Pasaron los meses y, poco a poco, me acostumbré a no sentir la presencia de Eivor. Al principio, la ausencia de ese lazo invisible que habíamos compartido fue una herida abierta, una constante sensación de vacío que me acompañaba a todas partes. Pero con el tiempo, aprendí a enterrar esos sentimientos, a ignorar ese dolor latente que aparecía cuando menos lo esperaba. El bebé crecía en mi vientre, y con cada día que pasaba, me sumergía más en la rutina de mi vida con Darian. Él se esmeraba en hacerme sentir cómoda, protegido en su papel de alfa y futuro padre. Pero aunque el mundo alrededor de mí seguía girando, dentro de mí había una quietud dolorosa, una sensación de que algo esencial faltaba.Mi única compañía, aparte de Darian, era Elena. Cuando ella venía a visitarme, su presencia era como un soplo de aire fresco, una bocanada de vida en medio de la sofocante rutina diaria. Nos sentábamos juntas durante horas, hablando de cosas triviales. Elena siempre sabía cómo hacerme sentir m
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