Jorge apretó la mandíbula, sus manos temblaban ligeramente mientras trataba de procesar la absurda situación. ¿Cómo se atrevía a tocarla? Pero Anaís pagaría por haberle hecho daño.— ¿Por qué te golpeó? — preguntó.Antes de que ella pudiera responder, Doña Matilde se levantó de su asiento, golpeando el suelo con su bastón para llamar la atención de todos.— ¡¿Qué hace esta chiquilina en mi casa?! — gritó, con una mezcla de furia y desprecio en su tono —. ¡Por culpa de esta descarada, el matrimonio de mi nieto está en ruinas!Lucrecia palideció al escuchar esas palabras, su rostro ya rojo de vergüenza se tornó casi blanco.— ¡Yo... yo no…! — intentó defenderse, pero Doña Matilde no la dejó terminar.— ¡Si esta muchacha se atreviera a enfrentarse a mí, yo también la sacaría de los cabellos de mi oficina! — continuó la anciana, su voz retumbando en la sala como un trueno.Lucrecia, abrumada por la humillación, cayó de rodillas frente a Doña Matilde, con las manos juntas como si implorara
La mañana amaneció con un aire de tensión latente mientras Anaís abordaba el jet privado que la llevaría a su viaje de negocios. Vestida con un traje impecable en tonos neutros, mantenía una actitud tranquila y profesional, lista para enfrentarse a las negociaciones que definirían el futuro de su compañía. Sin embargo, algo en el ambiente le resultaba extraño, como si una sombra invisible acechara en la distancia.El destino era una conferencia empresarial exclusiva en una ciudad vecina, organizada por uno de los conglomerados más poderosos del país. Todo debía transcurrir sin sobresaltos, pero al llegar al majestuoso salón donde se celebraba la primera reunión, la sensación de incomodidad que había sentido en la mañana se intensificaba.Cuando entró, los murmullos se detuvieron por un instante, y todas las miradas se posaron en ella. Anaís, acostumbrada a ser el centro de atención en estos círculos, se mantuvo tranquila, caminando con seguridad hacia la mesa designada. Sin embargo, a
La luz del sol se filtraba a través de las cortinas del lujoso cuarto de Anaís en el hotel Luxurys, anunciando el comienzo de un nuevo día. Después de la tensión vivida la noche anterior, esperaba un día tranquilo para reorganizar sus pensamientos y enfocarse en los negocios. Pero, como solía suceder en su vida, la tranquilidad sería un lujo inalcanzable.Estaba terminando de arreglarse cuando tocaron la puerta. Al abrirla, un ramo de rosas blancas ocupó casi por completo el marco, ocultando el rostro de quien lo sostenía. Un leve aroma a frescura inundó el ambiente, y antes de que pudiera preguntar, una voz cálida y familiar rompió el silencio.— Un ramo de flores para la mujer más hermosa que he conocido.Anaís sonrió inmediatamente, reconociendo la voz.— Ernesto… — musitó con una mezcla de sorpresa y gratitud.Era la primera vez que alguien le regalaba flores, y la emoción que eso despertó en ella era completamente nueva. No era una mujer que pasara desapercibida; su inteligencia
Anaís apoyó la cabeza contra la ventana, observando el paisaje urbano pasar con rapidez mientras su mente volvía una y otra vez a la nota encontrada bajo la puerta de su habitación."Ten cuidado en quién confías. No todos tienen las mejores intenciones."El mensaje resonaba en su cabeza, pero decidió no mencionarlo a Ernesto. No quería alarmarlo ni sembrar sospechas sin pruebas claras. Aunque su gesto de traerle flores y su actitud hacia ella habían sido genuinos, ¿podía estar segura de que no había algo más?El viaje, cargado de tensión, terminó cuando el taxi llegó frente a su casa. Anaís bajó, dejando atrás las dudas por un momento. Se concentró en descansar, tratando de recuperar algo de normalidad en su vida.Al día siguiente, llegó temprano a la empresa, como siempre. El ritmo de trabajo y las exigencias del negocio familiar le brindaban un escape de los pensamientos que habían comenzado a acumularse. Todo iba según lo planeado hasta que su asistente, entró en su oficina con una
