10. Ni siquiera sé su nombre

William empezó a masajear la barriguita del pequeño Dash, su llanto llenó la estancia y la angustia de la madre cada minuto que pasaba le generaba más ansiedad. Si el bebé tenía una infección, tenían que darle algún medicamento, pero sus escasos conocimientos no le daban la suficiente confianza como para recetarlo. Había estado tan concentrado en masajear al bebé, que había olvidado por completo a sus acompañantes.

—¿Puede darle un baño a su hijo? Así bajará la temperatura, no lo vaya a abrigar —le pidió a Regina y ella asintió, aunque se notaba confundida, en especial, cuando William se alejó de ellos y caminó hacia la salida de la habitación.

—¿A dónde irá? Por favor, no me deje sola, que no sé qué hacer —sollozó Regina, pues ese sentimiento de inutilidad y mala madre volvía a apoderarse de su cuerpo y mente.

—No me demoro, iré por alguien —contestó William y no alcanzó a decir más, cuando otro hombre grande e imponente apareció en la puerta.

—Su Al… —dijo, pero al ver a Regina,
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