Regina miró a su hijo y no pudo evitar que un nudo se le hiciera en su garganta, las lágrimas se agolparon en su ojos y su pecho se oprimió. Su embarazo había estado lleno de sufrimiento y dolor, además de incertidumbre, por lo que, era tanta su angustia, que había intentado mantener sus sentimientos por el bebé al margen, apenas los necesario para mantenerlo vivo en su vientre, pero ahora, teniéndolo en sus brazos, tan pequeño, indefenso y frágil, sintió algo extraño, que jamás había sentido, pero supo que era amor, un amor que nunca había experimentado y por el que estaba dispuesta a todo. Su pequeño Dash, era lo único que la mantendría con vida y con ganas de continuar… Nada más.
Ella miró cada parte del cuerpo de su hijo, agradeció que estuviera aparentemente sano y bien, pero lo que fue una alegría, también fue una desdicha. El pequeño era hermoso, con sus ojitos vivaces, aunque prefería mantenerlos cerrados, su cabello oscuro, pero no tanto como el suyo o el de Lucio… Era innegable que su hijo era de Henry, ella lo sabía bien, pero esperaba poder engañar a los demás.
Dash hizo un ruido que la sacó de sus pensamientos, su carita hizo una mueca y empezó a llorar.
—Debe tener hambre —comentó Serafina y Regina la miró con miedo, pues no sabía cómo hacer para alimentarlo y temía hacerlo mal —. Permítame ayudarla.
Regina solo asintió, dejó que Serafina le volviera a quitar al bebé de sus brazos, pero no le quitó la mirada de encima.
—Si desea, puedo pedirle a una de las sirvientas de la cocina, que hace poco tuvo un bebé, que venga a alimentar al niño —ofreció la otra mujer que había ayudado en el parto.
Regina lo pensó, no parecía ser tan mala idea que una mujer que supiera alimentara a su pequeño, pero el vacío en su pecho y el temor de que se lo llevaran y no lo volviera a ver nunca más, fue mayor.
—Yo lo haré… —dijo con voz temblorosa.
Serafina asintió y le regaló una sonrisa triste, el nacimiento del bebé, lastimosamente, no podía ser una celebración, pues estaba enlutado con la muerte del Conde. Regina se dejó ayudar a quitar la ropa, sus senos quedaron descubiertos y Dash volvió a los brazos de su madre y reptó hasta el pezón. Las dos mujeres lo vieron, ambas carecían de experiencia, pero la otra doncella se acercó y con cuidado agarró la carita del bebé, acomodándolo mejor y que tuviera más agarre.
—Va a doler —le dijo a Regina y esta no alcanzó a decir nada, cuando su hijo succionó. El dolor fue horrible, extraño e incómodo, pero había soportado cosas que dolían más y no físicamente, sino en su alma. Apretó los dientes y aguantó, mientras veía como la leche empezó a brotar lentamente y su bebé tragaba con ansiedad.
Lucio dejó el vaso sobre la mesa con un ruido sordo, el poco licor que aún quedaba dentro, se agitó y salió por los bordes.
—Ha nacido su hijo, señor —avisó una de las doncellas.
La mujer se notaba agitada, preocupada y temerosa.
—¿Qué es lo que te sucede? —preguntó, poniéndose de pie.
—No es nada, mi señor —musitó la muchacha.
—Habla sin temor, nadie va a castigarte —dijo. Alentando a la joven a hablar. La muchacha retorció su delantal con nerviosismo.
La mujer negó.
—Habla —ordenó con un tono más severo.
—Es un niño muy bonito, señor —dijo.
Lucio bordeó su escritorio y dejó a la mujer hecha un manojo de nervios, en realidad, no le había dicho nada. Así que, para no parecer un mal padre, se dirigió al segundo nivel a su habitación para conocer al hijo de su esposa.
Las manos de Lucio se apretaron con fuerza, mientras rogaba por el bien de todos, que ese niño llevara su sangre, de lo contrario, Regina estaría en serios problemas con él… Sus pasos fueron lentos, su rostro no era el de un hombre que recién se había convertido en padre. La gente cercana y sus empleados podían entenderlo, acababa de perder a su suegro.
—Una gran pérdida, sin duda —musitó, deteniéndose frente a la puerta de la habitación, no tuvo oportunidad de abrir, pues una de las mujeres lo hizo por él.
—Mi señor, felicidades —musitó la muchacha, antes de pasar por su lado con las sábanas sucias, las mismas que sirvieron durante el parto.
