Capítulo 30
Una anciana con acento foráneo, sosteniendo una canasta de flores, le dijo a Catalina:

—Señorita, compre unas flores. Las mías están frescas y baratas.

—¿Usted me estaba siguiendo?—preguntó Catalina.

—Sí, vi que por su porte y vestimenta debía tener dinero. Quería venderle mis flores.

Catalina notó las manos agrietadas y ásperas de la anciana por el frío. Todos tenían sus propias penurias en la vida. Compró todas las flores y la anciana, feliz, le regaló la canasta. Catalina se dio cuenta de que se había preocupado sin razón, nadie la estaba siguiendo a propósito.

El autobús a Calle Roble ya no funcionaba hasta las 9 de la mañana siguiente. Catalina reservó un hotel cercano a la estación y tomó un taxi.

Eligió un hotel de cinco estrellas. Mientras hacía el check-in, entró una mujer con gorra y mascarilla. Se acercó a un sofá beige y habló por teléfono en voz baja:

—No tengo dinero para el hotel, ¿no deberías darme algo?

Estaba hablando con Paula.

—No has hecho nada bien y tienes la c
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