Libi seguía lamentándose por el atroz episodio, con la cabeza escondida debajo de la almohada.—Si todavía quieres prestarme tu tarjeta de crédito, podría hacerme una cirugía plástica y cambiarme el nombre.En su torpe intento de ser una mujer sensual y desinhibida, Libi había descubierto que no había límites para la vergüenza que podía llegar a sentir. —No te mortifiques —la consoló Irum—, despediré a la criada y ya, fin del asunto. —No. No puedes hacer eso. Esto fue mi culpa por... por indecente.Irum se carcajeó. —Las criadas deben pensar que eres una depredadora sexu4l, aprovechándote de un pobre lisiado.Libi volvió a esconderse bajo la almohada, mortificada por las risas de Irum. Otra que estaba lejos de reír era Pepa.—Ni en mis peores pesadillas esperé ver algo así, Conchis y tú no querías creerme. Ese tipo no es el jefe. —Haber estado tan cerca de la muerte puede haber cambiado su perspectiva de las cosas —reflexionó Conchita, con sus estudios de psicología obtenidos en l
—¿Te han comido la lengua los ratones?En el despacho, Alejandro todavía parecía descolocado por la presencia de Libi allí. Miraba como si se hubiera equivocado de casa, pero no se atreviera a hacer patente su error.—¿Me traes buenas noticias sobre Ángel?Alejandro se acomodó las gafas, recuperando la templanza que siempre dominaba su expresión de hombre listo, pero demasiado aburrido para ser tan joven.—Pensé que el plan era olvidarte de la señorita Arenquette.—Así era, pero ella se las ha arreglado para que eso no ocurra —señaló la silla en la que estaba prisionero—. Además, tengo una cicatriz de veinte centímetros en la espalda que me la recuerda cada día.—¿Entonces? ¿Retomaste tu venganza?—La venganza es un término tan infantil, yo no soy un niño enojado, Alejandro. Soy un hombre práctico que ha decidido que hacer el amor es más redituable que la guerra. Alejandro tosió, incómodo. ¿Irum había dicho "hacer el amor"? No creía él que tales términos existieran en su vocabulario.
—¿Sigues entera? —¡Lucy! ¡Qué cosas dices!—Tienes razón, reformularé mi pregunta. ¿El pez gordo lisiado sigue entero?Aquello era mucho peor. A mediodía Lucy la había llamado para chismear y enterarse de los detalles sabrosos de su fin de semana en pareja. —Lo está, no imagines cosas que no son.—No tengo que imaginarme nada, tienes la voz clara y vibrante de una mujer bien follada y eso me complace.—¡Lucy!—Las cosas como son, Libi querida, que no te avergüence vivir una sexualidad plena. ¿No te ha propuesto nada raro?—¿Raro como qué?Para Libi, que Irum quisiera ponerse meloso en la terraza era raro. Hacerlo de día y en un lugar que no fuera la cama también era raro. —Raro como sadomasoquista —explicó Lucy.Libi no pudo evitar reír a carcajadas.—Tienes tanta imaginación, deberías ser escritora.—Soy buena juzgando a la gente en base a mis prejuicios y con verle esa cara que tiene, tan seria y malhumorada, me es inevitable imaginármelo con una fusta en las manos. ¿Te ha nalgu
—Me dieron cinco días de reposo —le contó Libi a Lucy.Su amiga la había llamado al no verla en clases.—Ese lugar es tan peligroso, Libi. Deberías demandarlos por falta de seguridad.—Fue mi culpa, yo resbalé y las cajas se me cayeron encima. Ellos me asistieron de inmediato.—Entonces deberías usar casco cuando estas en la bodega o aceptar de una vez por todas irte a trabajar a empresas Sterling. Allí lo peor que podría pasarte es cortarte con papel. —Me lo pensaré.—¡¿De verdad?! Iré tanteando el terreno con el jefe de recursos humanos.—¿También te has involucrado con él?—Por supuesto que no, con nadie de la empresa. Papá debe seguir pensando que soy una niña buena y virgen.Libi por poco escupió la leche que bebía. Terminó de desayunar y volvió a la cama. Estaba tan adolorida como después del accidente automovilístico. No. Lo estaba mucho más. Las costillas se le habían vuelto a romper, tres puntos de sutura le marcaban la cabeza y se había esguinzado dos dedos, nada que no sa