Lucio no respondió y terminó de entrar a la recámara. Sus ojos se toparon con los ojos de Serafina, la miró tragar y no necesitó nada más.
—Vete —le ordenó.
El cuerpo de Regina tembló al escuchar la voz de su marido, pegó a su pequeño contra el pecho, mientras esperó verlo aparecer delante de ella.
—No puedo marcharme, señor —dijo —. La señora aún me necesita, el médico ni siquiera ha llegado —refutó con temor.
—Sal de aquí y si el doctor llega, ¡despídelo!
—Pero, señor… La señora tiene que ser revisada, acaba de dar a luz a su hijo —insistió, ganándose una mirada fría y severa por parte del hombre.
—Vete, Serafina, y haz lo que te he ordenado. Luego, ocúpate de ayudar a las mujeres en la cocina. El cuerpo de mi suegro llegará pronto —dijo, recordándole la tragedia que había sucedido.
Serafina miró al interior de la recámara, pero no tuvo oportunidad de ver a Regina, tampoco pudo notar el miedo que brillaba en sus ojos.
—No vuelvas a venir a esta habitación, a partir de hoy lo tienes estrictamente prohibido, Serafina —dijo, pasando de ella para llegar a Regina.
La mujer tragó, pero no se atrevió a desafiar las órdenes de Lucio, sería peor para Regina si no lograban verse, aunque fuera solo una vez.
Regina tembló al sentir los pasos de Lucio acercarse, se negó a mirarlo, su cuerpo estaba tenso como la cuerda de una guitarra, sus brazos envolvían a su bebé de manera protectora.
—Mírame —ordenó Lucio, al pararse delante de Regina, sus manos estaban detrás de su espalda, jugando con el anillo de matrimonio.
Regina no se atrevió a levantar la mirada, estaba aterrorizada, por lo que, se limitó a escuchar los pasos de Lucio en la habitación. Iba y venía, como un animal enjaulado.
—Entrégamelo —pidió, acercándose a Regina.
Ella levantó la cabeza de inmediato y negó.
—¿No? Es mi hijo, Regina, ¿cómo puedes negarte a que conozca a mi primogénito? —le cuestionó en tono herido.
Regina se mordió el labio. Era una tonta, con su negativa solo estaba exponiéndose, sin embargo, el parecido de Dash con su verdadero padre era innegable. Dash era hijo de un Duque, por sus pequeñas venas corría la sangre de la Familia Real de Astor, para bien o para mal.
—¿Qué pasa, Muñequita? ¿Por qué no quieres que conozca a mi hijo? —preguntó, su tono fue de preocupación, mas Regina tenía la impresión de que todo era falsedad. Sus ojos lo delataban.
—Está dormido —musitó Regina casi sin voz.
—No importa, tiene que conocer a su padre, además para esto estás, lo alimentas y vuelves a hacer que se duerma —espetó, extendiendo sus brazos para tomar al bebé.
Regina sintió que iba a vomitar, se mordió el interior de su mejilla y con terror depositó al pequeño en los brazos de Lucio.
Un vacío se abrió en la boca de su estómago cuando Lucio tomó al niño y lo alejó de ella, buscando la luz de las velas. Era tarde y rogaba que su edad y la poca iluminación le hicieran ver un parecido entre ellos.
Era una tonta, una mujer ilusa, creyendo que iba a engañarlo por más tiempo. Ahora sin su padre, estaba a merced de Lucio y no quería saber de lo que era capaz de hacerles.
—Es hermoso, Muñequita —dijo, apartando la mirada del bebé para mirarla a ella.
Regina tragó.
—¿Lo es? —preguntó ella, con un nudo en la garganta.
—Es un hijo mío, ¿acaso esperabas que fuera feo?
Regina negó, su mano se apretó sobre las sábanas.
—Quiero cargarlo —pidió ella, pero Lucio negó.
—Déjame tenerlo un poco más, quiero saber si se parece a mí o alguno de mis familiares. Es una pena que no tenga hijos mayores con quienes compararlo —dijo, sonriéndole de una manera escalofriante.
Por la espalda de Regina corrió un escalofrío y un sudor frío.
—Bueno, tampoco es que necesite hijos mayores, ¿verdad, Muñequita? Apenas el doctor diga que podemos reanudar nuestras pasiones, me encargaré de que nuestro pequeño Lucio, tenga un hermanito, porque tiene que ser varón. Las niñas pueden llegar luego —espetó con desprecio.
