Grace se deleitó con el agua tibia en su rostro, relajándose y tomándose el tiempo necesario para disfrutar del momento mientras se lavaba.—Esto es puro deleite —susurró al sentarse en el asiento, a un metro de distancia, cubierto con el mismo azulejo de la ducha. Observó cómo caía el agua, extendió la mano para sentir su suavidad y disfrutó del momento. Recordó las complicaciones en su departamento, donde tenía que dar brincos para aclimatarse antes de ducharse, una rutina diaria. Al finalizar, tomó la bata blanca detrás de la puerta y exploró las lujosas amenidades del gran lavamanos de mármol oscuro. La crema sorprendió con su aroma y textura al aplicarla en su piel, proporcionando una sensación de lujo. —Dios mío, esto es delicioso. —Se untó la crema en brazos, piernas y rostro, notando cómo aliviaba la sequedad. Reflexionó sobre el dinero y la felicidad. —Todo lo que el dinero puede hacer... dicen que el dinero no da la felicidad, pero creo que es lo contrario. Tener dinero para
Al escuchar esas palabras, Edward sintió que las cosas empezarían a ir según lo planeado, como él había previsto. Se habría sentido realmente decepcionado si Grace no hubiera aceptado, y eso habría dejado su futuro en un estado de incertidumbre. ¿Pero por qué le preocupaba eso?—Bien —respondió al levantarse, y se encaminó hacia la salida. De inmediato, repasó cuál sería el siguiente paso: conseguir ropa. Se volvió hacia Grace, que aún estaba sentada en el sofá, con los ojos muy abiertos, esperando lo que vendría a continuación. —Un asesor de moda vendrá —dijo, observándola—El ama de llaves te preparará una maleta con ropa nueva. ¿Hay algo en particular que necesites? —Grace se quedó sin palabras por un momento.— ¿A qué te refieres con ropa? ¿Me vestirás como alguien de tu altura? —Edward presionó con dureza sus labios, luego suspiró.—No quiero ofenderte, pero no puedo permitir por nada del mundo que uses la ropa desgastada que llevas puesto y en ese bolso de ropa. —Grace se cubrió
Edward observó el paisaje urbano desde su ventana, con los rascacielos dominando la vista, excepto en el área cercana a su habitación. Frente a él se extendía el río Hudson, con la majestuosa Estatua de la Libertad a lo lejos. Sus manos descansaban en los bolsillos de su pantalón mientras dejaba escapar un suspiro. — ¿Me extrañarás? —una voz femenina lo interrumpió por detrás. Al oírla, él simplemente rodó los ojos con irritación. Sarah era una de las mujeres con las que Edward satisfacía sus deseos ocasionalmente, pero ella había cruzado la línea, buscando algo más que solo placer. Aunque había dejado claro desde el principio que no quería involucrarse emocionalmente, Sarah persistía en sus intentos. Edward se giró hacia ella con seriedad, sin gesto alguno de afecto, haciendo que Sarah ajustara rápidamente su sostén y bajara la mirada para evitar observar su ira. —Lo siento. No debería haber preguntado algo que sé que nunca sucederá. —Edward se aproximó y, deteniéndose frente a el
Edward reflexionó sobre las últimas palabras de Grace en la lujosa habitación del hotel donde la había alojado. Estaba absorto en sus pensamientos mientras el avión despegaba rumbo a Italia. Ninguna mujer se había negado a compartir su cama antes, ninguna. Pero Grace logró hacer que su orgullo descendiera del pedestal en el que siempre estaba.— ¿Solo tengo diez horas para aprender todo sobre tu familia? —preguntó Grace, pasando de una hoja a otra con la información que le había dado Edward. Quería que se familiarizara con cada detalle para que los reconociera cuando llegaran. Quería que pareciera una relación real y que él le hubiera contado todo sobre su familia para evitar que sospecharan que no era así y lo descubrieran.—Es el tiempo aproximado del viaje. —respondió Edward, dando un pequeño sorbo a su copa de champán con elegancia. Observó a Grace por un momento y notó cómo sus mejillas se coloreaban cuando ella presionaba los labios y se concentraba en las hojas que sostenía. Fr
Un par de horas después, la azafata y otro ayudante comenzaron a servir la comida a los tripulantes. Grace estaba muriendo de hambre; se imaginaba devorando una vaca entera. Aunque había desayunado temprano antes de viajar, no era su costumbre, por lo que su apetito estaba por los suelos a esa hora.— El plato se llama Osso buco—, anunció Edward mientras se sentaba frente a Grace. Entre los dos, un espacio se abrió y una mesa apareció. La mujer comenzó a montar los platos. El olor era exquisito. Cuando Grace miró el plato frente a ella, quedó sorprendida.— Es un guiso de ternera cocido lentamente con vino blanco, caldo, tomate, zanahorias, cebolla y ajo— explicó Edward, mirándola a los ojos.— ¿Te gusta lo que ves? —, preguntó, captando su atención, pero era una pregunta de doble sentido que ignoró Grace.— A simple vista, parece exquisita la comida…—, respondió ella con una leve sonrisa, volviendo a posar sus ojos grises en el plato.La azafata colocó otro plato a un lado del resto.
