El cuerpo de Regina se sacudió, mientras las primeras arcadas le hicieron vomitar. Sus ojos se llenaron de lágrimas, su rostro demacrado solo era el resultado de su estado. Estaba embarazada, esperaba un hijo de Henry. Un traidor del reino de Astor y que estaba muerto.
Regina quería morirse, estaba deshonrada para cualquier hombre, su padre apenas le dirigía la palabra y la tenía encerrada en las cuatro paredes de su habitación para que nadie pudiera ver su lamentable estado.
Desde que volvieron del castillo real, todo cambió. Su padre no dejaba de recordarle en cada oportunidad que tenía, lo que había hecho. De cómo él había mentido para salvarla; de cómo por su culpa, se había comportado de manera desleal a su Rey.
Haciéndole recordar que Henry y ella…
—No, no, no —se lamentó cuando fue presa de una nueva arcada, su garganta ardía, llevaba dos días así y esa misma mañana el médico le había confirmado sus temores. Su padre había pagado una generosa cantidad de dinero para que el médico fuese discreto.
—Lady Regina, su padre la espera en el salón de invitados en una hora, me ha pedido que la ayude a vestirse —la voz de la doncella al otro lado de la puerta le hizo temblar.
—¿Sabes para qué me espera? —preguntó.
—No, mi Lady, lo siento —murmuró la muchacha. Serafina era la única de las mujeres del servicio que tenía permitida la entrada a su habitación, también era la única que sabía lo que sucedía, pues fue ella quien la descubrió el día anterior vomitando en la letrina y había corrido a informarle al Conde Norwood de la situación.
—Ayúdame a vestirme y si puedes hacer algo con este rostro, también te lo agradeceré —musitó, sin orgullo en su voz, ¿de qué le valdría en ese momento y en esas circunstancias? Era una mujer sin honra, embarazada y sin un esposo que diera la cara por ella. Un sollozo salió de su garganta dolorida. Su estómago protestó, recordándole lo que ahí dentro crecía.
Con paso tembloroso y casi sin fuerzas, bajó los peldaños de la larga escalera, se agarró con discreción para evitar caer, aunque la idea le resultaba tentadora, quizá de esa manera todo terminaría.
—Ni siquiera lo piense, Mi Lady —susurró Serafina a su lado.
Regina elevó una ceja.
—¿Qué?
—Ha murmurado sus pensamientos, Mi Lady —le dijo.
Regina tragó el nudo que se le formó en la garganta y sintió cuando la mujer tomó su cintura, para evitar que cometiera cualquier locura.
—Su padre la espera —le recordó.
Regina caminó a la biblioteca, sus manos le sudaban dentro de los guantes, un vacío se formó en la boca de su estómago al ver a su padre vestido elegante, como si fuera a asistir a algún evento importante.
—¿Te irás de viaje? —preguntó con un hilo de voz.
—No, no iré a ninguna parte, Regina. Decliné amablemente la invitación del Rey a su boda, no tengo cara para presentarme ante él —pronunció con reproche.
Regina apretó sus puños.
—Entonces…
—Tendremos visitas, te pido que te comportes a la altura de la situación, Regina, y aceptes cada una de mis palabras —dijo.
—¿Qué quieres decir con eso, papá? —preguntó con el miedo adueñándose de su voz.
—Lucio MacKay.
Regina se tambaleó al escuchar el nombre del hombre. Lucio era un hombre mayor y…
—He llegado a un acuerdo con él, su boda se llevará a cabo en tres días.
El poco color huyó del rostro de Regina, su cuerpo se tambaleó al escuchar las palabras de su padre. No podía ser, de todos los hombres, ¿por qué había elegido a Lucio?
—Ha estado casado, es viudo y sin hijos.
—No tiene ningún título noble —susurró ella sin darse cuenta.
—En tus circunstancias, Regina, no puedes pretender que elija un Duque, un Marqués o un Conde, tendrás que conformarte con un señor. Tiene tierras y riquezas, no te faltará nada a su lado —declaró Norwood con recelo.
Si el Conde hubiera podido elegir el marido perfecto para su hija, en una situación distinta, claro que habría deseado emparentar con un hombre de noble cuna; pero en su estado, era una bendición que un hombre aceptara casarse con una mujer que había perdido la virginidad, por supuesto, que a Lucio le había dado la misma versión que le dio al rey, en la que Regina había sido víctima de abuso por parte de Henry; ellos no debían saber que su entrega fue por voluntad propia y mucho menos, tenían la idea que de esa relación “fallida” venía una criatura en camino. Gracias a la discreción del rey Frederick, en la corte no se tocó el tema y en su casa, los empleados habían recibido una jugosa cantidad de dinero por su silencio y una clara amenaza de lo que podía sucederles si murmuraban sobre el tema.
