios se muestran tímidos mientras ladea la cabeza sutilmente para acercarse aún más y poder posar su boca sobre la de la sirena, esta vez el beso no la toma por sorpresa, al contrario, lo esperaba con ansias desde que la mirada del pirata bajó hacia sus labios y con la luz de la luna llena que entra por la ventana su beso se vuelve eterno, suave, lleno de matices, sus labios se mueven en la misma sintonía, como si se conocieran desde siempre y anhelaran el volver a estar juntos. La mano libre de Cirice hormiguea
Corrió por las calles hasta llegar a la casa del herrero, entró por la reja principal y atravesó el pequeño jardín delantero ante la mirada sorprendida de los mozos y tocó la puerta insistentemente, de inmediato la ama de llaves abrió y lo vio con sorpresa, pero no era una sorpresa positiva, cargada de alegría, más bien era el rostro de alguien que sabe qué clase de tormenta se piensa desatar en ese momento, alguien que puede predecir claramente la catástrofe que se avecina. Sin esperar a que la mujer le permitiera entrar, Morgan se abrió paso haciéndola hacia un lado al mismo tiempo que gritaba el nombre de su amada—. ¡Caroline! ¡Caroline! —Volteaba en todas direcciones esperando verla saliendo de cualquier pasillo o bajando las escaleras. Estaba desesperado por volver a verla, por estrecharla con cariño entre sus brazos, pero al primero al que vio fue a su padre, ese hombre tosco con las manos curtidas y un carácter de los mil demonios además de sobreprotector. —Regresaste… pirata.
—No me era tan fácil poder comunicarme. Creí que me esperarías, creí que tu amor por mí sería más fuerte y que no te dejarías envenenar por las palabras de tu padre ni sus pretensiones —dijo el pirata con el corazón roto. —Vete de una vez Morgan, ya no tienes nada aquí. —El señor Sayer preocupado por su hija intentó acercarse, tal vez ponerse de por medio entre los dos, como forma de protegerla, pero antes de poder dar el primer paso, Morgan sacó una de sus espadas y la punta la recargó en la garganta del hombre frenando sus intenciones. —¡Morgan! —Por fin, después un periodo muy largo de tiempo, Caroline volvía a pronunciar el nombre de quien alguna vez amó, pero esta vez lo hacía con terror. —Todo lo hice por ti, por nosotros, para estar mejor, pero ya veo que te olvidaste de mí muy rápido —dice con el corazón herido y el dolor viajando por sus venas. —Yo te respeté y mantuve tu imagen como mi único estandarte, sin traicionarte y haciendo todo por ti y para ti, y regreso aquí y m
Bonny nunca ha sido despreciada, ella es quien decide dónde y cuándo. Ella es quien decide parar, no ellos, ningún hombre la había dejado así y sabiendo la rectitud de Morgan se sintió triunfal cuando por fin pudo llevárselo a la cama, de cierta forma esperaba poder enamorarlo, que tal vez un día despertaran después de una noche de pasión y Morgan pudiera darse cuenta de la clase de mujer que es, que la pudiera valorar, y que se enamorara de ella, de su belleza y de su fuerza, de su determinación, después de todo… ¿Cuántas mujeres eran piratas? Peleaba a su lado, dejaba todo en las batallas, nunca corría, merecía respeto y tal vez con suerte, Morgan pudiera volverse ese hombre que la acompañara. Tenían todo en común, se dedicaban a lo mismo y ambos habían sido desafortunados en el amor, pero ahora las cosas cambiaban. Después de tanto tiempo en las sábanas del pirata, cuando más cerca sentía el éxito aparecía esta nueva mujer que sin conocerlo tan bien como ella, sin en verdad esfo
Las últimas burbujas de aire salían de su boca y no tenía tiempo que perder, así que una pequeña y ligera corriente salió de su boca hacia el rostro de Cirice, esta chocó contra él, era de un color rojizo y morado y perturbaba el agua de alrededor, entró por la nariz y boca de la sirena, viajó por su cuerpo recorriendo cada célula y regresándole la energía que necesitaba.Lentamente el cuerpo de la sirena empezó a cambiar, sus piernas generaron escamas que parecían nacer de cada poro, como si hubieran estado escondidas ahí todo este tiempo mientras que ambos miembros se funcionaban, adhiriéndose lentamente y perdiendo la forma de piernas al igual que los huesos de sus pies tronaban, se rompían y desaparecían. Parecía algo doloroso con el simple hecho de escuchar cada crujido, pero la inconsciencia de la sirena facilitaba que no se retorciera de dolor; la hechicera repitió el ritual, mordió de nuevo el corazón, lo masticó con más agrado y de nuevo sopló hacia la sirena haciendo que es