Regina tragó para poder encontrar su voz.
—No va a llamarse Lucio —dijo con dificultad.
El hombre enarcó una ceja.
—¿Qué?
Regina quería salir de la cama y correr para tomar a su bebé en brazos, pero su cuerpo estaba dolorido, sentía que su intimidad le palpitaba.
—Mi padre ha muerto esta noche, Lucio —lloró.
—Lo sé, he pedido a mis hombres que se hagan cargo de todo, lo llevaremos a su casa —dijo, sin acercarse.
—Entonces, espero que aceptes que… nuestro hijo… —dijo, sintiendo ácidas aquellas palabras—. Me gustaría que nuestro hijo lleve su nombre —susurró.
Lucio se acercó un poco, su rostro había cambiado, ahora parecía el de un hombre herido, pero comprensivo.
—¿Quieres que lleve el nombre del Conde? —preguntó, había sorpresa en su voz. Todo bien disimulado, Regina no tenía ni la menor idea de todo lo que pasaba por la mente de su marido. Ni siquiera podía llegar a imaginarse que Lucio sabía que el niño que sostenía entre sus brazos no era más que un bastardo.
—Sí, te daré lo que quieras a cambio de que aceptes —dijo sin pensar en su propuesta. Solo deseaba que su hijo no se llamase Lucio.
—¿Todo lo que quiera?
Regina asintió.
—Quiero un segundo hijo, Muñequita, por el momento es todo lo que quiero. Deseo que mi hijo lleve mi nombre —dijo.
Regina tragó, solo de pensar en volver a copular con él, los intestinos se le revolvieron, pero Dash lo valía. Además, como su esposa, no podía negarse, estaba condenada a entrar a su cama las veces que él lo requiriera y llevar a sus hijos en el vientre, todos los que él quisiera.
Un sollozo escapó de su garganta, pero asintió. Dash empezó a llorar en los brazos de Lucio y ella estiró sus manos hacia el hombre.
—Debe tener hambre… No ha comido —mintió, pero esperó que esas palabras convencieran a Lucio de devolverle a su bebé.
—Hermoso hijo el que me has dado, Muñequita —dijo Lucio, mientras se acercaba sin entregar al pequeño a su madre.
Regina no contestó, tampoco lo quiso mirar, solo le importaba mirar a su bebé y volverlo a tener en sus brazos. Después se preocuparía por Serafina, algo inventaría para poder seguir en contacto con ella, no tenía nadie más en quien confiar y que la entendiera.
—Acá lo tienes, Muñequita —dijo Lucio con una falsa sonrisa en sus labios y le entregó al bebé. Ella lo presionó contra su pecho, protegiéndolo y dándole calor.
Ella no prestó atención a la partida de Lucio, solo sintió un gran alivio al escuchar la puerta cerrarse, que por un momento tendrían privacidad y paz.
Lucio salió de la recámara, su sangre parecía quemarle dentro de su torrente, ante la rabia que tenía, pero no pensaba exponerse. Regina pagaría el haberlo convertido en el padre de un bastardo, pero por el momento, que siguiera convencida de que lo había engañado, era lo más conveniente. El sonido de un carruaje lo alertó, apretó los puños y bajó rápidamente al imaginar que sería el médico traidor… Contra ese hombre no tendría ningún reparo en arremeter.
—¡Dije que no tenía que venir el doctor! —gritó furioso, cuando el hombre todavía no había entrado a la casa.
—Mi Señor, por favor, deje que el médico revise a la señora… —suplicó Serafina —. Usted no quiere que su esposa se enferme o el niño, los dos deben ser revisados, por favor.
Lucio miró con enojo a la mujer, pero no logró amedrentarla.
—Si la señora no es atendida correctamente, me temo que incluso pueda perder la capacidad de tener hijos, mi señor —susurró, no lo suficiente bajo, para conseguir que Lucio escuchara. De alguna manera tenía que conseguir que el doctor revisara a Regina.
—Está bien, pero que sea rápido y asegúrate de que no hable con mi esposa —dijo, mirando al doctor con ojos asesinos, quien acababa de entrar por el portón.
El hombre tragó.
—Por cierto, doctor —habló, haciendo que el galeno detuviera sus pasos —. Lamento informarle que mi suegro, el Conde Norwood, ha muerto.
El galeno palideció, pero logró mantenerse inmutable y solo hizo un asentimiento.
