128.

Nos sentamos todos en la sala. Sinceramente, me sentía extraña, un tanto incómoda por la aparición tan repentina de Esmeralda. La mujer aún tenía el sobre en las manos y se veía confundida, como si ni siquiera ella misma fuese capaz de entender qué era lo que estaba haciendo y por qué. Al final, después de un largo silencio, murmuró:

— ¿Entonces van a quedarse ahí sin decir nada? — preguntó.

— ¿Qué se supone que tengamos que decirte? — le dije yo, sentada frente a ella en el mueble — . ¿Es lo que quieres? ¿Humillarme? ¿Quieres que me arrodille y te suplique para que hagas el trasplante de Jason? ¿Es lo que quieres que haga, verdad? Es lo que has querido toda la vida: verme humillada. Pero yo nunca he entendido por qué.

La mujer se puso de pie, dejando el sobre frente al mueble en la mesita del centro. Se dirigió hacia la ventana. Se veía diferente. Algo había cambiado en ella, yo podía notarlo. Nicolás también podía notarlo. Pude verlo en sus ojos. Tal vez ese fue siempre el plan de
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