El cuerpo de Regina temblaba como una hoja mecida por el bravo viento, no podía evitarlo mientras miraba su imagen en el espejo. Estaba vestida de novia, en unos pocos minutos iba a convertirse en la esposa de Lucio, dejaría de ser la hija del Conde de Norwood y se convertiría en Regina MacKay. Tenía un cúmulo de emociones atoradas en la garganta, quería gritar y renegar su suerte, pero sabía que nada podía hacer para evitar lo que estaba por venir.
Las lágrimas se derramaron por sus mejillas, cerró los ojos y recordó lo que había sucedido tres días atrás.
«—Tienes que afrontar las consecuencias de tus actos, hija. Este es el precio de la traición, Regina. —Norwood liberó los brazos de Regina y se alejó de ella, posó sus manos sobre la columna, su cabeza cayó hacia adelante, cualquiera que lo viera desde el jardín, pensaría que estaba sufriendo una gran tristeza y así era.
El Conde sufría igual o más que Regina, pero nada podía cambiar el destino que ellos mismos eligieron.
—Ve, Lucio te espera —le dijo sin fuerza en la voz.
Regina cerró los ojos y caminó con paso lento hacía la puerta, su corazón martillaba dentro de su pecho, pero no se detuvo, salió de la casa y se dirigió al jardín, esperó ver a su doncella esperándola, pero Serafina no estaba por ningún lado, solo estaba él. Lucio MacKay, esperando por ella.
—Mi Lady…, ¿todo bien? —preguntó.
Ella asintió.
—Lamento la demora —dijo, cuando en realidad no lo hacía.
—No te preocupes, con el tiempo aprenderás a no hacerme esperar. Soy paciente —susurró el hombre.
Regina decidió ignorar aquella clara amenaza.
—¿Mi doncella? —preguntó, cuando ya no pudo con la duda.
—Le he pedido que traiga un poco de té, la tarde empieza a enfriar —dijo, mirando a Regina con cierto, ¿deseo? La joven dio un paso atrás.
—Me parece que es mejor volver adentro, no quiero enfermar y estar indispuesta el día de la boda —dijo, buscando una manera de escabullirse, pero Lucio fue más rápido, la tomó de la mano y la llevó lejos de la vista del Conde y de cualquier otro empleado.
El corazón de Regina latió fuerte, los nervios le hicieron sentir arcadas, por lo que tuvo que contenerse para no arruinarlo todo, aunque era lo que más deseaba.
—¿Qué es lo que pretende, mi Lord? —se obligó a preguntar, cuando estaban en un punto bastante alejado de la casa.
—Pasar un momento agradable contigo, Regina —respondió.
—¿A qué se refiere con eso? —ella continuó tratándolo de usted, no se sentía cómoda de otra manera. Sentía que era demasiado íntimo.
Lucio rio por lo bajo.
—Los dos sabemos que ya no eres una mujer virtuosa, Regina, ¿qué más da hacerlo ahora o después? No voy a cancelar la boda, no tienes por qué preocuparte por eso —le dijo, buscando tocar su rostro.
Regina se apartó, llevó una mano a la garganta y apretó sobre su piel, iba a vomitar. ¡Iba a hacerlo si Lucio seguía hablándole de aquella manera!
—¡Mi Lady!
El grito de Serafina fue la salvación de Regina, se sintió mareada por la emoción que le embargó y agradeció interiormente al cielo por aquella oportuna interrupción.
—Serafina —susurró con voz ronca.
—Es tarde, Mi Lady, se ha olvidado el mantón —dijo la doncella, ignorando la mala mirada que le profesó Lucio.
—Gracias… —susurró Regina y la mujer asintió.
—Ve por los tés que he pedido —le ordenó Lucio y Regina temió volverse a quedar a solas con el hombre.
—Mi Lord, ya los trae una de las sirvientas —informó Serafina, mientras una de las jóvenes sirvientes, ayudante en la cocina.
Lucio apretó los labios, su plan había sido interrumpido. Regina nunca había estado tan agradecida con los sirvientes como en ese momento».
