XXI De caviar a embutidos

Libi seguía lamentándose por el atroz episodio, con la cabeza escondida debajo de la almohada.

—Si todavía quieres prestarme tu tarjeta de crédito, podría hacerme una cirugía plástica y cambiarme el nombre.

En su torpe intento de ser una mujer sensual y desinhibida, Libi había descubierto que no había límites para la vergüenza que podía llegar a sentir.

—No te mortifiques —la consoló Irum—, despediré a la criada y ya, fin del asunto.

—No. No puedes hacer eso. Esto fue mi culpa por... por indecente.

Irum se carcajeó.

—Las criadas deben pensar que eres una depredadora sexu4l, aprovechándote de un pobre lisiado.

Libi volvió a esconderse bajo la almohada, mortificada por las risas de Irum. Otra que estaba lejos de reír era Pepa.

—Ni en mis peores pesadillas esperé ver algo así, Conchis y tú no querías creerme. Ese tipo no es el jefe.

—Haber estado tan cerca de la muerte puede haber cambiado su perspectiva de las cosas —reflexionó Conchita, con sus estudios de psicología obtenidos en l
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