—¿Qué clase de accidente puede dejarte el rostro así? —cuestionó Irum mirando el penoso estado de Libi.La certeza de que él se mantendría alejado a causa de que su silla no podía cruzar la puerta del departamento duró bastante poco. Él llegó con una silla menos robusta y sofisticada, que entraba a la perfección en cada habitación.No había lugar al que Irum Klosse no pudiera acceder, ni mentira que resistiera a su profundo análisis.Con los ojos amoratados y los labios hinchados y rotos, Libi intentó parecer convincente.—Me aplastaron unas cajas... Se me cayeron encima... —la voz se le quebró pronto y su llanto fluyó con abundancia.De seguro la pobrecilla había creído que moriría aplastada, pensaba Irum. Con tantos accidentes en tan poco tiempo tampoco viviría mucho. Las probabilidades estaban en su contra. —Tranquila, ya todo pasó —le acarició la cabeza con cautela. Tantos golpes que ella recibía acabarían por dejarla bruta si vivía lo suficiente—. Tú y yo no hacemos uno, ¿no? H
Terminados los días de reposo, Libi volvió a su trabajo. A clases no había ido, no estaba en condiciones de pensar, probablemente congelaría el semestre con la esperanza de retomarlo algún día.Su jefe le dio las buenas tardes con una mirada llena de compasión que le revolvió el estómago. Había sido él quien llamó a la policía aquel día mientras Josh, Luis y un cliente intentaban sacarle a Damien de encima. Creyendo que al comenzar sus labores tendría menos tiempo para recordar aquel momento, se puso rápido su delantal. Se equivocó, la misma mirada de su jefe la vio en Josh y en todos los demás. Su secreto era por todos conocido, pues habían sido testigos de lo que tantas veces ocurrió a puertas cerradas. Que ellos lo supieran lo volvía más real e insoportable. Eran respetuosos, no hablaban del tema, no se atrevían, pero ella se sentía juzgada por sus miradas. «¿Por qué ocultabas algo así?»«¿Por qué tenías un novio como él? ¿Eres masoquista?»«¿Por qué seguías diciéndole que lo am
Si la existencia de todos tenía un propósito, el de Libi debía ser muy grande. Testaruda, pese a sus deseos, tal vez acostumbrada al castigo que recibía su cuerpo, ella volvió a despertarse entre los vivos. Las visitas a clínicas y hospitales se habían convertido en un mero trámite. ¿Cuántos «accidentes domésticos» habría en su expediente? «Soy tan torpe», le decía a los médicos, «nunca veo por donde voy», agregaba, mientras la mano de Damien le acariciaba la espalda. Y él, como un actor de primera, decía las líneas que tan naturalmente brotaban de su boca. «Ella es tan descuidada, pero así la amo». Luego le besaba amorosamente la cabeza que él mismo había golpeado. «Eres muy afortunada por tener a un novio que te quiera tanto», le decían las enfermeras. Ella así lo creía también. Entonces venían días de maravilloso esplendor, donde todo era amor y sonrisas. Y tan feliz era Libi, que todo lo demás se le olvidaba hasta que el ciclo se repetía otra vez.«Vendrán tiempos mejores», e
La inconcebible noticia que le había dado Pepa hizo dudar a Libi de la realidad. Era una pesadilla, ella se despertaría y nada le habría pasado a Irum. Irum estaría bien, a salvo, vivo. —¡¿Cómo?! ¡¿Qué pa...só...?! —el aire salió de su cuerpo como saldría de un globo que se desinflaba. Y no pudo obligarlo a entrar, la garganta se le apretó. Se llevó una mano al pecho, le ardía. ¡Un infarto! Le estaba dando un infarto. Cayó de rodillas al suelo, boqueando como un pez moribundo. No podía respirar y la desesperación la había hecho llorar. —¡Ay no, levántese, señorita! —Pepa la cogió de un brazo y jaló hacia arriba. El rostro aterrado de Libi gesticulaba palabras mudas. «¿Auxilio?» «Me muero», Pepa no entendía, no sabía leer los labios. Asustada por el tono violáceo que comenzaba a adquirir Libi, Pepa la abofeteó. La verdad era que Irum Klosse seguía vivo, pero Pepa valoraba su trabajo y era muy obediente. «Si viene Libi, dile que me morí». Dicho y hecho, pero ahora Libi se morí