54.

Entré al cementerio. Ya ni siquiera tenía fuerzas para correr. Caminé despacio por entre el césped y la tierra, y cuando llegué al lugar, caí arrodillado frente a la tumba abierta. Me habían avisado muy tarde.

La tumba de Evangeline ya había sido completamente profanada, y todo por culpa de mi madre, por culpa de su desconfianza, de su deseo de hacer lo que le da la gana sin ninguna consecuencia. Pero no esta vez. Esta vez sí tendría consecuencias. Ella tendría que pagar por lo que hizo. ¿Cómo se le ocurría algo como eso? ¿Algo tan podrido e inhumano?

Toda la vida habíamos hecho de la vida de Evangeline un infierno, y ahora ahí estábamos, ni siquiera diez años después de su muerte, sin poder dejarla en paz. Desde el más allá, debería estar odiándonos. Desde el más allá, debería estar torturándonos. Debería odiarnos incluso más de lo que ya debía hacerlo cuando estaba viva.

Tomé un puñado de tierra mientras me ponía de pie y lo lancé despacio al agujero donde antes había estado el cuer
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