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Yo siempre había confiado en los instintos de mi madre, en su corazón que siempre le daba la razón. Pocas veces había fallado en su afán de protegerme, y fue muy clara y enfática que debía ir a casa en ese mismo instante.

Quise haberme quedado hablando un poco más con Elisa, haberle preguntado qué era lo que había pasado, porque no recordaba nada, en qué momento habíamos comenzado a beber. Pero la insistencia de mi madre me obligó a tener que irme.

— Siento que los negocios que tenemos entre manos se diluyen como arena entre los dedos — le dije cuando nos estábamos despidiendo para salir del lugar.

Pero ella negó.

— Claro que no. Ahora más que nunca, los negocios tienen que mantenerse. Ya se lo dije, mi empresa necesita de esto, y la suya también. No podemos permitir que nuestros problemas personales nos empujen a tomar decisiones que no son las correctas.

Entonces asentí. No planeamos una nueva cita en ese momento; ya habría tiempo para hablar sobre aquello.

— Vaya rápido a su
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