Norwood no se reconocía a sí mismo, desde que decidió mentirle al rey, no había tenido paz en su conciencia, pero Regina era todo lo que tenía y estaba dispuesto a todo con tal de verla casada y que un día no muy lejano ese niño que crecía en su interior pudiera ser llamado Conde y no ser conocido como el bastardo de un traidor.
—Lucio no me agrada —susurró Regina con voz tensa.
Había tenido oportunidad de conocer a Lucio en el pasado, no le gustó desde el primer día que lo vio, había algo en él que le hacía desconfiar, sin embargo, el hombre siempre trató de acercarse y de hacerle conversación. ¿Estaba aprovechándose de la situación? ¿Habría sido su padre quién lo buscó o habría sido el mismísimo Lucio quién lo propuso? ¿Sabría sobre la pérdida de su virginidad? Lo más seguro es que lo supiera, sería demasiado arriesgado engañarlo con eso, se daría cuenta cuando se consumara la noche de bodas.
Un escalofrío recorrió su cuerpo, no quería pensar en eso, no deseaba hacerlo.
—Sea lo que sea que estés pensando, Regina, deséchalo. Ya he entregado mi palabra y no voy a retirarla.
—Tres días es muy poco, padre, yo…
—Lucio MacKay ya tiene todo resuelto, empezó con los preparativos el mismo día que cerramos el trato. No hay tiempo que perder, Regina —señaló hacia su vientre —. Lucio no puede saber que estás esperando un hijo —le advirtió.
Un nudo se formó en la garganta de Regina, quería negarse, pero sabía que no tenía más opciones que obedecer, si alguien se enteraba de que esperaba el hijo de Henry “el traidor” sus días podrían estar contados. Inconscientemente, Regina llevó su mano a su garganta.
—¿Viviremos acá, contigo? —preguntó con voz ahogada.
—Por supuesto que no, él tiene sus propias tierras y el Condado sólo les será heredado el día que des a luz a un hijo varón o el día que yo muera. No tengo sobrinos varones, ni familiar cercano que pueda quitarte el título —dijo.
Regina estuvo a punto de refutar, pero los golpes a la puerta se lo impidieron y el corazón se le detuvo cuando la madera cedió y frente a ella estaba Lucio MacKay.
—Mi Lady… —saludó, extendiendo su mano como todo un caballero.
Regina tragó el nudo en su garganta y luchó para no temblar mientras estiraba la mano. Lucio le dejó un beso sobre el dorso, a través de su guante de seda y ella sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo, solo que, fue una horrible sensación.
—Mi Lord —saludó ella con voz temblorosa.
—No sabe la ilusión que he sentido al hablar con su padre, mi Lady, desde que la vi la primera vez me ha dejado intrigado —musitó el hombre.
Si algo había aprendido Regina y de muy mala manera era a saber cuando trataban de engañarla y eso era lo que Lucio estaba haciendo. Aunque su interés desde que la conoció si era real, sabía que no tenía ilusión de ser su esposo, sino de llegar a poseer un día el título que hoy ostentaba su padre, podía adivinarlo en su mirada, esos ojos que la miraban de manera lasciva, como Henry la miraba ante de…
—Regina —llamó Norwood al ver que su hija ignoraba la pregunta de Lucio.
—¿Sí?
—Lucio te ha hecho una pregunta —le dijo, mirándola con reprobación. Regina tragó el nudo formado en su garganta, ¿qué es lo que le había preguntado?
—Tranquilo, Conde Norwood —dijo Lucio —. Le he preguntado si podemos dar un paseo por el jardín, desde la entrada pude notar que hay vastos terrenos alrededor de la casa, me gustaría conocerlos y conocer un poco más de usted.
Regina quería negarse, pero no tenía mucho qué decir.
—Si no le molesta a usted que lleve a mi doncella… —murmuró para disgusto de su padre, que carraspeó fuerte ante su respuesta.
Lucio sonrió.
—No es necesario que nos acompañe una doncella, Lady Regina, en breve seremos esposos y nos conoceremos de muchas otras maneras.
—¿Me permite hablar unas palabras con mi padre? —pidió la muchacha, se sentía en un callejón sin salida.
Lucio asintió y le regaló una sonrisa.
—La espero afuera, no demore —no era una sugerencia, parecía más bien una orden.
Regina esperó a que el hombre saliera de la habitación para ponerse de pie, sus piernas le temblaban, pero se armó de valor para dirigirse a su padre.
