¿Conoces la historia de «La sirenita»? Sí… esa que habla de una sirena joven y enamorada, que lo tenía todo. Tenía un padre complaciente, pero con mano firme que gobernaba con puño de hierro y sabiduría el fondo del océano. Era un rey piadoso y justo, pero tampoco era alguien que dejara al azar las cosas. Todos lo amaban y lo respetaban, lo único malo es que tenía una hija bastante testaruda y rebelde, por no decir estúpida y malcriada. La juventud la hacía creerse indestructible y, sobre todo, la hacía sentir que tenía la razón en todo lo que ella decidiera. Si han oído la historia sabrán al punto al que voy. La sirena se enamoró de un príncipe: era guapo, joven, ojos radiantes y una belleza que atrapaba a cualquiera. Lo conoció en un barco a mitad de una tormenta. En ese entonces los humanos no conocían mucho sobre lo caprichoso que puede volverse el mar cuando lo desea y claro, aparte de eso, la joven sirena había faltado a sus deberes para cubrir su necesidad de ver el mundo terre
El tiempo pasó y la sirena en vez de lograr enamorar al príncipe solo lo aburría. Al principio era gracioso ver a una mujer sin pasado, sin voz y que no entendía nada, no sabía comer con cubiertos, no sabía vestirse, no sabía ni caminar. Se convirtió en la mascota de la realeza, cuidada por unos, siendo la burla de otros, pero manteniéndose siempre fiel y devota a su príncipe que no era capaz de verla de la forma que ella esperaba. El tiempo pasó y el príncipe terminó dejando atrás su sueño de encontrar a la sirena y se casó con otra mujer y no, no era la bruja. La bruja, aunque era vieja, aún conservaba su belleza y juventud, era parte de su naturaleza, pero aun así nunca estuvo en sus planes entrometerse en el camino de la sirena, ya suficiente había hecho. Ella no solo era poderosa, había vivido por años en el castillo donde estaba al resto de la nobleza, había sido escogida como la hechicera del rey por sus poderes que rebasaban al de cualquier otro en el reino y era sabia, era
La mujer de sus sueños estaba delante de él, lo malo es que ella siempre lo había estado y se había cansado de esperar a que se diera cuenta. La tomó por el rostro y se acercó para besarla; la sirena recibió el beso, pero ya no era el momento, los labios que tanto había anhelado tenían un sabor ácido, se movían desagradablemente sobre los de ella generándole asco y mientras él cerraba los ojos y llenaba su pecho de emoción este era atravesado por la daga de la sirena, sin remordimiento, sin piedad. El príncipe abrió sus ojos con sorpresa y se separó de ella dejándole un sabor a metal en la boca, producto de su propia sangre, sin poder entender lo que ocurría vio la daga clavada en su pecho y se recostó con cuidado antes de que la sirena la sacara y la volviera a encajar una y otra vez hasta que el hombre dejó de respirar. Abrió su pecho y metió su mano para obtener lo que tanto buscaba, lo que desde un principio buscó y no obtuvo por las buenas ahora lo estaba arrancando de raíz y s
Lo que la hechicera jamás esperó, lo que nunca creyó que sería posible estaba pasando en ese momento, los labios suaves del príncipe se fundieron con los de ella. Eran más suaves de lo que había imaginado, su saliva era dulce como la miel y de un momento a otro se encontraba en sus brazos, aferrada al torso del príncipe disfrutando de ese beso lleno de furia, de pasión que jamás creyó recibir, callando todas esas voces en su cabeza que le gritaban que era una mala idea, pero era algo tan placentero que valía la pena simplemente ignorarlas y dejar que continuara. —¿Entonces? ¿Me ayudarás? —El príncipe pronunció esas preguntas contra los labios de la hechicera quien rápidamente volvió a abrir sus ojos recordando la peligrosa petición. —Mi señor, si algo le pasa allá arriba la única culpable seré yo por haberlo permitido, lo que me pide es imposible. —La hechicera tuvo que retroceder, salir de esa jaula de oro tan cómoda que significaba el abrazo del príncipe y retroceder. Su cuerpo d
