El silencio en la habitación era aterrador, la atmósfera increíblemente tensa. Mateo se sirvió una taza de café. Emiliano entró del balcón con el celular en mano, cerró la puerta de cristal y se acercó a él, hablando en voz baja. —Señor Herrera, ¡encontramos a la señora! —Su jefe ni siquiera levantó la vista. Emiliano continuó—. Al parecer, la señora fue a su pueblo natal. Está en un vuelo a Puerto del Este, llegará al aeropuerto de madrugada.Mateo recordó las palabras de Catalina esa mañana: «Investigaré la muerte de tus padres y te daré explicaciones. Pero creo que mi padre es inocente, debe haber un malentendido.» Un destello de sorpresa cruzó sus ojos. No estaba huyendo, sino investigando el caso de hace años. Pensó que solo lo decía por decir, pero realmente fue.— Señor Herrera, Calle Roble es muy remota y despoblada. ¿No sería peligroso para la señora ir sola? ¿Deberíamos enviar a alguien...?La mirada fría de Mateo interrumpió a Emiliano. Se dio cuenta de que había hablado de
Una anciana con acento foráneo, sosteniendo una canasta de flores, le dijo a Catalina: —Señorita, compre unas flores. Las mías están frescas y baratas.—¿Usted me estaba siguiendo?—preguntó Catalina.—Sí, vi que por su porte y vestimenta debía tener dinero. Quería venderle mis flores.Catalina notó las manos agrietadas y ásperas de la anciana por el frío. Todos tenían sus propias penurias en la vida. Compró todas las flores y la anciana, feliz, le regaló la canasta. Catalina se dio cuenta de que se había preocupado sin razón, nadie la estaba siguiendo a propósito.El autobús a Calle Roble ya no funcionaba hasta las 9 de la mañana siguiente. Catalina reservó un hotel cercano a la estación y tomó un taxi.Eligió un hotel de cinco estrellas. Mientras hacía el check-in, entró una mujer con gorra y mascarilla. Se acercó a un sofá beige y habló por teléfono en voz baja: —No tengo dinero para el hotel, ¿no deberías darme algo?Estaba hablando con Paula.—No has hecho nada bien y tienes la c
Una mujer se aproximó cautelosamente a la entrada y susurró:— ¿Usted es la señorita Jiménez?Catalina confirmó con un gesto.— ¿En qué puedo ayudarle?— ¿Podríamos conversar en privado? Es un asunto de suma importancia — insistió la mujer con apremio. Recientemente, Paula le había encomendado la tarea de adquirir un cuchillo para acabar con la vida de Catalina.Su intención era alertar a Catalina y compartir la carga de esta situación. Catalina percibió que la mujer no parecía albergar malas intenciones. Más aún, había algo en su mirada que le resultaba extrañamente familiar, aunque no lograba ubicar de dónde.— Pase, por favor — invitó Catalina, abriendo más la puerta.En ese instante, un teléfono irrumpió el silencio.La mujer revisó su móvil y su semblante se alteró ligeramente.— Disculpe, señorita Jiménez. Debo atender esta llamada urgente. Regresaré en breve.— No se preocupe — respondió Catalina con despreocupación. Dejó la puerta entreabierta y se dirigió a buscar su secador d
Daniela ingresó a la suite presidencial y observó que era idéntica a la suya. Era evidente que Catalina realmente tenía la intención de ayudarla. Sin embargo, ahora que Paula mantenía a Camila bajo su control, Daniela se encontraba sin alternativas. Se veía obligada a traicionar a Catalina.Catalina cerró la puerta tras ellas y preguntó con amabilidad:— ¿Qué te gustaría beber?— No se moleste, señorita Jiménez. Solo diré unas palabras y me retiraré — respondió Daniela en voz baja, ajustándose la mascarilla.A pesar de la negativa, Catalina se dirigió a preparar un té y se lo ofreció a Daniela sosteniéndolo con ambas manos. Daniela lo aceptó; el vaso desechable transmitía una calidez reconfortante en sus manos.Colocó el vaso sobre la mesa cercana y deslizó su mano en el bolsillo de su abrigo, donde ocultaba la navaja. La aferró con determinación, aguardando el instante en que Catalina bajara la guardia para asestarle el golpe mortal.Catalina se sentó en el borde de la cama, cruzando