—Lamento la muerte de su suegro, señor MacKay —dijo el galeno, lamentándose ante la pérdida del dinero que el Conde le había prometido —. Tengo entendido que su hijo ha nacido, iré a revisar a su esposa y al bebé.
A Lucio le tocó contener las ganas que tenía de golpear al médico, lastimosamente, era él único en toda la zona y Serafina tenía razón, si a Regina se le complicaba su salud, ella no podría cumplirle con lo prometido y un hijo de su sangre, era lo que más anhelaba, además de tener el control sobre Regina. Dio la vuelta sin decir nada, no sin antes darle una mirada de advertencia a la doncella.
La noche fue demasiado corta para Regina, luego de la visita del médico y de las pocas palabras que intercambiaron, ella no había podido pegar el ojo. La muerte de su padre, el nacimiento de Dash y el chantaje del médico, eran una gran carga mental. Regina no pudo contener las lágrimas. Mientras el sol se alzaba en el horizonte, se puso de pie para tomar al niño entre sus brazos, vestirlo y alimentarlo antes de que Lucio llegara, porque estaba segura de que lo haría.Mientras se ocupaba del niño, el recuerdo de su conversación con el médico llegó a su mente para atormentarla.«—Su padre, El Conde y yo habíamos llegado a un acuerdo económico que nos beneficiaba a todos. Supongo que, sin él, las cosas van a cambiar para usted si alguien llega a descubrir su secreto.Regina lo miró con reserva.—¿Qué es lo que quiere decir?—No pretendo incomodarla, Señora, pero necesito que usted cumpla con lo pactado con su difunto padre.—¿Y si no lo hago? —preguntó, apretando los dientes, cuando el
Regina no imaginó que sus palabras habían sido escuchadas por Greta, pero lo cierto era, que todo lo dicho con Serafina, había llegado a sus oídos y la mujer no dio espera a nada, pues salió corriendo por los pasillos en busca de Lucio. —Esa mujer te está viendo la cara y ¡estás quedando como un idiota ante ella! —gritó al entrar al estudio del hombre. —Cuida tus palabras, Greta —dijo Lucio con tono amenazante, pero la mujer no se calló. —Te vas a quedar siendo el padre de un bastardo y nada más —espetó, mirándolo con rencor por no haberla escogido a ella, pues con gusto le daría los hijos que fueran necesarios, con tal de tener una mejor vida. —¿De qué demonios estás hablando? —preguntó Lucio, levantándose de su silla y dejando el vaso de whisky sobre el lujoso escritorio de madera. —Allá arriba… Tu muñequita le está pidiendo a Serafina que le consiga hierbas para no quedar embarazada —soltó sin más. Lucio apretó los puños con rabia, sabía que Greta odiaba a Regina, pero tampoc
Regina se detuvo en lo alto de la colina, no tenía idea del lugar donde estaban, solo esperaba que estuvieran lo suficientemente lejos de la casa de Lucio, tan lejos como para no volver a toparse con nadie conocido.Había escapado, al fin había tenido el valor para huir del infierno que era su vida. Regina no sabía si reír o llorar, un nudo se formó en su garganta y un sollozo de angustia salió de sus labios.—¿Se siente bien, mi señora? —No, no sé cómo me siento, Serafina —sollozó, sosteniendo al niño contra su pecho. Sintiendo euforia y miedo a la vez.—Será mejor que continuemos —propuso Serafina y Regina la miró con desgano. —Siento que voy a desfallecer —replicó, mientras algunas lágrimas resbalaron por sus mejillas. Se sentía sobrepasada por sus emociones, la euforia y el miedo, además, Dash no había dejado de llorar durante la mayor parte de las horas que llevaban huyendo. —Mi señora, por favor, no podemos quedarnos en el camino, si nos están buscando, en cualquier momento
Regina observó a su alrededor y aunque Serafina no le había respondido a la pregunta que le hizo, sabía que estaban en un burdel, pero esto era mejor que nada. Además, si alguien las buscaba no se les ocurriría ir a un lugar como ese. Confiaba en que así fuese o de lo contrario estaría en grandes problemas. El cuerpo de Regina tembló ante el pensamiento de ser atrapada, luchó para apartar las imágenes que la atormentaban cada noche. Trató de no sentirse culpable por Dash, su hijo lo era todo para ella, había aceptado a Lucio con tal de tenerlo y de que no fuese señalado por la sociedad. Sin embargo, si pudiera volver al pasado y elegir entre casarse o verse repudiada por ser madre soltera. Elegiría cargar con la vergüenza de no tener un esposo a su lado, eso era mucho mejor que el infierno que había vivido junto a Lucio todos esos meses. Serafina había pedido ver a Annet y esta no demoró en salir vestida con un muy corto vestido y Regina respiró profundo al verla de esa forma, pues s