Regina levantó la mirada, la imagen de ella en el espejo, no era ni parecida a la que había imaginado años atrás, cuando se veía como la futura esposa del Rey Frederick, ahora solo era una mujer sin virtud, escondiendo el embarazo que gestaba en su vientre y que dentro de unos minutos sería la Señora MacKay, la esposa de un hombre adinerado, pero que le causaba una profunda aversión desde la primera vez que lo vio.
—Mi Lady… —habló Serafina al entrar a la recámara —. ¿Necesita que la ayude con algo más? —preguntó y Regina no contestó nada, pues el llanto silencioso, seguramente, le haría hablar con voz débil, por lo que giró un poco su cuerpo y dejó ver el corsé sin anudar.
—Ayúdame con el rostro —le pidió Regina, mientras limpiaba su rostro con un pañuelo blanco e intentaba ocultar el paso de las lágrimas por sus mejillas.
—Sí, Mi Lady —contestó la doncella y caminó hacia el tocador, siguiendo de cerca los pasos de Regina. Los ojos de Serafina estaban encima de la cama y al ver el ajuar de novia, frunció el ceño —. Mi Lady, ¿necesita que la ayude con su ajuar?
Regina negó. De forma intencional había decidido no usar la ropa interior escogida por Lucio, sabía que posiblemente, era una forma de retarlo y que no le gustaría, pero ella no se sentía cómoda al imaginarse usando esa ropa y que su esposo disfrutara al quitársela en la noche de bodas.
Y no, no era un nuevo acto de rebeldía de su parte al que estaba acostumbrada, era por esa manera que Lucio tenía al mirarla.
—Está lista, Mi Lady —susurró Serafina.
Regina tragó, jamás estaría lista para hacerlo, pero esto claramente, era el precio de la traición que había cometido. Era convertirse en la esposa de Lucio o terminar en la guillotina como Anabel.
Su mano acarició su cuello, quizá en el fondo solo era una cobarde, tal vez la muerte era preferible para lo que tenía que enfrentar. Una vida sin amor al lado de un hombre al que le faltaban pocos años para lucir igual de viejo que su padre.
Regina cerró los ojos, era una cobarde, pues se daba cuenta que hasta para morir se necesitaba valor.
—Es mejor darse prisa, Mi Lady, los pocos invitados ya están en el salón y no es bueno que su padre luzca ansioso por su retraso —le sugirió.
Regina se giró en el taburete y tomó las manos de Serafina con fuerza.
—No me dejes sola, por favor —pidió, sintiendo un nudo en su garganta y el deseo amargo de echarse a llorar.
Serafina la miró con pena y tristeza.
—Mi Lady, no creo que a su esposo le agrade mi presencia en su casa —musitó.
Regina se sintió nerviosa ante su respuesta.
—Por favor, Serafina, no me dejes sola. Convence a mi padre de que te permita ir conmigo, así sea por un tiempo —pidió desesperada.
Serafina no pudo contenerse y rompió en llanto.
—Voy a tratar, Mi Lady, pero no le prometo nada —se disculpó.
Regina asintió, eso era mejor que nada.
—Vamos, Mi Lady —le insistió, limpiando sus lágrimas y tendiendo la mano para ayudar a Regina a levantarse.
Las piernas de la mujer temblaron cuando se puso de pie, le fue casi imposible dar el primer paso, pero lo consiguió y luego otro y otro más hasta que llegó a las escaleras donde su padre la esperaba, vigilante y angustiado.
Regina comprendió en ese preciso momento lo difícil que era para su padre todo aquello, se dio cuenta de que no solo ella estaba sufriendo y el dolor fue multiplicado, era la causante de que su padre traicionó al Rey, sus ideales, su noble corazón.
Con la culpa pesando sobre sus hombros, no tuvo más remedio que bajar las escaleras y caminar hacia su destino, solo esperaba que Dios se apiadara de ella y la perdonara por el daño que había causado a su padre y el que estuvo a punto de causarle a otras personas.
El sacerdote era un hombre viejo, lento y en extremo ceremonioso, que terminó haciendo una boda que se le antojó eterna a Regina, quien durante todo el tiempo estuvo ajena, pensando en lo que sería su vida de ahora en adelante.
