*Libro 2 de la Serie Romance Real. De la Regina Norwood que la realeza conoció en Astor, ya no queda nada. Después de haber tomado muy malas decisiones y haberse dejado engatusar por el Duque Henry, primo y enemigo del rey, y quien murió como el traidor que era; ahora se encuentra en la peor encrucijada de su vida, pues su padre tuvo que mentir para salvarla de la guillotina y ahora está condicionada a seguir sus mandatos. ¿Quién podría aceptarla como esposa cuando no es una mujer virgen, fue deshonrada por un bandido y lleva en su vientre al hijo de este? Lucio MacKay estaba dispuesto a aceptarla como su esposa, a cambio de un acuerdo beneficioso, al final, de algo tenía que servir que Regina fuera hija de uno de los condes más cercanos a los monarcas. Aunque, el embarazo que desconoce lo obligará a darle otro rumbo cruel a sus planes, pues una cosa es tener a una mujer deshonrada al lado y otra muy diferente, ser el padre de un bastardo. Regina tendrá que salir del infierno en el que se ha convertido su vida, jamás pensó que tendría que huir, mucho menos, estando completamente sola e indefensa; sin embargo, un pequeño rayo de luz se asoma en su oscura vida, cuando su camino se cruza con William Connell, el príncipe del Reino de Connelly, vecino del sur de Astor, quién estará dispuesto a ayudarla, solo que, el amor no puede nacer entre ellos, porque Regina no es el tipo de mujer que se espera se convierta en futura Reina de Connelly.
Leer másLa puerta de la cabaña no demoró en abrirse y Regina salió con rostro serio y presurosa. Un escalofrío recorrió la columna de William. Si ella había escuchado a Jack, las cosas no pintaban nada bien y eso le ocasionó un sentimiento desolador.—Señora, buenas tardes —la saludó Jack.—Jack, ¿qué ha sucedido? William, ¿algo le pasó a mi hijo? —preguntó ella, acercándose hacia ambos hombres.El alma le volvió al cuerpo al príncipe, la cara de Regina era de preocupación por su hijo y no por haberlos escuchado hablar. Eso le daba más tiempo para saber cómo iba a manejar las cosas de su compromiso, confrontar a sus padres y decirle la verdad a Regina.—Nada le ha pasado a Dash, puedes estar tranquila —contestó William y no le importó lo que Jack pensara, pues la agarró por la cintura y la atrajo hacia su cuerpo, como un intento de calmarla.—Un trabajador tuvo un grave accidente, ya lo han llevado al pueblo para que sea atendido por el médico del valle. Yo solo vine a avisarle a William —dij
El compromiso con la princesa Abigail volvía a aparecer en la mente de William como una sombra ineludible. Sabía que ese vínculo no era más que una alianza política, sin amor, pero era un compromiso que le ataba las manos. Ahora, tras lo vivido con Regina, ese lazo le parecía más pesado que nunca, una cadena que lo mantenía alejado de la felicidad que apenas había comenzado a vislumbrar.Regina, en sus brazos, se veía tan frágil y al mismo tiempo tan fuerte. William sentía una mezcla de emociones al mirarla, emociones que lo atravesaban con fuerza. No podía evitar pensar en el momento en que tendría que enfrentar la verdad, decirle quién era realmente y lo que el futuro esperaba de él. Pero por primera vez en mucho tiempo, se encontraba dispuesto a luchar contra lo que parecía inevitable.Regina, en su inocencia, lo había cautivado de una forma que ninguna otra mujer había logrado. Con cada sonrisa, cada mirada tímida, cada caricia, se había abierto un lugar en su corazón que él pensa
William caminó con decisión hacia Regina, que inmóvil lo esperaba. No tocarla era un esfuerzo demasiado alto, así que, con firmeza la agarró por la cintura y la atrajo contra su cuerpo. Ya no estaba la gran falda que no les permitía sentirse, ahora Regina pudo sentir cómo la entrepierna de William reaccionaba y presionaba su vientre bajo. Soltó un gemido, que murió ahogado ante el nuevo beso fiero.Regina con timidez y un poco de torpeza, llevó sus manos hacia la camisa de William y con lentitud empezó a desabotonarla. Él disfrutó de su tacto, verla inexperta fue algo que llamó su atención, pero no dijo nada, pues quería que ella se sintiera a gusto, como, posiblemente, nunca lo había hecho. Los dedos de la joven recorrieron el torso desnudo de su guapo acompañante, los músculos abdominales no solo se veían bien, sino que se sentían firmes y tersos ante su tacto y, como hipnotizada siguió el movimiento de sus dedos.William estaba mirándola, ella estaba absorta disfrutando de lo que v
Regina caminó a paso lento hasta la huerta, algunas lágrimas resbalaron por sus mejillas y ella las dejó correr sin reparos, era la primera vez que hacía ese recorrido sin la compañía de su pequeño y se sentía incompleta, aunque sabía que el bebé había quedado en las mejores manos posibles. Serafina cuidaría de Dash como si fuera su propio hijo y eso calmaba su alma.William la esperaba desde hace más de una hora y al no verla llegar, decidió salir de la cabaña y esperarla junto a la huerta. Se encontraba inquieto, porque ella no solía llegar tarde y esperaba que nada malo hubiera sucedido.Al verla aparecer a la distancia no le quitó los ojos de encima, ella parecía tan ensimismada, que no había notado su presencia en la huerta. Algo sucedía y William frunció el ceño a la espera, si no fuera por el temor que tenía al salir hacia ella y ser reconocido por alguien de la casa, ya habría corrido hasta ella o, habría ido a buscarla en la casa grande. Cuando Regina apareció el rastro de la
