Ya debía acostumbrarme al insomnio. Era algo que me acompañaba en mi día a día... mejor dicho, en mi noche. Pero todo lo que había pasado me arrancó el sueño, a pesar del cansancio, a pesar de que Evangeline dormía a mi lado. Puse mi mirada hacia ella y la vi.Era tarde en la madrugada. Era consciente de que a ella también le había costado muchísimo dormir, pero al final lo había hecho, y eso me alegraba. Necesitaba descansar. Llevaba mucho tiempo despierta en vela, pensando en cómo solucionar los problemas en los que, según ella, nos había metido. Pero yo sabía que era así. Parte de esos problemas eran míos también. Yo la había orillado, sin querer, a hacer todo lo que había hecho, porque me tenía miedo, porque me tenía desconfianza.A pesar de todo, para mí era tan difícil entenderlo... Mirarla a la cara, creer que era ella realmente. En cuanto la vi sin el maquillaje, yo sentí que mi mundo se desmoronó, porque no tuve ninguna duda entonces de que era ella, que era la mujer que yo h
Cuando desperté en la mañana, abrí los ojos sorprendida. No estaba en mi humilde habitación del orfanato y me sentí confundida por un largo segundo. ¿Dónde estaba? No recordaba ni siquiera mi propio nombre. Había dormido tan profundamente, apenas por un par de horas, que me desperté somnolienta y confundida.Entonces, volteé a mirar a mi lado, porque sabía que alguien había pasado la noche conmigo. No está Nicolás, pensé.Y entonces, cuando recordé su nombre, todo vino a mí de golpe. Me sentí confundida y asustada, pero luego más tranquila al recordar dónde estaba y qué había sucedido. Recordé a la hermana Sol y, de inmediato, mis ojos se llenaron de lágrimas. ¿Acaso ese sería ahora mi nuevo pensamiento cada mañana? Encontrar su cuerpo aplastado por las vigas y quemado en ciertas partes... Al menos su rostro en paz en el ataúd era un consuelo que me acompañaba.Me puse de pie tambaleante y utilicé las sandalias de Nicolás, que me quedaban el doble de grandes, para salir de la habitaci
Abelardo Bustamante. De camino al lugar indicado, Nicolás me contó todo lo que sabía sobre el hombre. Había amasado su fortuna con el microtráfico, pero ahora que ya tenía cubiertas todas las zonas de la ciudad y gran parte del país, había comenzado a expandir su territorio. Pero entonces ahí era donde entraron los problemas con Elisa Duque.Elisa era una mujer de poder. Más que una gobernante, era una conquistadora, y le encantaba tener países enteros sometidos bajo su propio dominio. Francia no era más que su torre central, pero comenzaba a conquistar América poco a poco. Era lo que pretendía. Tal vez en el futuro, cuando tuviera el control absoluto del continente, poder regresar nuevamente a su país. — Y con en el miedo de perder la vida, como fue tan idiota — nos dijo Kevin mientras nos dirigíamos al lugar indicado — . Haber regresado fue lo peor que pudo haber hecho. Me pregunto si el error que cometimos es tan importante como para que ella tome la decisión de arriesgarse a regr
Abelardo era tal cual como uno se imaginaría un mafioso cliché: alto y fuerte, con una mirada fiera y palabras cortantes. Era todo un personaje caricaturizado, sacado de un cómic o alguna película animada. Constantemente trataba de encontrar la forma de que su mirada fuera más viril y atractiva, y yo me giré hacia mis dos acompañantes para intentar adivinar si yo era la única que había notado aquello. No sabía si podíamos confiar en alguien así, en alguien que al parecer le importaba más su aspecto de villano que otra cosa. De todas formas, había prometido que nos ayudaría, y eso debería ser más que suficiente.Nos hizo sentarnos en los suntuosos muebles que había frente a su escritorio y nos miró uno a uno. — Justamente, me parece increíble que Elisa hubiera tenido la osadía de regresar al país — comenzó él a contarnos — . Cuando lo escuché por primera vez, pensé que era como los rumores anteriores. Pero ahora veo que es verdad. Cuando Luis me contactó, no pude esperar a escuchar su
