39.

— No, la verdad es que ese nombre no me suena — dijo Kevin mientras conducíamos de regreso a casa. Había dejado el auto unos cien metros de la fábrica abandonada donde me habían llevado. Podía notar cómo sudaban sus manos; su cara estaba pálida. Seguramente la mía estaba incluso más. ¿Ves? Ahora te dije que esto era una muy mala idea — dijo, apretando el volante con fuerza — . Te lo dije desde el principio: es mejor que no continuemos.

Pero yo apreté los puños con tanta fuerza que las uñas se me clavaron en las palmas.

— Tenemos que seguir, tenemos que seguir. Porque ya empezamos, estamos cerca. Solo necesito estar a solas con Nicolás un rato y lograr extraer la muestra.

— ¿Y qué vas a hacer? — dijo Kevin, casi golpeando el volante — . ¿Vas a amarrarlo a una silla y vas a sacarle la sangre tú misma?

— No lo sé. Había pensado algo como dormirlo, utilizar algún tipo de anestésico. No lo sé, lo que sea necesario. Tú prometiste que me ayudarías.

— ¡Cuando tu vida no corría riesgo! — g
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