El tiempo pasó y la sirena en vez de lograr enamorar al príncipe solo lo aburría. Al principio era gracioso ver a una mujer sin pasado, sin voz y que no entendía nada, no sabía comer con cubiertos, no sabía vestirse, no sabía ni caminar. Se convirtió en la mascota de la realeza, cuidada por unos, siendo la burla de otros, pero manteniéndose siempre fiel y devota a su príncipe que no era capaz de verla de la forma que ella esperaba.
El tiempo pasó y el príncipe terminó dejando atrás su sueño de encontrar a la sirena y se casó con otra mujer y no, no era la bruja. La bruja, aunque era vieja, aún conservaba su belleza y juventud, era parte de su naturaleza, pero aun así nunca estuvo en sus planes entrometerse en el camino de la sirena, ya suficiente había hecho.
Ella no solo era poderosa, había vivido por años en el castillo donde estaba al resto de la nobleza, había sido escogida como la hechicera del rey por sus poderes que rebasaban al de cualquier otro en el reino y era sabia, era una gran consejera para el tritón, pero su sabiduría iba muy de la mano con sus intereses y su astucia o por lo menos eso era lo que se decía en el reino, lo cual la llevó a ser desterrada, exiliada, pero ningún castigo le quitó su sabiduría, al contrario, cada tropiezo se volvió una lección y la guardó muy profundamente en su mente y en su corazón.
En este caso ella bien sabía que era cuestión de tiempo para que la sirena fallara, eso pasa cuando dejas de ser quién eres por conseguir el amor de un hombre, pierdes al hombre y te pierdes a ti misma.
El día de la boda, aunque la sirena estaba invitada a presenciar el final de su vida, decidió no acudir, dejó que el barco nupcial se fuera con el hombre que amaba mientras el sol se escondía hundiéndose en el mar. Sabía que ya no tenía otra oportunidad, que el amor se había ido de sus manos y no solo eso, su familia, sus amigos, su vida debajo del agua se habían ido junto con él; ahora las piernas que al principio se le habían hecho hermosas aunque dolorosas eran una carga en su corazón que pronto se disiparía al morir, dejaría su dolor atrás y sin pensarlo ni un segundo se aventó al mar, esperando que su cuerpo se disolviera al igual que su dolor y sus problemas, pero por el contrario, el destino le dio una segunda oportunidad.
—Pobre niña… Tan tonta para confiar en los humanos, destructores de ecosistemas y de especies. —La voz de la hechicera rompió el silencio.
Era una cecaelia, una criatura que de la cintura para arriba era una mujer, con piel sutilmente azulada, ojos grises y cabellos plateados, demasiado hermosa, pero no lo suficiente para ignorar lo que había de su cintura para abajo: ocho tentáculos fuertes y largos, muy largos, a veces si no prestabas atención parecía que se disolvían en el agua, formando parte del mar como si ella solo fuera una extensión de él y esa característica se volvía cada vez más notoria conforme descendías más hacia las profundidades, sus extremidades eran de un color azul más fuerte que el de su piel, se tornaban negras hacia las puntas y se movían de forma desagradable alrededor de ella, sujetando a la sirena ahora humana ante sus ojos con tristeza, conteniendo con ellos su vida, evitando que se diluyera en el agua y desapareciera.
—¿Aprendiste tu lección, «sirenita»? ¿Entendiste? —añadió con curiosidad.
La sirena solo bajaba la mirada con tristeza, esperando que la hechicera simplemente dejara que todo continuara y poder morir lo más pronto posible.
—Pequeña… Ya nada te espera allá abajo, nadie podrá venir a salvarte, ni siquiera tu padre, él murió hace mucho, de tristeza.
La noticia hizo despertar de nuevo el interés de la sirena, era como si la hechicera no pensara que la tristeza que ya cargaba en su corazón fuera suficiente y deseara agregar un poco más de dolor, si iba a dejar ese mundo, que lo dejara sumida en la miseria total.
—Murió de dolor al saber de su pequeña e indefensa niña perdida. Te buscó en cada océano, te buscó en cada recoveco, incluso fue a mí, pidió mi ayuda, pero… mi lealtad estaba hacia ti y hacia nuestro trato, trato qué tú quisiste, tú aceptaste y firmaste. ¿Recuerdas? ¡Vamos! ¡No me veas así! Todo esto es tu culpa.
