A pesar de que llevaba muchísimos años sin interactuar demasiado con Nicolás, Kevin tenía razón: había algo extraño en su voz. Algo había pasado. Se notaba su urgencia, su necesidad por concretar el trato de una vez por todas. Además, ¿qué era lo que había hecho su madre para evitar su firma? ¿De qué estaba hablando? También quería emprender acciones legales contra ella, algo bastante extraño a mi parecer. Nicolás siempre había hecho lo que la mujer ordenaba. Claro que a mí me enojaba muchísimo.Pero ahora, después de tantos años, parecía que comenzaba a librarse de aquella presión que ejercía su madre sobre él. Al parecer, ya se había acabado aquello. Y, a pesar de todo, yo me sentí muy feliz por Nicolás, porque aquella mujer siempre había estado ahí en su vida. Siempre, siempre había tomado decisiones por él, y Nicolás nunca había hecho nada al respecto por el respeto que su padre le había inculcado, que debía tenerle a su madre. Era una mujer que estaba acostumbrada a hacer siempre
Pude notar que Nicolás estaba diferente. Se veía más cansado, agotado, como si algo lo tuviera despierto desde la madrugada. Pero yo no me atreví a preguntarle nada. Era mejor guardarme la duda que arriesgarme a desencadenar algo de lo que no pudiera escapar. No pude negar que aquellas situaciones me intimidaban. Al parecer, siempre estaba intimidada cuando se trataba de Nicolás. Aquello comenzaba a aburrirme: estar constantemente a la defensiva, con miedo. Miedo de que me descubriera, de que alguna de mis palabras o mi acento pudieran delatarme. Pero era interesante, y deseé poder acabar con ello lo antes posible. Solo necesitaba acceder a las cámaras de seguridad, limpiar mi nombre. Eso era lo que yo necesitaba, nada más. Solo tenía que hacer tiempo y esperar que aquella cita extraña en aquel barco me diera el tiempo suficiente para conseguirlo. — Estás muy hermosa hoy — me dijo Nicolás, pero no encontré en su tono de voz aquella misma energía halagadora. Lo decía genuinamente. Yo
— ¿Tendremos aquí privacidad? — le pregunté a Nicolás en cuanto él avanzó hacia mí. — Claro que sí — respondió — . Le pediré al capitán que se detenga. Nadie nos va a molestar.Me sentí nerviosa, pero al mismo tiempo llena de morbo y deseo. ¿Por qué me engañaba a mí misma de esa forma? ¿Esperaba qué? Claro que quería hacerlo. Quería acostarme con Nicolás, quería sentirlo una vez más, así fuera por última vez. A pesar de todo el daño que me hizo, a pesar de todo lo que sufrí a su lado, mi amor por él aún persistía de alguna forma tóxica y estúpida. Entonces, no me importó. Ya había perdido la dignidad cientos de veces. ¿Qué más daba una última vez si podía tenerlo nuevamente entre mis brazos y yo en los suyos?Me dejé llevar por su mano entre la mía mientras bajaba por las pequeñas y estrechas escaleras hacia la habitación del yate.Sentía una extraña sensación de expectativa. Cuando llegamos ahí, Nicolás se posicionó detrás de mí, me tomó despacio por los hombros y me llevó hacia la
Nos supimos perdidos en ese momento, los dos. En el momento en que el placer que producía la boca de Nicolás en mí me hizo girar la cabeza hacia atrás y gemir, supe que no había marcha atrás. Y yo no quería que la hubiera. No quería ninguna marcha atrás. Quería enfrentar aquello sin importarme las consecuencias. Estaba segura de todos los reproches que me harían si se llegase a enterar. Que no tenía dignidad, que ya era tiempo de dejar atrás un amor que solo me había hecho daño. Tal vez tenían razón, pero ¿qué importaba? Estaba cumpliendo un sueño, una fantasía con la que había soñado muchas veces. Y ahí estaba, para mí, nuevamente. Era mía, y no la desaprovecharía.Cuando estaba casada con Nicolás, antes de toda la tragedia, él llegaba en las noches en busca del heredero que necesitaba la familia. Jamás nos permitimos experimentar demasiado. Nicolás siempre iba conciso y al grano. Aunque nunca fue un mal amante, tampoco había necesidad de ir más allá, de explorar nada más. Su misión
Me quedé ahí sobre Nicolás, observándolo, con nuestras respiraciones aún aceleradas, con su hombría aún dentro de mí. Pude notar cómo me miró directo a los ojos, con una sonrisa en la mejilla, ligeramente divertido. Pero pude ver algo en su expresión, algo que me preocupó. Era diferente, difícil de expresar. — ¿Estás bien? — me preguntó, seguramente al verme tan pensativa. — Claro que sí, estoy bien. No pasa nada, solo estoy un poco cansada — respondí.Me bajé de encima de él, saliendo de mi interior. Lo miré una última vez y me acosté de lado. Nuestros hombros se juntaron. Nos quedamos observando el candelabro que se mecía sobre el techo de la habitación debido a las olas del mar. Ninguno dijo nada en un largo rato. ¿Qué podríamos decir? Ya todo estaba dicho, ya todo estaba hecho. — ¿Crees que sea suficiente? — me preguntó él — . ¿Crees que ahora sea suficiente para que nuestras emociones se detengan un poco y podamos hacer negocios? Los negocios que tenemos pendientes.Yo asentí.
