81 - El desamor.

Lombardi sujetaba a Anaís del brazo, arrastrándola fuera del recinto mientras ella forcejeaba con desesperación. Las lágrimas brotaban de sus ojos y su corazón latía con una mezcla de angustia y furia.

— ¡Suéltame, Lombardi! ¡No podemos dejarlo allí! — gritó Anaís, luchando contra el agarre firme del hombre —. Escuchaste ese disparo.

— Tengo órdenes estrictas de sacarla de aquí, sAnaís. Tus lágrimas no me afectan — replicó él, sin soltarla.

— ¡Pues estás despedido! ¡Ahora mismo! — exclamó Anaís con una voz temblorosa por la rabia y el dolor.

Lombardi la miró con una mezcla de compasión y determinación. Sin decir una palabra, la cargó sobre sus hombros como si fuera un saco de plumas y caminó hacia el coche estacionado cerca de la entrada.

— ¡Bájame! ¡No puedes hacer esto! — protestó Anaís, golpeando su espalda —. Te despido.

— Luego lo hará — dijo Lombardi con frialdad al colocarla en el asiento trasero del auto y cerrar la puerta con firmeza. Su voz era calmada, pero su rostro delata
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