La sirena solo cerraba los ojos y quería cerrar sus oídos, dejar de escuchar a la bruja, lo cual no parecería tan difícil debajo del agua, lo que no muchos saben es que a veces debajo del agua se escucha mil veces mejor, como si esta fuera capaz de transmitir el sonido a forma que no solo lo percibes en tus oídos sino también puedes sentir cada palabra chocando con tu piel, así que la hechicera prosiguió sin darle cuartel.
—Tú padre se deterioró y ya sabes… Los enemigos que nunca faltan terminaron con el decrépito rey. Fue tan triste… incluso para mí. Siendo la hechicera rechazada y desterrada por él. —La hechicera se acercó un poco más a la sirena para poder ver sus hermosos ojos turquesa—. Todo por culpa de ese humano, por ese capricho tuyo y ahora… él está feliz allá arriba, celebrando sus nupcias con la humana que él creyó correcta. Lo dejaste todo y así te paga. ¿Crees que es justo? ¿Crees que está bien que tú estés aquí acabando con tu vida mientras él está allá feliz de iniciar la suya con esa mujer? ¿En verdad se lo merece?
El odio y el rencor empezó a corromper el corazón de la sirena dándose cuenta de que era mejor sentir coraje y enojo a tristeza y autocompasión. El cambio de actitud lo notó la hechicera viendo que el sentimiento se apoderaba de los ojos de la pequeña. Saco el caracol donde aprisionaba la voz de la sirena y lo rompió frente a ella, ofreciéndole su voz de regreso, queriendo escuchar de su propia boca su sentir.
—Te doy la opción de cobrar venganza. Dame su alma en vez de la tuya, entrégamelo a él.
La sonrisa malévola de la hechicera no causó miedo en ella, al contrario, por un momento empezó a considerar que sería un trato muy justo. La hechicera sacó una pequeña daga, vieja y oxidada, un recuerdo de algún barco hundido y se la entregó a la sirena.
—¿Qué dices cariño?
Sin dudarlo la sirena tomó la daga mientras que detrás de la hechicera aparecía un enorme tiburón blanco, nadando tranquilamente con esos ojos negros y vacíos, sin alma, su carne llena de lesiones, cicatrices ya curadas de enfrentamientos pasados.
—Él te llevará al barco, entra ahí y arráncale el corazón a ese despreciable príncipe, con el me entregarás su alma y renegociaremos tu contrato. Tal vez aún puedas salvar algo.
—Así lo haré. —La voz anestesiada de la sirena salió de nuevo de su garganta, pero esta vez no sonaba dulce ni melódica, estaba cargada de dolor, de arrepentimiento, pero sobre todo de venganza.
La sirena con temor de recibir una mordida de la bestia gris que nadaba a su alrededor se acercó lentamente y lo tomó por la aleta dorsal, el animal de inmediato la llevó hacia la superficie y sin salir más que la aleta de la que iba sujeta, la sirena y la bestia emprendieron el viaje.
El tiburón nadó con velocidad, tanta que la sirena tenía que aferrarse con fuerza. Llegando al borde del barco se sujetó del ancla que lo mantenía estático y subió lentamente por ella, sosteniendo el cuchillo en su boca mientras con sus manos se esforzaba por trepar. Solo un par de marineros borrachos intentando hacer su labor como vigías permanecían en la cubierta, nada que no pudiera sortear.
Con paso firme y apretando en una mano la daga, llegó hasta la recamara nupcial donde el príncipe dormía plácidamente, revuelto en las sábanas, solo, aparentemente su esposa había salido después de consumar un momento de pasión, el inicio de su luna de miel y era el momento perfecto para cumplir su cometido. Se acercó lentamente y se sentó a su lado en la cama, lo vio por un momento como aquella vez en la playa, vulnerable y encantador, acarició su rostro con tristeza, pero no por él sino por ella, por todo lo que había perdido para estar a su lado. De pronto los ojos del príncipe se abrieron de sorpresa y al verla intentó incorporarse.
—¿Qué haces aquí? Creí que te habías quedado en el castillo, estás empapada —le dijo a la sirena confiando en que no era de peligro, solo es la muda loca del castillo que un día se encontró en la playa vagando.
—Perdí todo por ti… Lo dejé todo… Que grave error confiar en un humano.
