Aquella última frase fue como una cubetada de agua fría para Abel, intentó acercarse a Malú, pero ella retrocedió.
—No te me acerques —gruñó Malú, la barbilla le temblaba, y el corazón le palpitaba con violencia—. Cometí el error más grande de mi vida al casarme con un hombre al que apenas conocía, un falso, mentiroso, vengativo —rugió apretando la mandíbula.
Abel deglutió la saliva con dificultad.
—¿De qué hablas? ¿Por qué dices eso? —preguntó. La expresión de su rostro mostraba contrariedad, la mandíbula le temblaba. Inhaló profundo intentando recomponerse, y así acercarse a Malú, y calmarla. Cuando caminó a ella con la mirada llena de temor. Su esposa lo detuvo con la mano.
—¡Aléjate! ¡Eres un hipócrita! —bramó abarrotada de ira, las mejillas de la jovencita estaban rojas—. Eres el ahijado de Luz Aída Garzón, pero jamás me habías dicho de esto, eres para nada sincero conmigo, fuiste el títere de esa m*****a mujer que solo le hizo daño a mi familia, te casaste conmigo solo por arruinarnos —rugió y lo miró a los ojos. —¿Lo vas a seguir negando? —Mostró las fotografías y la carta.
Abel inclinó la cabeza, escondió su mirada de la de su mujer, se llevó sus dedos al puente de la nariz. Inhaló profundo.
—Es cierto, pero debes escucharme, le debo…
—¡Basta! ¡Deja de justificar esa bruja! —gritó con la respiración agitada—. Tú y yo deberíamos ser enemigos, ¡no pareja!
Malú apretó los puños, intentando contenerse, pero no pudo, la furia y decepción que hervía por sus venas, brotó. Empujó a Abel con sus dos manos.
—Tu madrina, Luz Aída, era una psicópata, esa mujer secuestró a mi madre, cuando me llevaba en el vientre —sollozó. —¡Amenazó con acabar la vida de mi mamá, la mía y de mi hermana! —gritó con fuerza—, convirtió a mi papá en un alcohólico, le destrozó la vida a mi tío Carlos, mató a mi abuela, además de esto, ¿qué más quieres saber de tu madrina divina? —cuestionó vociferando agitada.
Abel negó con la cabeza, apretó los puños, sus pupilas se dilataron, su mirada se volvió más oscura al escuchar a su mujer.
—¡Ustedes se habrán equivocado! —zarandeó a su esposa. —¡Ella es una santa! —aseguró—, sufrió mucho a causa de ustedes —masculló con resentimiento—, me cuidaba siempre desde mi niñez, tengo que hacer justicia, por ella.
—¿Por ella? —gritó Malú con la mirada llena de decepción. —¿Por ella me engañaste? ¿Me enamoraste solo por venganza? —increpó—, jugaste conmigo, con mis sentimientos, yo te entregué todo, mi vida entera, fuiste el primer hombre en mi vida, creía que el único, fui sincera. ¿Y tú? —bramó sollozante, y empezó a darle golpes en el pecho—, solo fui el medio que te llevó a acercarte a mi familia, infeliz —vociferó y siguió golpeándolo.
Abel no la detuvo, se dejó golpear, era lo menos que se merecía, las palabras de ella, eran ciertas, y cada una se clavaba como estacas en su corazón.
—Jamás te he mentido. —La tomó de las manos—. Mis sentimientos por ti son ciertos —expresó y la miró a los ojos—. Yo te amo, estoy arrepentido del daño que causé, sé que te lastimé, que te herí, pero estoy dispuesto a remediar el desastre, por favor dame otra oportunidad, permíteme demostrarte que lo que digo es cierto.
Malú apretó los dientes negó con la cabeza, se soltó del agarre de él y lo abofeteó. Abel giró el rostro debido a la fuerza del impacto, la mejilla le ardió, pero más le sangraba el corazón.
—No te creo nada —rebatió Malú—no solo eso, aunque no fueras el ahijado de esa bruja, lo nuestro se acabó.
