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Era como si Nicolás quisiera despertar la empatía de su madre, pero yo sabía que eso no pasaría. Aquella mujer era más fría que cualquier persona que yo hubiera conocido en mi vida. Esmeralda jamás había hecho un movimiento que no trajera un beneficio a su favor. Lo había visto y había convivido con eso durante mucho tiempo, cuando estuve casada con Nicolás. Pero el pequeño Jason no entendía esas cuestiones. Él solamente entendió lo que el mismo Nicolás le decía. Abrió sus ojitos sorprendidos y miró a la mujer, abriendo sus pequeños labios.

— ¿Una abuela? — dijo — . ¿Tengo una abuela? — preguntó con la inocencia más pura.

La mujer lo miró con rabia, pero Nicolás, entendiendo lo que había hecho, intentó suavizar la situación. Yo sabía que no servía de mucho. Aquí la mujer no era más que una víbora fría, incapaz de cumplir con emociones genuinas. O al menos eso era lo que yo había percibido en mis años cuando era parte de la familia Montalvo.

Jason saltó de mis brazos y corrió ha
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