El príncipe al escuchar por fin la voz de ella recordó los cantos que escuchó en la playa aquella vez. Era ella, ella era la mujer que lo había cuidado y estuvo todo ese tiempo a su lado, la tuvo frente a él y nunca se dio cuenta.
—¡Hablas! ¡Estás hablando! ¡Eres tú… Esa mujer! —Por fin los ojos del príncipe la veían con ese sentimiento que ella siempre buscó cultivar en él. Estaba fascinado y sonreía de oreja a oreja.
La mujer de sus sueños estaba delante de él, lo malo es que ella siempre lo había estado y se había cansado de esperar a que se diera cuenta. La tomó por el rostro y se acercó para besarla; la sirena recibió el beso, pero ya no era el momento, los labios que tanto había anhelado tenían un sabor ácido, se movían desagradablemente sobre los de ella generándole asco y mientras él cerraba los ojos y llenaba su pecho de emoción este era atravesado por la daga de la sirena, sin remordimiento, sin piedad. El príncipe abrió sus ojos con sorpresa y se separó de ella dejándole un sabor a metal en la boca, producto de su propia sangre, sin poder entender lo que ocurría vio la daga clavada en su pecho y se recostó con cuidado antes de que la sirena la sacara y la volviera a encajar una y otra vez hasta que el hombre dejó de respirar. Abrió su pecho y metió su mano para obtener lo que tanto buscaba, lo que desde un principio buscó y no obtuvo por las buenas ahora lo estaba arrancando de raíz y s
Lo que la hechicera jamás esperó, lo que nunca creyó que sería posible estaba pasando en ese momento, los labios suaves del príncipe se fundieron con los de ella. Eran más suaves de lo que había imaginado, su saliva era dulce como la miel y de un momento a otro se encontraba en sus brazos, aferrada al torso del príncipe disfrutando de ese beso lleno de furia, de pasión que jamás creyó recibir, callando todas esas voces en su cabeza que le gritaban que era una mala idea, pero era algo tan placentero que valía la pena simplemente ignorarlas y dejar que continuara. —¿Entonces? ¿Me ayudarás? —El príncipe pronunció esas preguntas contra los labios de la hechicera quien rápidamente volvió a abrir sus ojos recordando la peligrosa petición. —Mi señor, si algo le pasa allá arriba la única culpable seré yo por haberlo permitido, lo que me pide es imposible. —La hechicera tuvo que retroceder, salir de esa jaula de oro tan cómoda que significaba el abrazo del príncipe y retroceder. Su cuerpo d
—Aprendí muchas cosas allá arriba… Disfruté inmensamente, no sabes cuánto. —El príncipe se acerca lentamente hacia la hechicera haciendo que esta tiemble no solo de atracción, también con terror—, pero con lo que me quedé fue que… no es mi lugar, ese no es mi sitio… —La mano del príncipe se posó sobre la mejilla de la hechicera y su dedo pulgar acarició sus labios suavemente—. Mi sitio está contigo hechicera, en tu boca.Con esa última frase, el príncipe se arrojó sobre ella, presionó su cuerpo contra el suyo hasta atraparla contra la pared en un beso feroz, anhelante, deseoso, un beso que por un momento logró arrancarle todo el dolor y la angustia del pecho a la hechicera, la hizo olvidar todo, cada recuerdo se iba presentando en su mente y era descartado como basura hasta que uno se clavó con fuerza, aferrándose a no extinguirse, ese recuerdo donde el príncipe caminaba con una doncella por la playa, cayendo encima de la hechicera como agua helada logrando que tuviera fuerzas para ale
El asombro en los ojos de los marineros que la rodean se vuelve más grande al ver como se empieza a sumergir en el mar sin que este la regrese a la playa de forma violenta, como si permitiera que se adentrara cada vez más en él, siendo un motivo más por el que prefieren mantener su distancia, por precaución. Köpek es un hombre muy alto, con una estatura de 1.95 y no solo lo ven por eso, su cabello negro y su piel blanca contrastan de forma llamativa. para un marinero es imposible tener la piel tan blanca, pero en el caso de él es imposible que no fuera de otra forma y si lo ves directo a los ojos te sientes succionado por un par de hoyos negros, su mirada es fría, pesada, intimida a cualquiera que intente enfrentarlo. Su rostro al igual que el resto de su cuerpo tiene marcas, cicatrices de batallas pasadas, su ojo izquierdo es atravesado por una línea que empieza en la frente y termina en el pómulo, sin hablar de la cicatriz que atraviesa su boca de lado derecho. Su andar es pesado,
