35.
Corrió por las calles hasta llegar a la casa del herrero, entró por la reja principal y atravesó el pequeño jardín delantero ante la mirada sorprendida de los mozos y tocó la puerta insistentemente, de inmediato la ama de llaves abrió y lo vio con sorpresa, pero no era una sorpresa positiva, cargada de alegría, más bien era el rostro de alguien que sabe qué clase de tormenta se piensa desatar en ese momento, alguien que puede predecir claramente la catástrofe que se avecina.

Sin esperar a que la mujer le permitiera entrar, Morgan se abrió paso haciéndola hacia un lado al mismo tiempo que gritaba el nombre de su amada—. ¡Caroline! ¡Caroline! —Volteaba en todas direcciones esperando verla saliendo de cualquier pasillo o bajando las escaleras. Estaba desesperado por volver a verla, por estrecharla con cariño entre sus brazos, pero al primero al que vio fue a su padre, ese hombre tosco con las manos curtidas y un carácter de los mil demonios además de sobreprotector.

—Regresaste… pirata.
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