Grace Parks, una mujer valiente y decidida, enfrenta los desafíos que la vida le presenta: un padre atrapado en la espiral de la adicción al alcohol, una renta mensual apenas suficiente y un empleo que apenas le permite llegar a fin de mes. La situación toma un giro inesperado cuando se ve envuelta en una deuda que pone en peligro su seguridad y la de su padre. A regañadientes, acepta un acuerdo con un enigmático magnate en la privacidad de su oficina, con la esperanza de saldar la deuda que los amenaza. Sin embargo, mientras se sumerge en este pacto sombrío, lucha por evitar que el amor surja entre ellos. Lo que comienza como una transacción comercial se convierte en un intrincado juego emocional cuando Grace y el magnate se enfrentan al dilema de resistir la creciente conexión entre ellos.
Leer másGraceLlevaba una semana completa sumergida entre libros, apuntes digitales y reuniones virtuales. A pesar de estar en una de las zonas más bellas de Italia, apenas había salido del estudio que Lorenza me había asignado en el ala norte de la casa Langford. Cada vez que levantaba la vista de la pantalla, me encontraba con la magnífica vista a los viñedos que se extendían ante mis ojos, un vasto océano de verde brillante y dorado que, en esos momentos, parecía susurrarme, que respirar también era importante. El aroma del café recién hecho llenaba el aire, mezclándose con el dulzor de la brisa que entraba por la ventana abierta, recordándome que, aunque el trabajo era intenso, debía recordar disfrutar de la experiencia.Una videollamada entrante sacudió mi concentración. Era mi madre. Su rostro apareció en la pantalla, iluminado por la luz suave de su cocina, un rincón donde siempre se sentía el calor del hogar.—¡Hola, madre! —dije, sonriendo al verla, ya estaba sintiéndome menos inquie
EdwardNew York, Estados Unidos.La imponente ciudad se extendía debajo, un laberinto de acero y cristal que en aquel momento, paradójicamente, se sentía lejano y ajeno.El café estaba frío, terriblemente frío. Un brebaje amargo y desprovisto de cualquier cualidad reconfortante. Había pasado tanto, tantísimo tiempo desde el momento en que lo había pedido con alguna esperanza de obtener un estímulo, que la espuma, que en su momento quizás había dibujado un efímero diseño, hacía mucho que se había desvanecido. Ahora la taza era solo un recordatorio, tangible y poco grato, de que mi cuerpo imploraba descanso, un sueño reparador y profundo, en lugar de una nueva dosis de cafeína que solo prolongaría la agonía.Apoyé los codos sobre la pulida mesa de la sala de juntas, sintiendo la frialdad del mármol traspasar la tela de mi camisa. La vista panorámica de Manhattan, usualmente inspiradora, se percibía al fondo como una imagen difusa y borrosa, casi como un reflejo distorsionado en un vidri
GraceNo sé en qué momento pasamos de una copa… a tres, o cinco, quizás seis.La sala de cata estaba tibia, cómoda, casi como una trampa suave. Stefano tenía ese tipo de voz que acompaña bien el vino: pausada, grave, con una risa fácil que se colaba entre sus palabras como si fuéramos viejos amigos. Yo solo quería probar, ser educada… pero el Gran Langford Reserva tenía esa maldita cualidad de no saber a alcohol, sino a terciopelo con memoria.—Esto es peligroso —le dije, alzando la copa vacía—. ¿Estás seguro que esto no es jugo bendecido por los dioses?Stefano se rio con ganas.—Te lo advertí. Aquí el vino no es bebida, es compañía.Me reí también. La tercera copa me hizo cosquillas en las mejillas, y caminamos entre las barricas como si el suelo flotara un poco. Cuando salimos de la bodega, el sol comenzaba a caer y todo el paisaje estaba teñido de un dorado suave que hacía que el mundo se viera más bonito de lo que seguramente era.—¿Estás bien? —me preguntó él mientras abría la p
GraceCastellina in Chianti, Casa Familia LangfordNunca en mi vida había pisado una bodega de tal calibre. No se trataba de una simple nave industrial con tanques de acero. Esto era algo más, algo palpable. El aire se espesaba alrededor, cargado de un peso invisible, como si cada rincón susurrara historias de antaño. Se podía casi tocar el tiempo, sentir las décadas sedimentadas en el ambiente. El aroma era una sinfonía compleja: la humedad profunda de la tierra fértil, el olor a madera antigua, curada por los años y el vino, y algo más... algo indefinible, sutil y persistente, una nota esquiva que no lograba identificar con precisión, pero que me llenaba el pecho de una forma extraña, una sensación casi incómoda, mezcla de respeto y anticipación. Era el tipo de lugar donde uno se sentía observado, no por ojos humanos y curiosos, sino por las memorias silenciosas que aún vivían, respiraban y se aferraban a las piedras centenarias, a las paredes gruesas que habían presenciado generaci
