116.

Observé la escena, devastada, con el corazón hecho pedazos. Perdí la fuerza que tenía en las rodillas y caí sentada en el mueble de la sala de espera del hospital. Pude ver cómo las mejillas de Nicolás se hicieron muy pálidas.

— No puede ser — dijo, confundido, asustado.

Yo igual sentía que el mundo me daba vueltas. La cabeza, presa de una fuerte presión, y mis oídos zumbaban. La madre de Nicolás seguía ahí, observándonos desde arriba con gesto de superioridad. Y sí, tuve el impulso de ponerme de pie, de bofetearla, de descargar toda mi rabia contra ella. Pero era algo que no podía hacer. No podía desquitar mis frustraciones con ella, aunque le alegrara en sobremanera mi tragedia.

Nicolás se sentó también a mi lado en el mueble, confundido.

— No puede ser — dijo — . ¿Qué vamos a hacer? ¿Cómo vamos a salvar a Jason?

Yo lo sabía. Él lo sabía. Todos lo sabíamos. Solamente quedaba una opción. Cuando yo lo miré, él negó.

— Llevo años sin hablar con él. Mira lo que te hizo. También ayu
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