Lorenza Langford se colgó los lentes de sol en su blusa y entrecerró los ojos al ver a Edward rodeado por su equipo de seguridad. Se quedó perpleja al presenciar cómo tomaba la mano de otra mujer y entrelazaba sus dedos con los de ella. Se acercó a la pareja, deteniéndose a cierta distancia, observando su gesto.—Madre, no esperaba que vinieras a dar la bienvenida —dijo Edward con sarcasmo.—Parece que me he perdido algo —murmuró, pero ellos escucharon claramente.—Te presento a Grace. Grace, ella es Lorenza Langford, mi madre —dijo Edward, presentando a la mujer sonriente.Lorenza aceptó la mano extendida por Grace y la observó detenidamente.—Mucho gusto, señora Langford. Eddy me ha contado tanto de ustedes que ya quería conocerlos. —Lorenza casi se le salen los ojos al escuchar cómo había llamado a su hijo, Edward quería que lo tragara la tierra, no esperaba que lo llamara así delante de su madre. Se repuso la mujer y apenas podía sonreír. —Eres bastante joven, muy pero muy, joven
Lorenza se negó rotundamente a aceptar que su hijo menor, el único de sus cuatro hijos que aún no se había casado, quisiera casarse con una “niña”. Siempre había sido la casamentera de la familia, y se sentía orgullosa de las parejas que había formado. Estaba decidida a asegurarse de que esta vez no fuera diferente.—No puedo creerlo…—sollozó, Lorenza.—Lorenza, por favor, déjalo. Edward no caerá en tu drama —dijo Alessandro, terminando su copa de vino. —Nuestro hijo, el único que no se ha casado, ha seguido su corazón —añadió, mirando a Edward y luego a su esposa. —Así que tu trabajo de casamentera no será necesario. ¿Podemos ir a cenar? Grace y el resto de la familia, deben estar muriéndose de hambre —dijo Alessandro, dirigiéndose hacia la salida del despacho. Al no escuchar que lo seguían, se detuvo y se volvió hacia ellos. — ¿Edward? —llamó su padre. Edward se levantó, se alisó la camisa y miró a su madre, quien se limpiaba bruscamente las lágrimas.—Sé que tradicionalmente me cor
Mientras bajaban las escaleras, Edward consideró detener su plan. Su familia, en su mayoría, lo abrumaba, razón por la cual no los visitaba con frecuencia. Descendieron las escaleras hacia el amplio comedor principal, donde las voces de los demás se hacían audibles. Al llegar al último escalón, Grace detuvo su avance tirando de su mano entrelazada, quedando ella de pie en el penúltimo escalón. Edward se giró ligeramente, extendiendo su mano hacia ella.— ¿Qué sucede? —preguntó Edward, notando la nerviosidad en Grace.—Recordé algo, y podrían preguntar. —respondió ella, con voz ansiosa.— ¿Qué es? —inquirió Edward, frunciendo el ceño.— ¿Cómo nos conocimos?—No estoy obligado a dar explicaciones sobre mi vida privada a nadie. —Edward estuvo a punto de rodar los ojos, pero se contuvo.—Edward, todos querrán saber cómo nos conocimos, cómo llegaste a enamorarte de mí. —susurró ella, asegurándose de que no hubiera oídos indiscretos cerca.—Bien, —soltó un suspiro cargado de pesadez; no le