A Romina siempre le pesaban las decisiones impetuosas que tomaba.Era como una condena.Lo sabía, por supuesto que sí, llevaba lidiando consigo misma por casi tres décadas. Se suponía que era tiempo suficiente como para aprender a hacer las cosas bien, o al menos intentarlo, pero ahí estaba, otra vez, con las mejillas rojas y las voces de su cabeza diciéndole que sus acciones acarrearían consecuencias.La tortuosa voz mental que le hacía creer que, sus arrebatos, la conducían por el camino de la humillación: Salté sobre él en nuestra primera cita. No volverá a llamarme. Regresará a Francia con la peor opinión de las latinas. Una vergüenza al apellido López. Al menos Lily se hizo de rogar un poquito. Incluso Vicky sabría darse más valor.Eso de sobrepensar las cosas era un tema de familia y así como Lily se ponía en miles de escenarios que nunca iban a ocurrir, Romina también llegaba a esos extremos.Por suerte James supo ver las señales de humo a tiempo y acudió a ella sin que Romina
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