XVIII Entrega

—Esto es absurdo —reclamó Libi a lo lejos, sentada del otro extremo de la larga mesa de Irum.

Sin exagerar, los separaban al menos cinco metros.

—No es absurdo —espetó Irum desde el otro lado del mundo—, es strogonoff.

Esperó a que Libi riera. Él no solía hacer bromas y cuando las hacía, nadie se reía. No sabía por qué.

—¿Por qué tengo que sentarme acá? —siguió reclamando ella.

—Porque eres mi única invitada y tu lugar debe ser equivalente al mío, un lugar de honor. Así funciona el protocolo.

Ella ya no quiso seguir reclamando, cogió su plato, los cubiertos, la copa de vino y fue a sentarse a la izquierda de Irum.

—Eres muy indisciplinada.

—Y tú muy estricto. Estamos los dos solos, ¿a quién le importa el protocolo? ¿Tienes por ahí dentro a algún inspector de protocolos?

—Me gusta el orden.

—Pues yo soy muy desordenada, así que o chocamos o encontramos el equilibrio.

Sin querer pensar que podían acabar encontrando el equilibrio a choques, Irum estuvo de acuerdo. Que no se sentara
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