Abelardo pareció lo suficientemente convencido, aunque yo creía que había un poco de negativa por su parte. Me pregunté si Elisa tendría tanto poder como para que hombres tan poderosos como Abelardo se sintieran intimidados. Extrañamente, me pareció un poco admirable. Elisa era una mujer en un mundo completamente machista como la mafia, y aún así había logrado no solo hacerse un nombre, sino consolidarlo. Mientras íbamos de regreso a la casa de Nicolás, yo me pregunté qué tanto habría tenido que sacrificar para llegar hasta donde estaba. Probablemente tuviera muchas muertes sobre su cabeza. Me pregunté si aquello la aplastaría en las noches, si aquello la atormentaría y tal vez tendría un poco de remordimiento por las cosas que había hecho para llegar hasta donde estaba. Pero luego supuse que no. Una mujer como Elisa no sentiría remordimiento alguno. Porque su vida no fue una casualidad. Ella eligió cada uno de los pasos que tomó, y cada uno fue precisamente para eso: para llegar hast
Observé la escena, devastada, con el corazón hecho pedazos. Perdí la fuerza que tenía en las rodillas y caí sentada en el mueble de la sala de espera del hospital. Pude ver cómo las mejillas de Nicolás se hicieron muy pálidas. — No puede ser — dijo, confundido, asustado.Yo igual sentía que el mundo me daba vueltas. La cabeza, presa de una fuerte presión, y mis oídos zumbaban. La madre de Nicolás seguía ahí, observándonos desde arriba con gesto de superioridad. Y sí, tuve el impulso de ponerme de pie, de bofetearla, de descargar toda mi rabia contra ella. Pero era algo que no podía hacer. No podía desquitar mis frustraciones con ella, aunque le alegrara en sobremanera mi tragedia.Nicolás se sentó también a mi lado en el mueble, confundido. — No puede ser — dijo — . ¿Qué vamos a hacer? ¿Cómo vamos a salvar a Jason?Yo lo sabía. Él lo sabía. Todos lo sabíamos. Solamente quedaba una opción. Cuando yo lo miré, él negó. — Llevo años sin hablar con él. Mira lo que te hizo. También ayu
117Era como si Nicolás quisiera despertar la empatía de su madre, pero yo sabía que eso no pasaría. Aquella mujer era más fría que cualquier persona que yo hubiera conocido en mi vida. Esmeralda jamás había hecho un movimiento que no trajera un beneficio a su favor. Lo había visto y había convivido con eso durante mucho tiempo, cuando estuve casada con Nicolás. Pero el pequeño Jason no entendía esas cuestiones. Él solamente entendió lo que el mismo Nicolás le decía. Abrió sus ojitos sorprendidos y miró a la mujer, abriendo sus pequeños labios. — ¿Una abuela? — dijo — . ¿Tengo una abuela? — preguntó con la inocencia más pura.La mujer lo miró con rabia, pero Nicolás, entendiendo lo que había hecho, intentó suavizar la situación. Yo sabía que no servía de mucho. Aquí la mujer no era más que una víbora fría, incapaz de cumplir con emociones genuinas. O al menos eso era lo que yo había percibido en mis años cuando era parte de la familia Montalvo.Jason saltó de mis brazos y corrió ha
Quise dar dos pasos atrás, alejarme de aquella situación, tomar mis trillizos y salir corriendo, pero sabía que aquello no podría ser. Ahí de pie estaba Elisa Duque. Sabía que era ella; no necesitaba haber visto antes una fotografía o haberla visto antes en persona. Yo sabía muy bien porque había fingido ser ella, porque la vida estudiada. Yo sabía que, eventualmente, ese momento tendría que llegar: el momento en el que tuviera que enfrentarme a ella, que tuviera que mirarla a la cara y enfrentar aquella situación en la que yo misma me había metido. Nicolás miró alrededor, buscando seguramente a los hombres de seguridad, pero no estaban. La misma Elisa sonrió. — Creo que no están — dijo — . Ya deberían acostumbrarse a que, en mi presencia, solo están las personas que yo quiero que estén. — ¿Quién es esa mujer? — preguntó Jordan, interponiéndose entre ella y sus hermanitos.Nicolás dio un paso al frente e hizo que los trillizos se escondieran detrás de su espalda. — ¿Vienes a mata