63.

No podía ser. Definitivamente, no podía ser. El corazón me latió con fuerza en los oídos mientras caminaba hacia mi auto, mientras apretaba con fuerza las llaves en mi mano. Cuando entré, no encendí el motor.

Me quedé ahí, pensativo, observando mi propio reflejo en el retrovisor. No podía ser una coincidencia. Tenía que ser ella. Tenía que ser Evangeline. Ya la había tenido entre mis brazos tantas veces. Era imposible para mí no reconocerla, no reconocer su aroma, no reconocer su esencia, no reconocer sus movimientos, sus gemidos.

Ni siquiera supe cómo tuve la fortaleza para seguir enfrentando todo desde el momento en el que fui consciente. Pero no, no podía ser Evangeline, porque Evangeline había muerto. Estaba muerta. ¿No era así? Claro que sí, ella tenía que estar muerta.

Los forenses habían dicho que su cuerpo había sido calcinado, que el fuego la había consumido hasta el carbón.

Metí la mano dentro de mi camisa y apreté con fuerza el collar metálico con su nombre. Por eso había c
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