—No voy a casarme con él —dijo con una valentía que no sentía.
Norwood se acercó a su hija , la tomó de los brazos y se acercó a su rostro de manera peligrosa.
—He mentido al Rey por ti —gruñó—, le he mentido a ese hombre allí afuera para que aceptara casarse contigo, Regina. No me hagas perder más mi orgullo y mi paciencia —le amenazó con los dientes apretados.
—Papá…
—Te casarás en tres días y no quiero saber nada más, ahora date prisa y ve con él —le ordenó.
—Papá… —Regina no dijo nada más, pues la mirada fiera de su padre la acalló. Tendría que salir junto a su futuro esposo, un hombre que le causaba una incomodidad profunda, que no lograba explicar.
El cuerpo de Regina temblaba como una hoja mecida por el bravo viento, no podía evitarlo mientras miraba su imagen en el espejo. Estaba vestida de novia, en unos pocos minutos iba a convertirse en la esposa de Lucio, dejaría de ser la hija del Conde de Norwood y se convertiría en Regina MacKay. Tenía un cúmulo de emociones atoradas en la garganta, quería gritar y renegar su suerte, pero sabía que nada podía hacer para evitar lo que estaba por venir.Las lágrimas se derramaron por sus mejillas, cerró los ojos y recordó lo que había sucedido tres días atrás.«—Tienes que afrontar las consecuencias de tus actos, hija. Este es el precio de la traición, Regina. —Norwood liberó los brazos de Regina y se alejó de ella, posó sus manos sobre la columna, su cabeza cayó hacia adelante, cualquiera que lo viera desde el jardín, pensaría que estaba sufriendo una gran tristeza y así era. El Conde sufría igual o más que Regina, pero nada podía cambiar el destino que ellos mismos eligieron.—Ve, Luc
Para la desventura de Regina, la situación de su noche de bodas se repitió cada noche, Lucio le susurraba de manera lasciva lo mucho que disfrutaba de hacerla suya, mientras ella sentía que moría un poco cada noche y así continuó durante las siguientes semanas, hasta el día que Lucio hizo venir a un médico para confirmar su embarazo. Ese día, Lucio bebió hasta la saciedad y Regina creyó que esa noche, por fin se libraría de dormir con él; sin embargo, esa noche fue la peor de todas.Regina cerró con fuerza los ojos, cuando sintió la mano de Lucio acariciar su brazo.—Tienes que levantarte, Regina, tu padre llega hoy —dijo, besando su hombro desnudo. Ella tembló y no fue de gusto, sino de miedo y de asco —. Ayer le hice llegar un mensaje para recibirlo, tenemos que hacerle partícipe de nuestras buenas nuevas. Estoy seguro de que mi suegro estará muy feliz de saber que su primer nieto está de camino —susurró con regocijo. Regina estuvo a punto de gritarle que ese hijo no era suyo, sol
El conde Norwood no se movió de la habitación hasta que el médico terminó de examinar a Regina.—¿Puedo hablar con usted? —le preguntó cuando el hombre estaba a punto de retirarse.—Por supuesto, lo estaré esperando en el gran salón, no puedo marcharme sin hablar con el señor Lucio —dijo, mirando con disimulo a Regina. La muchacha tembló, pues sabía que engañar a un hombre profesional y con experiencia era difícil de conseguir.—En seguida estoy con usted —respondió el Conde. El hombre asintió, tomó su bolso médico y salió de la habitación. Debatiéndose entre decirle a Lucio que le parecía extraño el abultamiento exagerado del vientre de su esposa, puesto que dudaba mucho que estuviera embarazada de gemelos, aunque… cabía la posibilidad.Entretanto, Regina miró a su padre.—¿Qué es lo que harás? —le preguntó.—Hablaré con él, despejaré todas sus dudas —dijo, sin mencionar lo que estaba dispuesto a hacer.—No creo que podamos engañarlo, papá. Ese hombre es un profesional y este no es e
Regina miró a su padre y supo pronto que había vuelto a mentir por ella. El rostro del Conde lucía sereno, pero en sus ojos estaba la angustia que sus labios no había pronunciado.—No vas a entrevistarte con Frederick, ¿verdad? —preguntó, sintiendo un nudo en la garganta.El Conde negó.—No debí pedirte que aceptaras llevar compañía, Lucio va a descubrirnos.—No, no lo hará, hija, no te preocupes por mí, lo que tienes que hacer es retener al bebé todo el tiempo que puedas en tu interior, así no habrá manera de que alguien pueda sospechar. Iré a casa por el dinero, para pagarle al doctor —dijo.—Papá.—Te quiero, Regina, perdóname si no supe ser un buen padre. En verdad, lo siento, hija mía —pronunció Norwood, abrazando a la joven.Regina se quedó sin palabras, hacía mucho tiempo que su padre no la abrazaba, tanto, que parecía haber olvidado su calor alrededor de su cuerpo; por primera vez desde que todo este infierno comenzó, volvió a sentirse protegida. Su padre siempre había sido s