—Quiero creer que en un futuro a la gente no le importará que dos hombres muestren su amor en público. Seamos sinceros, hay muchos marineros que no les gustan las mujeres —dice Cooper divertido viendo a todos esos borrachos a su alrededor.Köpek simplemente decide voltear hacia otro lado, ignorando lo que para él considera un tema desagradable y más para hablar con ella. —Además también tengo fe en que en el futuro una mujer pueda vestirse de hombre y no sea mal vista. —Cooper dispuesto a voltear el juego y ahora ser quien molesta al viejo tiburón se para frente a él con los brazos cruzados y analizando el rostro de su molesto compañero.—Es antinatural. —Con esa única respuesta, Köpek cree que puede dar por finalizada la conversación y ser el vencedor.—¿En serio? ¿Me lo dice el tiburón hecho humano? —Con esa pregunta le quita la victoria a Köpek, dejándolo sin palabras. Todos saben que en este tipo de discusiones pierde el que se queda sin algo bueno que decir. El silencio entre am
El camino se vuelve silencioso, Köpek no es alguien muy parlanchín, por lo general se pasa escuchando la palabrería de Cooper, pero esta vez se mantiene en silencio. Llegan a la playa y ven a lo lejos el navío de Hornigold, en la proa alcanzan a ver un hombre alto, tal vez no tan alto como Köpek, pero si lo suficiente para llamar su atención. Su piel bronceada por el sol y sus cabellos rubios son lo primero que percibe Cooper a la distancia, su andar es confiado y ve al mar con devoción. ¿Será ese tal Morgan? Sigue su camino recorriendo la playa, evitando chocar con los marineros que están en un vaivén eterno entre llevar y traer cosas de los barcos. Más allá del puerto donde un montículo de rocas hace difícil continuar con su camino, un pequeño arco de piedra se forma de la punta y baja hacia el agua, como un enorme brazo que sujeta la isla al mar. Cooper pasa pegado a las rocas, pasando por el estrecho camino de arena rodeando las piedras y ahí, del otro lado, en una cueva natural
—El corazón del mar —dice Cirice sin darle muchas vueltas. De forma inconsciente la hechicera se queda petrificada cuando escucha a la sirena pronunciar ese nombre que no había escuchado en años, decide prestarle atención mientras mueve más cosas, aparentando que no es de su interés, por lo menos no del todo. —Hay un bergantín español con un botín muy grande, entre todas las joyas está ese diamante. Hornigold me dijo que está maldito. Un joyero se lo venderá al rey de Francia, pero… no entiendo muchas cosas. —¿Qué no entiendes? —Voltea lentamente Gumbora prestando toda su atención a Cirice, ni siquiera parpadea. —Si es una joya encontrada en la India y será un regalo de un joyero francés a un rey francés… ¿Qué hace en un barco español? —Porque esa joya no es ni francesa ni hindú… esa joya como su nombre lo dice, es el corazón del mar o por lo menos salió de él… Ese joyero o es un ladrón o está haciéndole un favor a cierta familia española. —La hechicera habla de lo que sabe y tie
Cuando pone el primer pie en cubierta nota que está desierta, ni una sola alma haciendo nudos o fregando el suelo, lo cual es demasiado extraño para un barco como este, incluso el vigía está ausente. No es capaz de dar el primer paso cuando el filo de una navaja se pone sobre su garganta obligándolo a levantar el mentón y respirar suavemente, buscando no hacer ningún movimiento brusco que pueda terminar degollándolo. —Y… ¿tú eres? Una voz gruesa choca con su oído, un aliento a alcohol y un pulso firme en la mano armada, nada sirve para poder identificar al hombre. —Es Cooper, no le hagas daño. —Hornigold sale del camarote del capitán extendiendo sus manos con miedo de que el hombre no haga caso y corte el cuello de su aliado. De pronto el hombre que lo tenía amenazado lo suelta y con un empujón lo lanza hacia delante, haciendo que Cooper de un par de pasos trastabillando y logrando erguirse evitando caer. De primera instancia cubre su cuello con la mano como si temiera que en ese