XIX Padre

Alana juntó la puerta tras ella y empujó a Damián por su jardín.

—¡¿Cómo me encontraste?! ¡No tienes derecho a estar aquí, vete! ¡¿Cómo pudieron dejarte entrar sin avisarme?!

La imagen de la bella y dulce Alana que Damián había guardado en lo profundo de su corazón se enfrentaba a la realidad de una mujer furiosa, con el rostro deformado por la ira más pura. Él la había destruido.

—Alana, tenemos que hablar.

—¡No! ¡Tú ya dijiste todo lo que tenías que decir! ¡No vas a volver a jugar conmigo! ¡Vete! —Lo empujó una vez más.

Nada hizo Damián por frenar los manotazos de Alana, bien sabía que merecía eso y mucho más.

—Por favor, hablemos.

—¡No tengo nada que hablar contigo, ni ahora ni nunca!

—Alana...

—¡Vete o llamaré a la policía!

—El niño que estaba contigo...

La vista de Alana se nubló. En las tinieblas, empezó a tambalearse.

—Estás ardiendo —notó Damián al cogerla de un brazo.

Ella se lo arrebató, pero él volvió a sujetarla justo cuando las piernas se le doblaron. Cayó en pleno jard
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