Regina miró a su hijo y no pudo evitar que un nudo se le hiciera en su garganta, las lágrimas se agolparon en su ojos y su pecho se oprimió. Su embarazo había estado lleno de sufrimiento y dolor, además de incertidumbre, por lo que, era tanta su angustia, que había intentado mantener sus sentimientos por el bebé al margen, apenas los necesario para mantenerlo vivo en su vientre, pero ahora, teniéndolo en sus brazos, tan pequeño, indefenso y frágil, sintió algo extraño, que jamás había sentido, pero supo que era amor, un amor que nunca había experimentado y por el que estaba dispuesta a todo. Su pequeño Dash, era lo único que la mantendría con vida y con ganas de continuar… Nada más. Ella miró cada parte del cuerpo de su hijo, agradeció que estuviera aparentemente sano y bien, pero lo que fue una alegría, también fue una desdicha. El pequeño era hermoso, con sus ojitos vivaces, aunque prefería mantenerlos cerrados, su cabello oscuro, pero no tanto como el suyo o el de Lucio… Era inneg
La noche fue demasiado corta para Regina, luego de la visita del médico y de las pocas palabras que intercambiaron, ella no había podido pegar el ojo. La muerte de su padre, el nacimiento de Dash y el chantaje del médico, eran una gran carga mental. Regina no pudo contener las lágrimas. Mientras el sol se alzaba en el horizonte, se puso de pie para tomar al niño entre sus brazos, vestirlo y alimentarlo antes de que Lucio llegara, porque estaba segura de que lo haría.Mientras se ocupaba del niño, el recuerdo de su conversación con el médico llegó a su mente para atormentarla.«—Su padre, El Conde y yo habíamos llegado a un acuerdo económico que nos beneficiaba a todos. Supongo que, sin él, las cosas van a cambiar para usted si alguien llega a descubrir su secreto.Regina lo miró con reserva.—¿Qué es lo que quiere decir?—No pretendo incomodarla, Señora, pero necesito que usted cumpla con lo pactado con su difunto padre.—¿Y si no lo hago? —preguntó, apretando los dientes, cuando el
Regina no imaginó que sus palabras habían sido escuchadas por Greta, pero lo cierto era, que todo lo dicho con Serafina, había llegado a sus oídos y la mujer no dio espera a nada, pues salió corriendo por los pasillos en busca de Lucio. —Esa mujer te está viendo la cara y ¡estás quedando como un idiota ante ella! —gritó al entrar al estudio del hombre. —Cuida tus palabras, Greta —dijo Lucio con tono amenazante, pero la mujer no se calló. —Te vas a quedar siendo el padre de un bastardo y nada más —espetó, mirándolo con rencor por no haberla escogido a ella, pues con gusto le daría los hijos que fueran necesarios, con tal de tener una mejor vida. —¿De qué demonios estás hablando? —preguntó Lucio, levantándose de su silla y dejando el vaso de whisky sobre el lujoso escritorio de madera. —Allá arriba… Tu muñequita le está pidiendo a Serafina que le consiga hierbas para no quedar embarazada —soltó sin más. Lucio apretó los puños con rabia, sabía que Greta odiaba a Regina, pero tampoc
Regina se detuvo en lo alto de la colina, no tenía idea del lugar donde estaban, solo esperaba que estuvieran lo suficientemente lejos de la casa de Lucio, tan lejos como para no volver a toparse con nadie conocido.Había escapado, al fin había tenido el valor para huir del infierno que era su vida. Regina no sabía si reír o llorar, un nudo se formó en su garganta y un sollozo de angustia salió de sus labios.—¿Se siente bien, mi señora? —No, no sé cómo me siento, Serafina —sollozó, sosteniendo al niño contra su pecho. Sintiendo euforia y miedo a la vez.—Será mejor que continuemos —propuso Serafina y Regina la miró con desgano. —Siento que voy a desfallecer —replicó, mientras algunas lágrimas resbalaron por sus mejillas. Se sentía sobrepasada por sus emociones, la euforia y el miedo, además, Dash no había dejado de llorar durante la mayor parte de las horas que llevaban huyendo. —Mi señora, por favor, no podemos quedarnos en el camino, si nos están buscando, en cualquier momento