42.

Nos quedamos ahí en silencio, esperando a que Alejandro comenzara su historia. Pero parecía que le costaba arrancar las palabras de su garganta. Kevin me miró, y yo lo miré a él, y esperamos atentamente hasta que, después de un largo minuto, Alejandro habló.

— Girasoles — dijo desde donde estaba. Levantó su camisa y pude ver su torso. Tenía músculos muy definidos, con muchísimos tatuajes. Pero entre ellos, los tatuajes que más destacaban, sin duda, eran los girasoles. Había de muchas formas, de colores, a blanco y negro. Había dejado claro, sin ninguna duda, que era su flor favorita. Pero yo seguía sin entender qué tenía que ver eso con los Montalvo.

— Mi familia siempre cultivó los girasoles — continuó Alejandro — . Teníamos una pequeña empresa. Era muy pequeñita, pero mi mamá siempre tuvo un talento sobrenatural con estas flores. Las vendíamos como decoración y también para aceite. Gran parte de mi niñez la recuerdo corriendo entre los campos de girasoles, observando cómo se movía
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