32.
—Que grandísimo hijo de puta… ¿Tu madre no te enseñó a respetar?

Cada palabra taladraba en los oídos de la sirena mientras podía sentirse más liviana. El peso del hombre ya no hacía presión sobre ella y podía respirar mejor. La oscuridad retrocedía lentamente mientras ella volteaba su rostro hacia donde creía escuchar el ruido.

Podía ver a Tavernier en el suelo, enredado en sus pantalones, con el miembro colgando, flácido y asqueroso mientras que un hombre alto que no alcanzaba a distinguir estaba plantado frente a él. El joyero se escondía detrás de sus manos y brazos, asustado, pidiendo discreción y piedad, pero ambas palabras no tenían un significado para el hombre que vio el horror ante sus ojos.

Bajó las manos del joyero y con un solo golpe bien centrado en el rostro de Tavernier lo dejó inconsciente, recargado en el barandal del balcón, donde lentamente se escurrió hacia un lado mientras su boca sacaba hilos rojos.

Todo pasaba en cámara lenta, la sirena aún se sentía asfixi
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