William empezó a masajear la barriguita del pequeño Dash, su llanto llenó la estancia y la angustia de la madre cada minuto que pasaba le generaba más ansiedad. Si el bebé tenía una infección, tenían que darle algún medicamento, pero sus escasos conocimientos no le daban la suficiente confianza como para recetarlo. Había estado tan concentrado en masajear al bebé, que había olvidado por completo a sus acompañantes. —¿Puede darle un baño a su hijo? Así bajará la temperatura, no lo vaya a abrigar —le pidió a Regina y ella asintió, aunque se notaba confundida, en especial, cuando William se alejó de ellos y caminó hacia la salida de la habitación. —¿A dónde irá? Por favor, no me deje sola, que no sé qué hacer —sollozó Regina, pues ese sentimiento de inutilidad y mala madre volvía a apoderarse de su cuerpo y mente. —No me demoro, iré por alguien —contestó William y no alcanzó a decir más, cuando otro hombre grande e imponente apareció en la puerta. —Su Al… —dijo, pero al ver a Regina,
—¿Serafina? —preguntó Regina al escuchar la voz de su doncella, pues todo parecía haberse quedado en un silencio incorruptible. Regina caminó hacia las escaleras, que le daban vista directa a la entrada de la posada —. ¡Serafina! —gritó con la ilusión de volver a verla, sin embargo, el llanto suave de Dash la hizo retroceder y volver junto al pequeño. La mujer miró hacia el lugar de donde venía la voz que la llamaba y al ver a Regina, su corazón dio un brinco, el miedo y la desesperación la embargaban por completo mientras subía las escaleras de la posada, pues no encontraba razón alguna para que Regina se encontrara en ese lugar y mucho menos, rodeada con hombres con espadas; solo recordarlo hizo que un escalofrío la recorriera. Sus pasos eran rápidos y desordenados, la preocupación por Regina y el bebé la impulsaban a llegar lo más pronto posible a su encuentro. Al llegar al piso superior, no pudo evitar soltar un suspiro de alivio al ver a Regina con Dash en brazos, aunque su expr
—¿Ir con ustedes? —preguntó Regina, confundida —. ¿Está seguro de lo que está diciendo? William no contestó inmediatamente. No estaba seguro de lo que estaba haciendo, pero algo lo obligaba a ofrecerle su apoyo y ayuda a la joven madre. Ni sabía qué haría con ella de aceptar su propuesta, pero algo lo hacía desear que aceptara. —Ustedes no tienen a dónde ir —dijo y Regina desvió la mirada. —Podemos buscar un lugar… —murmuró y su voz se quebró—, debe haber un lugar para nosotros —comentó, con sus ojos fijos en el pequeño Dash. —No hay necesidad de hacerlo, Regina, si viene conmigo, con nosotros tendrá un lugar donde quedarse y resguardar a su hijo de las inclemencias del clima. Piense en él antes de tomar cualquier decisión.—Sin embargo, no es tan sencillo como usted lo hace ver, William. Soy una mujer y usted un hombre, no me gustaría ser el objetivo de las especulaciones. Necesito…, solo Dios sabe cuánto necesito la ayuda, no obstante, la gente puede llegar a ser cruel.—No pie
Después de varias noches en vela o durmiendo muy poco, debido al malestar de Dash, finalmente, pudieron descansar y sumirse en un sueño profundo. Regina durmió en la cama junto a su pequeño, quien solo despertó una vez en la noche para comer; mientras que Serafina durmió en el pequeño sofá, donde concilió el sueño con comodidad.El sol no había salido, pero los cascos de los caballos y el revuelo dentro de la casa hizo que Regina se despertara. Moría de ganas de seguir durmiendo, sentía todavía su mente y cuerpo agotados, aunque estaba mucho mejor que los días anteriores. —Serafina… —susurró, intentando no despertar a Dash. La doncella hizo una mueca en el sofá y continuó durmiendo, lo que hizo reír a Regina. Ya no sabía cuándo había sido la última vez que lo había hecho. Regina se levantó con cuidado de la cama, caminó hacia la letrina y evacuó su vejiga, que estaba por estallar. En la noche no había visto las cosas que Serafina había comprado para ellas, pero lo agradeció, pues ll