04 - Ecos de Sombras y Secretos.

Jorge se dejó caer en el mullido sofá de su hotel donde pasaba la noche para no estar con Anaís, su mente absorta en el cambio drástico de Anaís. Su esposa —o, mejor dicho, ex esposa— se había presentado en el juzgado con una autoridad y confianza que lo habían dejado descolocado; y ni hablar de la empresa. Los miembros lo habían informado que ella había exigido el balance financiero completo. ¿Desde cuándo Anaís tenía esas agallas? Siempre la había visto como la figura sumisa, dócil, la que compartía su mundo sin querer apropiárselo. Ahora, sin embargo, esa imagen se había desmoronado, revelando una Anaís implacable y decidida a tomar el control, una mujer que claramente ya no dependía de él.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por una voz melosa, que deslizaba cada palabra como un veneno dulce y constante.

— Finalmente te deshiciste de mi prima, terroncito — susurró Lucrecia, mientras le tomaba del brazo con gesto posesivo. Ambos estaban rodeados de algunas personas en el vestíbulo de la empresa, ejecutivos y asistentes que seguramente ya estarían sacando sus propias conclusiones.

Jorge se apartó apenas un centímetro, pero suficiente para expresar su incomodidad. Endureció el rostro y habló en un tono seco, sin mirarla directamente.

— Lucrecia, ya hemos hablado de las muestras de afecto en público — dijo con tensión en la voz —. Sabes que tanto Anaís como yo somos figuras públicas, y anunciar nuestro divorcio de esta forma solo atraería caos a nuestras vidas privadas… y a las de nuestras empresas.

Por un momento, una sombra cruzó el rostro de Lucrecia, pero la expresión desapareció tan rápido como había llegado. Fingió comprender y asintió, aunque en su mirada latía una chispa de resentimiento.

— Perdona, cariño — dijo suavemente, recuperando su sonrisa seductora —. Estoy tan feliz de que finalmente podamos estar juntos y disfrutar de nuestra relación. Esa relación que, por culpa de Anaís, nunca pudimos vivir plenamente.

Jorge asintió con desgana, mirando a otro lado, sintiendo una incomodidad creciente. Aunque no quería admitirlo, la cercanía de Lucrecia le provocaba una especie de agobio, como si estuviera envuelto en una red pegajosa de la que no podía escapar. Esa relación había sido una decisión arriesgada y cada vez se preguntaba más si había tomado el rumbo correcto al enredarse con ella. Sin embargo, ahora era un camino sin retorno, o al menos eso era lo que parecía. Lucrecia siempre había sido el amor de su vida, hasta que cayó en las garras de Anaís que convenció a su padre para ayudarlo a cambio de un matrimonio.

— Bueno, vamos a la empresa — dijo finalmente —. Necesito recoger unos documentos y luego te llevaré a tu departamento.

Cuando llegaron frente al edificio, Jorge bajó del coche, pero cuando vio que Lucrecia haría lo mismo, la detuvo.

— Espera aquí; no tardaré mucho.

Lucrecia fingió resignarse, sonriendo de forma casi calculada.

— Como tú digas, Jorge.

Subió al ascensor y respiró hondo, intentando despejar su mente antes de enfrentar los papeles y detalles que su asistente le había preparado. Sin embargo, apenas entró en su oficina, el asistente se le acercó con una invitación en mano.

— Señor Jorge, ha llegado esta invitación para un evento esta noche. Es un evento de beneficencia de la alta sociedad, al cual han sido invitados representantes de las empresas más importantes del país.

Jorge tomó la invitación, y sus ojos se endurecieron al leer la lista de asistentes. Sin rodeos, formuló la pregunta que le surgió instintivamente:

— ¿La empresa de Anaís también estará presente?

El asistente asintió, intentando ocultar la incomodidad que la pregunta le provocaba.

— Sí, señor. Anaís ha confirmado su asistencia en representación de su empresa.

Jorge frunció el ceño, molesto ante la idea de compartir espacio con ella en una gala, especialmente en un momento en el que su ruptura aún era una incógnita para la sociedad. No se lo había mencionado a Lucrecia; de hecho, no tenía intención de llevarla. Sabía que su presencia en la gala con Anaís también allí levantaría demasiadas sospechas.

Sin embargo, el suave chasquido de unos tacones al otro lado de la puerta le hizo girarse. Lucrecia, con su vestido de seda y un destello en los ojos, había aparecido en el umbral de su oficina en el momento justo, y una sonrisa astuta apareció en su rostro al escuchar sobre la gala. Sin molestarse en ocultar su presencia, se acercó hasta él, mirándolo con una mezcla de intriga y presunción.

— ¿Así que esta noche hay una gala? — dijo, fingiendo interés mientras su mirada brillaba con una curiosidad evidente.