— ¿Quién?—La anciana entornó sus ojos turbios, examinando el rostro de Catalina, y concluyó que no era del pueblo.Catalina, dándose cuenta de que la mujer no la oía bien por su edad, se acercó a su oído y alzó la voz:— ¡Mateo Herrera!La anciana se sobresaltó y luego asintió:— Ah, sí, lo conozco. ¿Cómo no voy a conocerlo si somos del mismo pueblo?Catalina sacó un billete de cien dólares de su cartera y se lo ofreció:— Señora, ¿podría llevarme a su casa? Le daré estos cien dólares.— Claro que sí — respondió la anciana, sus ojos antes apagados cobrando vida de repente.En el pueblo solo quedaban mayormente ancianos, ya que los jóvenes se iban a trabajar a la ciudad y rara vez volvían. Los mayores, con escasos recursos y menos fuerza para trabajar, apenas sobrevivían. La señora agarró el billete rápidamente, temiendo que Catalina cambiara de opinión:— Ven conmigo, muchacha.Caminaron por senderos entre los campos. Catalina pisaba la hierba seca de los linderos, que se sentía esponj
La anciana negó con la cabeza:— No, fue un terremoto hace unos años el que derrumbó la mitad de la casa. Todos en el pueblo renovamos nuestras casas, pero esta familia mantuvo la vieja estructura.— Muchacha, no deberíamos quedarnos mucho tiempo aquí dentro. La casa está muy deteriorada por el clima, podría derrumbarse y enterrarnos — advirtió la señora, siguiendo a Catalina con inquietud.El suelo era de tierra irregular. Había un montón de cenizas y un hoyo cuya función Catalina desconocía. Las vigas caídas mostraban señales de haber sido quemadas. La anciana señaló unos palos cortos, diciendo que eran parte de una cama.Todo eran ruinas. Las vigas quemadas en el suelo habían desarrollado moho y hongos por la exposición a los elementos. El aire olía a humedad y podredumbre.— ¿El incendio de los Herrera fue provocado? — preguntó Catalina mientras salían.Notó que los pilares de la casa estaban podridos y cubiertos de telarañas.La anciana negó:— No, no. Vivimos en un estado de dere
Catalina pensó que, dado que los suegros eran tan queridos en el pueblo, seguramente algún alma caritativa se había encargado de mantener la tumba. La gente del campo suele ser de buen corazón y sencilla.Sin embargo, la anciana negó con la cabeza:— No es así. Nosotros, los del pueblo, enterramos a la pareja. Solo hicimos un pequeño montículo de tierra y les rendíamos homenaje en las festividades. Años después, de repente apareció esta lápida. Pregunté por el pueblo, pero nadie la había puesto. Probablemente fue algún amigo de Joaquín.— Esa persona es muy misteriosa, nadie la ha visto nunca. Las flores en la tumba de Joaquín nunca han faltado.Al escuchar esto, Catalina dedujo inmediatamente que la persona misteriosa era Mateo. Seguramente venía a visitar la tumba de sus padres por la noche, por eso nadie lo había visto en todos estos años.Catalina le pidió prestado un jarrón pequeño a la anciana, lo llenó con agua de una fuente cercana y colocó cuidadosamente las flores frescas que
Pero cuando se dio la vuelta y miró atentamente, no vio nada sospechoso. Solo había vendedores ambulantes, una multitud de gente yendo y viniendo, voces regateando y el sonido de las bocinas de los tranvías. ¿Dónde estaba la persona que supuestamente la seguía?Catalina frunció el ceño. ¿Acaso estaba demasiado tensa últimamente y estaba teniendo alucinaciones?En la comisaría, después de explicar el motivo de su visita, un amable policía cooperó y le entregó un grueso fajo de documentos relacionados con el caso.Catalina lo recibió, agradeció y comenzó a revisarlo detenidamente.Al leer el informe final, mostró un atisbo de sorpresa: "¿Un incendio causado por el deterioro del cableado eléctrico?""Así es," confirmó el policía. "En los documentos adjuntos hay fotos. Puedes verlas. La casa de los Herrera fue construida por la generación anterior y el cableado nunca se había cambiado desde entonces.""La vida útil del cableado eléctrico suele ser de unos veinte años, y el de ellos ya habí