—Aprendí muchas cosas allá arriba… Disfruté inmensamente, no sabes cuánto. —El príncipe se acerca lentamente hacia la hechicera haciendo que esta tiemble no solo de atracción, también con terror—, pero con lo que me quedé fue que… no es mi lugar, ese no es mi sitio… —La mano del príncipe se posó sobre la mejilla de la hechicera y su dedo pulgar acarició sus labios suavemente—. Mi sitio está contigo hechicera, en tu boca.Con esa última frase, el príncipe se arrojó sobre ella, presionó su cuerpo contra el suyo hasta atraparla contra la pared en un beso feroz, anhelante, deseoso, un beso que por un momento logró arrancarle todo el dolor y la angustia del pecho a la hechicera, la hizo olvidar todo, cada recuerdo se iba presentando en su mente y era descartado como basura hasta que uno se clavó con fuerza, aferrándose a no extinguirse, ese recuerdo donde el príncipe caminaba con una doncella por la playa, cayendo encima de la hechicera como agua helada logrando que tuviera fuerzas para ale
El asombro en los ojos de los marineros que la rodean se vuelve más grande al ver como se empieza a sumergir en el mar sin que este la regrese a la playa de forma violenta, como si permitiera que se adentrara cada vez más en él, siendo un motivo más por el que prefieren mantener su distancia, por precaución. Köpek es un hombre muy alto, con una estatura de 1.95 y no solo lo ven por eso, su cabello negro y su piel blanca contrastan de forma llamativa. para un marinero es imposible tener la piel tan blanca, pero en el caso de él es imposible que no fuera de otra forma y si lo ves directo a los ojos te sientes succionado por un par de hoyos negros, su mirada es fría, pesada, intimida a cualquiera que intente enfrentarlo. Su rostro al igual que el resto de su cuerpo tiene marcas, cicatrices de batallas pasadas, su ojo izquierdo es atravesado por una línea que empieza en la frente y termina en el pómulo, sin hablar de la cicatriz que atraviesa su boca de lado derecho. Su andar es pesado,
—Quiero creer que en un futuro a la gente no le importará que dos hombres muestren su amor en público. Seamos sinceros, hay muchos marineros que no les gustan las mujeres —dice Cooper divertido viendo a todos esos borrachos a su alrededor.Köpek simplemente decide voltear hacia otro lado, ignorando lo que para él considera un tema desagradable y más para hablar con ella. —Además también tengo fe en que en el futuro una mujer pueda vestirse de hombre y no sea mal vista. —Cooper dispuesto a voltear el juego y ahora ser quien molesta al viejo tiburón se para frente a él con los brazos cruzados y analizando el rostro de su molesto compañero.—Es antinatural. —Con esa única respuesta, Köpek cree que puede dar por finalizada la conversación y ser el vencedor.—¿En serio? ¿Me lo dice el tiburón hecho humano? —Con esa pregunta le quita la victoria a Köpek, dejándolo sin palabras. Todos saben que en este tipo de discusiones pierde el que se queda sin algo bueno que decir. El silencio entre am
El camino se vuelve silencioso, Köpek no es alguien muy parlanchín, por lo general se pasa escuchando la palabrería de Cooper, pero esta vez se mantiene en silencio. Llegan a la playa y ven a lo lejos el navío de Hornigold, en la proa alcanzan a ver un hombre alto, tal vez no tan alto como Köpek, pero si lo suficiente para llamar su atención. Su piel bronceada por el sol y sus cabellos rubios son lo primero que percibe Cooper a la distancia, su andar es confiado y ve al mar con devoción. ¿Será ese tal Morgan? Sigue su camino recorriendo la playa, evitando chocar con los marineros que están en un vaivén eterno entre llevar y traer cosas de los barcos. Más allá del puerto donde un montículo de rocas hace difícil continuar con su camino, un pequeño arco de piedra se forma de la punta y baja hacia el agua, como un enorme brazo que sujeta la isla al mar. Cooper pasa pegado a las rocas, pasando por el estrecho camino de arena rodeando las piedras y ahí, del otro lado, en una cueva natural