EdwardEl portón de hierro forjado se abrió lentamente, revelando el largo camino de grava blanca que llevaba a la casona principal. Cada piedra parecía contar una historia, susurrando secretos del pasado, mientras las bugambilias trepaban por las paredes de piedra, como si nunca se hubieran detenido en el tiempo. Respiré hondo, aferrando el volante del jeep, sintiendo cómo algo en mi pecho se aflojaba al ver el hogar de mi infancia. Era un lugar que había dejado una huella indeleble en mi alma.Grace, sentada a mi lado, observaba el paisaje con una leve sonrisa, sus ojos brillando con una mezcla de nostalgia y esperanza. Había estado aquí antes… pero nada era igual. El paisaje que alguna vez fue nuestro refugio se había transformado en un recordatorio de todo lo que habíamos vivido y perdido.—Se siente como volver a casa —murmuró, rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros.La miré de reojo, admirando esa luz en sus ojos, a pesar del yeso que envolvía su brazo, a pe
GraceEsa noche – RomaEl auto negro, un elegante sedán con vidrios polarizados, se detuvo con suavidad frente al Hotel de Russie. No era un hotel cualquiera; era uno de los lugares más exclusivos de Roma, un faro de lujo y discreción a solo unos pasos de la bulliciosa Piazza del Popolo. Desde el momento en que uno ponía un pie en el vestíbulo, decorado con una elegancia clásica que evocaba otra época, hasta el tranquilo jardín interior salpicado de luces suaves y estratégicamente ubicadas, todo parecía sacado de un sueño. O quizás, de una película romántica que solo podías realmente ver, sentir y comprender si te atrevías a vivirla en carne propia, si te permitías sumergirte en su atmósfera irreal.Nuestra suite estaba ubicada en el último piso del hotel, una ubicación privilegiada que ofrecía privacidad y vistas incomparables. Una vista panorámica de toda Roma se desplegaba majestuosamente más allá de las ventanas abiertas de par en par. Las cortinas de seda, ligeras y vaporosas, se
GraceEl sol romano acariciaba mi rostro cuando bajé del avión privado, paso a paso, por la escalera que se desplegaba como una alfombra de bienvenida. A pesar del yeso que cubría mi brazo izquierdo, me sentía más ligera, como si la ciudad misma me abrazara en un cálido apretón. Y ahí estaba él.Edward.Apoyado junto a la última escalera, con una mano en el bolsillo y los ojos fijos en mí como si nada más existiera. Su chaqueta de lino clara se movía suavemente con la brisa, y su sonrisa —esa que era solo mía— iluminaba más que el cielo despejado de Roma.—Bienvenida —dijo, ofreciéndome su mano con cuidado—. Este fin de semana será solo nuestro. Quiero que te enamores de Roma tanto como yo lo estoy de ti.Mi pecho se apretó suavemente ante esas palabras. No respondí con palabras, solo entrelacé mis dedos sanos con los suyos, sintiendo que el mundo alrededor se desvanecía, dejando solo un eco de promesa y felicidad.Un Sabor a RomaNuestro primer destino fue una pizzería legendaria en
EdwardLo primero que le había dicho a Marie fue que quería mantener tranquila a Grace. No deseaba estresarla. Pero al final, todo terminó mal… por culpa de ella.—Cuéntame lo que está pasando, por favor —pidió Grace con voz suave.No me quedó más opción que explicarle lo sucedido. Marie, notando su error, se excusó para buscar un poco de café y dejarnos solos. A regañadientes, me senté junto a Grace y le conté los hechos, aunque omití los detalles más crudos. Aun así, no pude evitar notar la inquietud en sus ojos al saber que quien quiso hacerle daño no era un desconocido, sino el exesposo de su madre.—Bueno —me aclaré la garganta, intentando cambiar de tema—, el doctor informó que en un par de días te darán el alta. Nos iremos a casa —le dije mientras acariciaba sus nudillos con ternura.Me sentía culpable. La situación la había dejado con un brazo fracturado, varios moretones y un collarín. ¿Y si hubiese sido peor? ¿Y si ella…?Cerré los ojos con fuerza, apretando los dientes hast
GraceDesperté lentamente, como si regresara de un viaje muy, muy lejano. El sonido era tan tenue, casi inaudible: el susurro de mi nombre. Era como emerger de un sueño profundo, tan pesado que me había mantenido prisionera. La transición a la conciencia fue dolorosa. Un dolor punzante recorrió cada centímetro de mi cuerpo al intentar moverme, recordándome de manera brutal cada herida, cada contusión. Mis costillas, en particular, protestaban con cada inhalación, con cada intento de llenar mis pulmones de aire. Sentía una opresión constante, un recordatorio constante de lo que había pasado. Mi brazo, quieto e inmóvil a mi lado, me hizo suponer lo peor. No sentía nada, ni siquiera un leve hormigueo. El pánico comenzó a instalarse en mi interior.Parpadeé lentamente, con dificultad, tratando de acostumbrar mis ojos a la luz que ahora inundaba la habitación. Todo parecía borroso al principio, una mancha difusa de colores y formas sin definición. Necesitaba tiempo para enfocar, para permi