Un carraspeo la trajo de vuelta a la realidad, esa dura realidad en la que estaba sellando su destino con Lucio. La mirada penetrante del hombre hizo que un escalofrío la recorriera y ella tragó con fuerza.
—Los votos… —dijo el sacerdote de mala manera y ella asintió.
Lucio ya había dicho sus votos, ella no escuchó nada y lo siguiente que supo fue que él deslizaba la argolla por su mano, de una forma un poco brusca y seca.
Regina se limitó a repetir las palabras que el sacerdote le decía, ella dijo sus votos con resignación y sin desearlo. Sus manos temblaron al deslizar la argolla por el dedo de Lucio, quien lucía una sonrisa que transmitía todo, menos felicidad y paz.
—Los declaro marido y mujer. Que lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre —profesó el sacerdote y la bilis subió por la garganta de Regina, quien necesitó respirar profundo y tragar el amargo sabor.
Los aplausos y vítores no se hicieron esperar, cada felicitación le supo a hiel a Regina, mientras que su ahora esposo, sacaba pecho y hablaba emocionado, demostrando un falso amor por ella. El hombre no dejaba de halagarla, decir lo ilusionado que estaba por esa unión y que su corazón estaba desbordante de felicidad. Ella sabía que todo era una gran mentira, si en el pasado había cruzado palabra tres veces, había sido por obligación y por escasos segundos, así que, no había forma de que el hombre se enamorara de ella y mucho menos, ella de él.
La fiesta fue inmensa, todo lo opuesto a lo que ella deseó, pero era entendible que Lucio botó la casa por la ventana, pues se había convertido en el yerno de un conde y sería más importante en la sociedad; su ambición estaba siendo gratificada, contrario a lo que Regina estaba experimentando.
El momento más temido de la noche llegó, los novios abandonaron la fiesta, para ir a la privacidad de su recámara y consumar la unión. Todo el cuerpo de Regina temblaba, ella habría dado todo lo que tenía para seguir en la fiesta, pero también era cierto, que no tenía nada.
—Ven acá, muñequita —dijo Lucio con voz ronca y una mirada lasciva. Un nudo se aferró en la garganta de Regina. Solo escucharlo de esa forma hizo que sus intestinos se revolvieran, pero tuvo que hacer acopio de sus fuerzas cuando su esposo la haló con fuerza contra su cuerpo y no le dio tiempo de escapar a su beso.
Regina se había besado con dos hombres en su vida, el rey había sido suave, mientras que Henry fue tosco y posesivo, pero eso no se comparaba a lo que sintió con Lucio. El hombre no solo fue posesivo, sino demandante y controlador, la hizo sentir insignificante, utilizada simplemente para calmar sus ganas.
El cuerpo de Regina cayó con fuerza sobre la cama, Lucio rasgó el vestido, pues no tenía la paciencia para desvestirla con cuidado, como cualquiera esperaría que un hombre “tan enamorado” lo hiciera. Ni siquiera notó que su esposa no había usado el ajuar, demostrándole a Regina lo que en un momento alcanzó a sospechar. Alguien más lo había elegido en su nombre, solo por mero requisito.
—Ábrete para mí, muñeca —exigió él. Las lágrimas resbalaban silenciosas por las mejillas de Regina y su cuerpo estaba tenso, mientras intentaba cubrirse con sus manos —. Deja la vergüenza, soy tu esposo, además, te recuerdo que no soy el primero.
Cerró sus ojos, respiró profundo y de la misma forma en la que se había abstraído en la iglesia, lo hizo en la recámara, quedándose a disposición de su esposo, quien calmó sus deseos y la marcó como suya, como el trofeo que acababa de ganar.