Jorge se tensó al verla, pero rápidamente adoptó una expresión neutra.

— Es una gala benéfica para empresas, nada del otro mundo — respondió con una calma calculada —. Estaré un par de horas y luego pasaré por ti.

Lucrecia mantuvo su sonrisa, pero no intentó forzar el tema. En cambio, fingió una expresión satisfecha y le dio un beso en la mejilla antes de retirarse.

— Entonces, te esperaré — dijo con voz melosa —. O talvez salga con algunas amigas. —Le dio un beso en la mejilla —. Te espero en el coche, terroncito.

Cuando Lucrecia se marchó, Jorge sintió una sensación de alivio, aunque pasajera. Lucrecia era una sombra persistente, siempre vigilante, siempre asegurándose de obtener lo que quería. En el fondo, sabía que, si no se encargaba de manejar bien la situación, Lucrecia encontraría la manera de volverse un problema aún más grande, pero era su Lucrecia y la amaba igualmente como sea.

Más tarde, el salón de la gala estaba decorado con exquisitos candelabros y mesas de mármol, cada detalle cuidadosamente dispuesto para reflejar el lujo y la elegancia de la alta sociedad. Jorge caminaba entre la multitud, buscando rostros conocidos, estrechando manos y fingiendo una sonrisa de cordialidad. Pero a pesar de estar rodeado de personas influyentes, su atención estaba dividida. Sabía que Anaís estaba en alguna parte del salón y que tarde o temprano tendría que enfrentarla.

Finalmente, la vio: Anaís estaba de pie junto a un grupo de empresarios, su presencia irradiando una seguridad y elegancia que parecían acentuar el cambio radical que había notado en ella. Llevaba un vestido oscuro y elegante, sus labios pintados de rojo, y un porte que hacía que cualquiera a su alrededor quedara en silencio. Al verla, Jorge sintió un nudo en el estómago, como si estuviera mirando a alguien completamente diferente.

Anaís notó su mirada y lo observó de vuelta con una expresión serena, casi indiferente, como si él fuera solo una persona más entre la multitud. Ese pequeño gesto lo desconcertó. Estaba acostumbrado a que ella siempre lo mirara con dulzura o admiración, y ahora, al ver esa distancia en sus ojos, sintió que algo profundo se quebraba dentro de él.

Sin embargo, antes de que pudiera acercarse a ella, notó otra presencia familiar: Lucrecia. A pesar de sus instrucciones, Lucrecia había decidido asistir a la gala, y se aproximaba hacia él con una sonrisa que claramente estaba destinada a desafiar la situación. Su vestido era llamativo, casi extravagante, como si buscara robar la atención a toda costa.

— No pude resistirme a venir, Jorge —dijo, con una sonrisa falsa—. No quería perderme la oportunidad de acompañarte en un evento tan importante.

Jorge apretó los labios, sintiendo una ola de irritación mezclada con una incomodidad latente. Sin embargo, Lucrecia continuó, ignorando completamente su malestar y enredando su brazo en el de él.

— ¿Sabías que Anaís también está aquí? —comentó en voz baja, pero lo suficientemente fuerte como para que los invitados cercanos la escucharan—. Creo que sería un buen momento para que todo el mundo sepa la verdad sobre ustedes.

Jorge la miró, entre sorprendido y molesto. Sabía que Lucrecia podía ser impredecible, pero no esperaba que intentara forzar una situación que solo les traería problemas. Sin soltarle el brazo, le susurró con tono severo:

— Lucrecia, compórtate. Este no es el lugar ni el momento.

Ella se limitó a sonreír con malicia, mirando a Anaís de reojo. La expresión de Lucrecia dejaba en claro que consideraba esa noche como una especie de victoria personal, una oportunidad para finalmente dejar atrás a Anaís y forjar un nuevo camino junto a Jorge. Sin embargo, Jorge no podía ignorar la creciente sensación de que, lejos de ser una victoria, esto estaba por convertirse en un campo minado del que nadie saldría ileso.

Mientras tanto, Anaís observaba desde la distancia, consciente de la presencia de ambos, pero sin mostrar reacción. Estaba rodeada de ejecutivos que la felicitaban por sus nuevas decisiones y con quienes intercambiaba ideas, manteniéndose completamente ajena a la tensión que crecía al otro lado del salón.

— Es raro verla en un evento así. ¿Seguro que está todo bien entre tu esposo y tú? —preguntó una anciana cascarrabias, que quería demasiado a Anaís —. Si yo fuera tú, le tomaría de las greñas a esa chiquilina.

Anaís la miró con dulzura, pese al dolor en su corazón, le brindó una sonrisa cálida.

— No puedo hacer eso. Soy una mujer con clase, señora Berta.

— Hermosa y millonaria. Tienes razón.

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