Anaís permanecía inmóvil frente a la ventana del coche, mientras los reporteros estaban entrevistando a su prima, quien, sin duda, disfrutaba de la atención. Estaba observando la ciudad que parecía seguir su curso ajena al caos que acababa de desatarse en su vida. Aunque su postura reflejaba calma, en su interior se libraba una tormenta de emociones. Frustración, confusión y un enojo abrasador latían en su pecho. Era una mezcla paralizante que le dificultaba pensar con claridad, pero al mismo tiempo, la impulsaba a actuar.Su mirada se endureció mientras se prometía que no dejaría que Lucrecia se saliera con la suya. Había trabajado demasiado duro para que el legado de su familia, construido con esfuerzo y sacrificio, fuera arrebatado de esa manera.— Señorita Anaís.La voz de su asistente la sacó de sus pensamientos. Su asistente estaba de pie detrás de ella, luciendo algo nerviosa pero decidida.— ¿Qué haces aquí? — preguntó Anaís, girándose con una expresión que intentaba ser neutr
El aire en el edificio estaba cargado de tensión. Ernesto, con los puños apretados, cruzó el vestíbulo a pasos largos. Apenas vio a Rogelio, su hombre de confianza, esperándolo junto al ascensor, lo fulminó con la mirada.— ¡¿Cómo carajos ocurrió esto, Rogelio?! — bramó, su voz resonando con furia.Rogelio dio un paso atrás, visiblemente tenso, pero mantuvo la calma. Su amigo nunca se mostraba furioso. Lo conocía desde hace años, era más que un amigo, era como un hermano para él. Sin embargo, ahora estaba muy molesto y no exactamente porque esa mujer la involucró, sino porque la razón de su ser ha sido lastimada. Rogelio nunca había visto a Ernesto tan interesado en una mujer, como lo está por la señorita Anaís, y debe admitir que le gusta ella para su amigo.— Ernesto, al parecer esa mujer ha estado siguiendo a la señorita Anaís.El hombre se acercó, invadiendo el espacio personal de Rogelio, su rostro rojo de ira.— ¿Siguiendo a Anaís? ¿Y qué tiene que ver eso conmigo?A Ernesto no
El reloj marcaba las nueve p.m., pero Anaís seguía inmersa en los documentos que el abogado había recopilado. Cada página era como una daga que perforaba su confianza en el sistema que había construido. Los números no cuadraban, las firmas parecían falsificadas, y había transacciones que nunca había aprobado. Era imposible que en ese corto lapso de un mes ocurriera todo eso. La rabia bullía en su interior, pero decidió que la furia no sería suficiente. Necesitaba acción más acción. Ya había dado el primer paso, solo quedaba esperar.El timbre sonó, llenando su piso. Se puso de pie y al abrir la puerta, se queda casi sin aire. Ernestoestía un traje, pero sin chaqueta. Su camisa blanca estaba ligeramente ajustada, destacando los músculos de su pecho y brazos. Los primeros dos botones estaban desabrochados, revelando un destello de piel, y las mangas remangadas hasta los codos añadían un aire despreocupado. Anaís tragó en seco, sintiendo cómo el ambiente se cargaba.Ernesto, notando la m
Y tal como se suponía debía de pasar, la mañana inició con un escándalo monumental. La prensa no solo rodeaba el edificio Santana, sino también de la familia Guerrero, la mansión cualquier lugar donde pudieran encontrarlos para tomar nota. El internet estaba colapsado, y los seguidores de ambos bajaron brutalmente, tanto como los comentarios negativos hacia su persona.“De amante a ladrona. La nueva cara de la corporación Santana no conforme de arruinar el matrimonio de su prima, convirtiéndose en la amante del mismísimo señor Jorge Guerrero, también, decidió robar su empresa.”Las fotos publicadas de ellos dos, en Londres, en Grecia y varios países más donde se suponía Jorge iba por viajes de negocios.La pantalla del televisor iluminaba suavemente la habitación, llenando el espacio con las voces de los presentadores de noticias. Ernesto Salinas estaba recostado en su sofá, con una pierna cruzada sobre la otra, y una sutil sonrisa orgullosa jugando en sus labios. Parecía un rey en su