61.

Nos supimos perdidos en ese momento, los dos. En el momento en que el placer que producía la boca de Nicolás en mí me hizo girar la cabeza hacia atrás y gemir, supe que no había marcha atrás. Y yo no quería que la hubiera. No quería ninguna marcha atrás. Quería enfrentar aquello sin importarme las consecuencias. Estaba segura de todos los reproches que me harían si se llegase a enterar. Que no tenía dignidad, que ya era tiempo de dejar atrás un amor que solo me había hecho daño. Tal vez tenían razón, pero ¿qué importaba? Estaba cumpliendo un sueño, una fantasía con la que había soñado muchas veces. Y ahí estaba, para mí, nuevamente. Era mía, y no la desaprovecharía.

Cuando estaba casada con Nicolás, antes de toda la tragedia, él llegaba en las noches en busca del heredero que necesitaba la familia. Jamás nos permitimos experimentar demasiado. Nicolás siempre iba conciso y al grano. Aunque nunca fue un mal amante, tampoco había necesidad de ir más allá, de explorar nada más. Su misión
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