62.

Me quedé ahí sobre Nicolás, observándolo, con nuestras respiraciones aún aceleradas, con su hombría aún dentro de mí. Pude notar cómo me miró directo a los ojos, con una sonrisa en la mejilla, ligeramente divertido. Pero pude ver algo en su expresión, algo que me preocupó. Era diferente, difícil de expresar.

— ¿Estás bien? — me preguntó, seguramente al verme tan pensativa.

— Claro que sí, estoy bien. No pasa nada, solo estoy un poco cansada — respondí.

Me bajé de encima de él, saliendo de mi interior. Lo miré una última vez y me acosté de lado. Nuestros hombros se juntaron. Nos quedamos observando el candelabro que se mecía sobre el techo de la habitación debido a las olas del mar. Ninguno dijo nada en un largo rato. ¿Qué podríamos decir? Ya todo estaba dicho, ya todo estaba hecho.

— ¿Crees que sea suficiente? — me preguntó él — . ¿Crees que ahora sea suficiente para que nuestras emociones se detengan un poco y podamos hacer negocios? Los negocios que tenemos pendientes.

Yo asentí.
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