Para la desventura de Regina, la situación de su noche de bodas se repitió cada noche, Lucio le susurraba de manera lasciva lo mucho que disfrutaba de hacerla suya, mientras ella sentía que moría un poco cada noche y así continuó durante las siguientes semanas, hasta el día que Lucio hizo venir a un médico para confirmar su embarazo. Ese día, Lucio bebió hasta la saciedad y Regina creyó que esa noche, por fin se libraría de dormir con él; sin embargo, esa noche fue la peor de todas.Regina cerró con fuerza los ojos, cuando sintió la mano de Lucio acariciar su brazo.—Tienes que levantarte, Regina, tu padre llega hoy —dijo, besando su hombro desnudo. Ella tembló y no fue de gusto, sino de miedo y de asco —. Ayer le hice llegar un mensaje para recibirlo, tenemos que hacerle partícipe de nuestras buenas nuevas. Estoy seguro de que mi suegro estará muy feliz de saber que su primer nieto está de camino —susurró con regocijo. Regina estuvo a punto de gritarle que ese hijo no era suyo, sol
El conde Norwood no se movió de la habitación hasta que el médico terminó de examinar a Regina.—¿Puedo hablar con usted? —le preguntó cuando el hombre estaba a punto de retirarse.—Por supuesto, lo estaré esperando en el gran salón, no puedo marcharme sin hablar con el señor Lucio —dijo, mirando con disimulo a Regina. La muchacha tembló, pues sabía que engañar a un hombre profesional y con experiencia era difícil de conseguir.—En seguida estoy con usted —respondió el Conde. El hombre asintió, tomó su bolso médico y salió de la habitación. Debatiéndose entre decirle a Lucio que le parecía extraño el abultamiento exagerado del vientre de su esposa, puesto que dudaba mucho que estuviera embarazada de gemelos, aunque… cabía la posibilidad.Entretanto, Regina miró a su padre.—¿Qué es lo que harás? —le preguntó.—Hablaré con él, despejaré todas sus dudas —dijo, sin mencionar lo que estaba dispuesto a hacer.—No creo que podamos engañarlo, papá. Ese hombre es un profesional y este no es e
Regina miró a su padre y supo pronto que había vuelto a mentir por ella. El rostro del Conde lucía sereno, pero en sus ojos estaba la angustia que sus labios no había pronunciado.—No vas a entrevistarte con Frederick, ¿verdad? —preguntó, sintiendo un nudo en la garganta.El Conde negó.—No debí pedirte que aceptaras llevar compañía, Lucio va a descubrirnos.—No, no lo hará, hija, no te preocupes por mí, lo que tienes que hacer es retener al bebé todo el tiempo que puedas en tu interior, así no habrá manera de que alguien pueda sospechar. Iré a casa por el dinero, para pagarle al doctor —dijo.—Papá.—Te quiero, Regina, perdóname si no supe ser un buen padre. En verdad, lo siento, hija mía —pronunció Norwood, abrazando a la joven.Regina se quedó sin palabras, hacía mucho tiempo que su padre no la abrazaba, tanto, que parecía haber olvidado su calor alrededor de su cuerpo; por primera vez desde que todo este infierno comenzó, volvió a sentirse protegida. Su padre siempre había sido s
Regina miró a su hijo y no pudo evitar que un nudo se le hiciera en su garganta, las lágrimas se agolparon en su ojos y su pecho se oprimió. Su embarazo había estado lleno de sufrimiento y dolor, además de incertidumbre, por lo que, era tanta su angustia, que había intentado mantener sus sentimientos por el bebé al margen, apenas los necesario para mantenerlo vivo en su vientre, pero ahora, teniéndolo en sus brazos, tan pequeño, indefenso y frágil, sintió algo extraño, que jamás había sentido, pero supo que era amor, un amor que nunca había experimentado y por el que estaba dispuesta a todo. Su pequeño Dash, era lo único que la mantendría con vida y con ganas de continuar… Nada más. Ella miró cada parte del cuerpo de su hijo, agradeció que estuviera aparentemente sano y bien, pero lo que fue una alegría, también fue una desdicha. El pequeño era hermoso, con sus ojitos vivaces, aunque prefería mantenerlos cerrados, su cabello oscuro, pero no tanto como el suyo o el de Lucio… Era inneg
