125.

Era la primera vez que tomaba un arma de esa forma, y sinceramente, pensé que sería más fácil. Ver a la cara de alguien y jalar el gatillo. Pensé que había disparado, pensé que había tenido la fuerza suficiente para hacerlo, pero no. Literalmente, me había quedado ahí de pie con el arma en la mano, apuntando hacia Elisa. Ninguno de los hombres se movió. Elisa volteó a mirarme, no parecía sorprendida en absoluto, como si esperara que justo aquello era lo que yo intentara hacer. Mientras cerró los ojos y me miró a la cara, dijo:

—No lo harás. Ya pude ver nuestros ojos. Además, la próxima vez que apuntes a alguien con esa intención, quítale el seguro al arma.

Se acercó a mí y, de una gran zancada, recorrió la distancia que nos separaba. Con un solo movimiento, me quitó el arma que tenía en la mano y me dio una bofetada que me lanzó al suelo.

—¿Crees que te has librado de mí, niña? Apenas comienza. Si es lo que quieres, entonces está bien. Lárgate —se señaló un área del bosque—. Por ahí l
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