CAPITULO XXIX

Anfisa cerró la puerta de su habitación con cuidado, como si temiera que cualquier sonido rompiera el frágil silencio que la envolvía. Apoyó la espalda contra la madera y dejó escapar un suspiro tembloroso, sintiendo cómo la tensión de la noche comenzaba a desmoronarse en su pecho.

Sus manos se deslizaron por el delicado bordado del vestido que Thomas había elegido para ella, los dedos encontrando los diminutos botones en su espalda. Mientras los desabrochaba uno por uno, las palabras de él regresaban, como un eco persistente que la hacía estremecerse.

“Me vuelves loco, Anfisa.”

El vestido cayó al suelo en un susurro de tela. Anfisa lo dejó allí, sin molestarse en recogerlo, mientras avanzaba hacia el espejo de cuerpo entero frente a la cama. Se miró fijamente, con los brazos cruzados sobre el pecho, como si tratara de protegerse de algo invisible.

«¿Por qué me dijo eso? ¿Qué esperaba que hiciera? ¿Y por qué mi corazón…?»

Se detuvo. Una mano subió lentamente a su cuello, rozando
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