La noche fue demasiado corta para Regina, luego de la visita del médico y de las pocas palabras que intercambiaron, ella no había podido pegar el ojo. La muerte de su padre, el nacimiento de Dash y el chantaje del médico, eran una gran carga mental. Regina no pudo contener las lágrimas. Mientras el sol se alzaba en el horizonte, se puso de pie para tomar al niño entre sus brazos, vestirlo y alimentarlo antes de que Lucio llegara, porque estaba segura de que lo haría.Mientras se ocupaba del niño, el recuerdo de su conversación con el médico llegó a su mente para atormentarla.«—Su padre, El Conde y yo habíamos llegado a un acuerdo económico que nos beneficiaba a todos. Supongo que, sin él, las cosas van a cambiar para usted si alguien llega a descubrir su secreto.Regina lo miró con reserva.—¿Qué es lo que quiere decir?—No pretendo incomodarla, Señora, pero necesito que usted cumpla con lo pactado con su difunto padre.—¿Y si no lo hago? —preguntó, apretando los dientes, cuando el
Regina no imaginó que sus palabras habían sido escuchadas por Greta, pero lo cierto era, que todo lo dicho con Serafina, había llegado a sus oídos y la mujer no dio espera a nada, pues salió corriendo por los pasillos en busca de Lucio. —Esa mujer te está viendo la cara y ¡estás quedando como un idiota ante ella! —gritó al entrar al estudio del hombre. —Cuida tus palabras, Greta —dijo Lucio con tono amenazante, pero la mujer no se calló. —Te vas a quedar siendo el padre de un bastardo y nada más —espetó, mirándolo con rencor por no haberla escogido a ella, pues con gusto le daría los hijos que fueran necesarios, con tal de tener una mejor vida. —¿De qué demonios estás hablando? —preguntó Lucio, levantándose de su silla y dejando el vaso de whisky sobre el lujoso escritorio de madera. —Allá arriba… Tu muñequita le está pidiendo a Serafina que le consiga hierbas para no quedar embarazada —soltó sin más. Lucio apretó los puños con rabia, sabía que Greta odiaba a Regina, pero tampoc
Regina se detuvo en lo alto de la colina, no tenía idea del lugar donde estaban, solo esperaba que estuvieran lo suficientemente lejos de la casa de Lucio, tan lejos como para no volver a toparse con nadie conocido.Había escapado, al fin había tenido el valor para huir del infierno que era su vida. Regina no sabía si reír o llorar, un nudo se formó en su garganta y un sollozo de angustia salió de sus labios.—¿Se siente bien, mi señora? —No, no sé cómo me siento, Serafina —sollozó, sosteniendo al niño contra su pecho. Sintiendo euforia y miedo a la vez.—Será mejor que continuemos —propuso Serafina y Regina la miró con desgano. —Siento que voy a desfallecer —replicó, mientras algunas lágrimas resbalaron por sus mejillas. Se sentía sobrepasada por sus emociones, la euforia y el miedo, además, Dash no había dejado de llorar durante la mayor parte de las horas que llevaban huyendo. —Mi señora, por favor, no podemos quedarnos en el camino, si nos están buscando, en cualquier momento
Regina observó a su alrededor y aunque Serafina no le había respondido a la pregunta que le hizo, sabía que estaban en un burdel, pero esto era mejor que nada. Además, si alguien las buscaba no se les ocurriría ir a un lugar como ese. Confiaba en que así fuese o de lo contrario estaría en grandes problemas. El cuerpo de Regina tembló ante el pensamiento de ser atrapada, luchó para apartar las imágenes que la atormentaban cada noche. Trató de no sentirse culpable por Dash, su hijo lo era todo para ella, había aceptado a Lucio con tal de tenerlo y de que no fuese señalado por la sociedad. Sin embargo, si pudiera volver al pasado y elegir entre casarse o verse repudiada por ser madre soltera. Elegiría cargar con la vergüenza de no tener un esposo a su lado, eso era mucho mejor que el infierno que había vivido junto a Lucio todos esos meses. Serafina había pedido ver a Annet y esta no demoró en salir vestida con un muy corto vestido y Regina respiró profundo al verla de esa forma, pues s