Regina se sonrojó ante las palabras de William, pero no se movió ni un milímetro. Tenerlo así de cerca, donde su nariz alcanzaba a percibir su olor natural, era un estímulo más que agradable.—William, no debería decir esas cosas… —susurró ella. Él la observaba por encima de su hombro, su dulzura y atención lo hacía perder la razón.—Ya se lo dije, quiero estar con usted y no hay lugar más cómodo que estar bajo su cuidado —comentó y ella frunció un poco el ceño.—Puedo cuidarlo en la casa grande, este no es el mejor lugar —propuso, pero William negó y fijó su mirada en la pared frente a la cama.—Regina, no insista, me quedaré acá, bajo sus cuidados y donde solo seamos nosotros.En parte era verdad, William quería estar a solas con ella, pero, por otro lado, no deseaba que nadie de la casa lo reconociera y quedara expuesto frente a las dos mujeres. Era consciente de que tenía que contarle la verdad, pero no encontraba el momento adecuado, además el miedo de pensar que ella se alejara,
—¡El príncipe me ha pedido que me haga cargo de los cambios que se harán en la casa! —exclamó Jack, captando la atención de todos los sirvientes de Saint Bartolomé—. ¡Necesito que vengan todos! —pidió y algunas de las doncellas, salieron corriendo, para llamar a sus compañeros. Serafina miraba a Jack, esperando a que los demás sirvientes llegaran a la reunión. Ella también estaba inquieta por saber lo que él tenía por decirles y cuáles eran los cambios que haría en Saint Bartolomé. Los trabajadores no demoraron en reunirse y los susurros no se acababan, todavía no lograban asimilar que la señora Poms ya no estuviera y así les molestaran los designios de la mujer, era la única capacitada para mandarlos, entonces se sentían un poco perdidos, algo que se les notaba en la mirada y la forma de actuar, que no pasó desapercibido por el guardia. —¿Quién de ustedes lleva más tiempo en Saint Bartolomé? —preguntó Jack. Todos se miraron, hasta que, finalmente, levantó la mano un hombre mayor co
—¿Qué está sucediendo? —preguntó Jack, que llegó corriendo hacia William y que acababa de cruzarse con Regina por el camino y había sido inevitable ver las lágrimas que bajaban por sus mejillas. —Esta mujer ha maltratado a Regina, seguro que a Serafina también y no sé cuánto tiempo lleva prohibiéndoles una buena alimentación —informó William y la ira se reflejó en los ojos de Jack. —¿Qué? Eran ciertas mis dudas… —afirmó y el príncipe asintió con su mandíbula tensa. —Acompáñala a la casa y que saque todas sus cosas de inmediato, ¡no la quiero más en Saint Bartolomé! —Su Alteza, no me puede sacar —se lamentó la señora Poms, con un llanto atacado, sin embargo, William la hizo callar con un movimiento de mano.—Si alguno más de los sirvientes se opone a que esta mujer se vaya, no dudes en hacer que la acompañe, porque no quiero traidores en mis predios —demandó William y Jack asintió—. Toma las decisiones que creas pertinentes, porque tienes todo mi aval. —Así será, Su Alteza —respo
William resultó herido en el hombro, una herida profunda que lo debilitó considerablemente. Jack logró defenderse y proteger a William, pero estaban en una situación crítica; si no fuera por el entrenamiento especializado en combate de los dos, los maleantes habrían acabado con ellos en cuestión de segundos. Con un último esfuerzo, lograron escapar de los atacantes, dejando a unos muertos y otros heridos; y se adentraron en el bosque, buscando refugio.—Debemos llegar a la cabaña de Regina —dijo William con voz entrecortada por el dolor—. Ella podrá ayudarme.Jack asintió, apoyando a William mientras avanzaban. La cabaña de Regina era su única esperanza en ese momento. Los caballos habían huído en medio del enfrentamiento, así como ellos se lo pidieron; debían estar cerca y asustados.Regina estaba en la huerta cuando vio a lo lejos la figura tambaleante de William y Jack. Su corazón se detuvo un instante al ver la sangre en la camisa de William. Corrió hacia ellos, su rostro reflejab
La cabaña quedó en silencio, solo roto por el suave murmullo del viento entre los árboles y el ritmo tranquilo de las respiraciones. William y Regina se sumergieron en la intimidad del momento, dejándose llevar por el deseo y la conexión que compartían. Sin embargo, un pequeño llanto los trajo de vuelta a la realidad.Dash se había despertado, su llanto era una mezcla de hambre y necesidad de atención. Regina se separó de William con una sonrisa apenada, sus mejillas aún sonrojadas por la intensidad del momento.—Dash ha despertado —dijo ella con suavidad, arreglándose el vestido—. Debo atenderlo.William asintió, comprendiendo la situación. Retrocedió un poco para darle espacio, observando cómo Regina se acercaba al pequeño y lo tomaba en sus brazos con ternura. La escena llenó su corazón de calidez.—Es un niño afortunado por tenerla como madre —comentó William, mirándola con admiración.Regina sonrió, sintiendo una mezcla de orgullo y humildad.—Gracias, William. Intento hacer lo m