No podía ser. Definitivamente, no podía ser. El corazón me latió con fuerza en los oídos mientras caminaba hacia mi auto, mientras apretaba con fuerza las llaves en mi mano. Cuando entré, no encendí el motor.Me quedé ahí, pensativo, observando mi propio reflejo en el retrovisor. No podía ser una coincidencia. Tenía que ser ella. Tenía que ser Evangeline. Ya la había tenido entre mis brazos tantas veces. Era imposible para mí no reconocerla, no reconocer su aroma, no reconocer su esencia, no reconocer sus movimientos, sus gemidos.Ni siquiera supe cómo tuve la fortaleza para seguir enfrentando todo desde el momento en el que fui consciente. Pero no, no podía ser Evangeline, porque Evangeline había muerto. Estaba muerta. ¿No era así? Claro que sí, ella tenía que estar muerta.Los forenses habían dicho que su cuerpo había sido calcinado, que el fuego la había consumido hasta el carbón.Metí la mano dentro de mi camisa y apreté con fuerza el collar metálico con su nombre. Por eso había c
No me sentí tranquila hasta que me subí a la camioneta. Alejandro se quedó mirándome. — ¿Cómo te fue? — preguntó.Y yo sonreí tímidamente. — Bien, bien. Nada más.El hombre dejó unos binoculares que tenía sobre la parte del frente del auto. Sus hombres aún no habían subido, así que aprovechó para preguntarme. — ¿Lograste entrar a la habitación? Pensé que odiabas a Nicolás.Yo no tenía por qué darle explicaciones. No tenía por qué explicarle por qué hacía o dejaba de hacer las cosas. Así que simplemente me encogí de hombros. — Era algo que tenía que hacer — comenté con frialdad.Y él asintió. — Entiendo. Pero no quiero que juegues conmigo, Evangeline. Créeme que yo también estoy arriesgando mucho por esta relación. Como te dije, la verdadera Elisa tiene muchos enemigos. A estas alturas, no sé si se me hace extraño que el país entero sepa que estoy protegiéndote. Tal vez piensen que regresamos. Porque los que no te han visto en persona siguen creyendo que eres la verdadera Elisa. A
65En el instante en que vi a Kevin, supe que lo sabían. En su rostro, en sus ojos verdes, vi una extraña mezcla de decepción que me hizo sentir mal de inmediato.Con ninguna otra persona me había sentido así. Me bajé de la camioneta de Alejandro y caminé hacia la entrada del orfanato. Kevin estaba ahí, esperándome otra vez, Pero había una gran diferencia entre estas dos oportunidades, porque esta vez yo sí me había acostado con Nicolás. Y él lo supo. De alguna manera, no supe cómo explicarlo, pero lo supo. En el instante en que me vio, supo lo que había sucedido. No supe cómo sentirme. Yo no tenía por qué darle ninguna explicación, y estaba segura de que tampoco me pediría ninguna. Pero ahí estábamos.Alejandro le dio una mirada al orfanato. — Este lugar se está cayendo a pedazos — dijo.Kevin se encogió de hombros. — Es todo lo que podemos hacer con lo poco que tenemos.El hombre se encogió de hombros. — ¿No me van a invitar a entrar? — preguntó.Kevin parecía incómodo, pero asin