—¿Como así? ¿Por qué? —cuestionó Abel clavando su oscura mirada en ella.
—Cuando una persona ama en verdad, no lastima, no hace daño, una relación se basa en la confianza, en el respeto, y tú me engañaste con Leticia —bramó María Luisa, varias lágrimas viajaron por sus mejillas—, todas las veces que no llegaste a dormir, que me rechazabas, es porque estabas con ella —gimoteó balbuceando.
Abel abrió sus ojos con sorpresa, frunció el ceño.
—¡Eso no es cierto! ¿Quién te ha dicho eso? —exclamó—, jamás te traicioné, solo no llegaba a dormir, porque no quería sucumbir, porque te amo demasiado, porque me encantas, eres una tentación, y cada vez que te tenía en mis brazos, que te hacía el amor, mis deseos de venganza, se iban al caño —declaró.
Malú se llevó la mano a la frente, caminó por la habitación como una fiera enjaulada.d
—No tiene importancia, la persona que me lo dijo, me abrió los ojos, ya no mientas más, no puedo creerte, ya no confío en ti —aseveró y se llevó la mano a la cabeza—, quiero el divorcio, no deseo volver a verte, ni tener nada contigo —solicitó y salió de la alcoba, decidida a marcharse, pero Abel la detuvo, en el pasillo la agarró del brazo.
—Jamás, nunca te voy a dar el divorcio, eres mía —aseguró, intentó besarla, pero ella no se dejó, forcejearon.
Abel negó con la cabeza.
—No me toques —gritó Malú, el rostro de la jovencita estaba lleno de lágrimas—Ve a la fiscalía, pídeles las pruebas de sus crímenes, yo no miento, ella te utilizó, fuiste un títere más, jamás te amó, esa mujer no quiere a nadie.
—¡No sigas! —gritó Abel.
—¡No me toques! —rugió Malú, y se dirigió a las escaleras.
Abel la detuvo, forcejearon de nuevo, y cuando él la soltó ella no pudo sostenerse del barandal de las escaleras y rodó.
—¡Malú! —gritó Abel a viva voz, sintiendo que el corazón amenazaba con salirse del pecho, cuando la vio caer. —¡No! —exclamó y bajó corriendo casi resbalando por las escaleras.
—Arreglaré todo el desastre que causé, volveré a hacerla feliz —murmuraba Abel de rodillas en la capilla del hospital al cual había traslado a su esposa—, no me la quites por favor —suplicó mirando la imagen de Cristo—, si el precio que debo pagar por vengarme es no estar a su lado, lo aceptaré, pero no te la lleves —sollozó con desespero.Luego de desahogarse en la capilla volvió a la sala de espera, deambulaba de un lado a otro, como un desquiciado, sin tener respuesta. Pasaron tres horas hasta que un médico apareció.—¿Cómo está mi mujer? —cuestionó con desespero.El especialista se aclaró la garganta.—Es un milagro que esté con vida, sufrió un neumotórax, debido a la caída uno de sus pulmones colapsó, además tiene varios politraumatismos menores —indicó—, su estado es delicado, no le voy a mentir, además tuvimos que practicarle un legrado, lo lamento, su esposa perdió el bebé.Abel palideció por completo, parpadeó sin poder entender lo que escuchaba; su corazón sintió un pinchazo
“Perdiste a tu bebé, y no volverás a tener hijos”Esa frase retumbaba a cada instante en la mente de María Luisa. Había sido dada de alta con aquella fatídica noticia que la dejó totalmente vacía, no solamente había perdido al hombre que amaba, sino también a su hijo. Gracias a la venganza de su marido ahora se había quedado como una planta seca, incapaz de dar fruto.—Yo no lo sabía —susurró con la garganta seca acariciando su vientre plano, recostada en su antigua habitación de la Momposina—, te hubiera protegido de él, no habría permitido que su venganza te alcanzara —sollozó derrotada.—¿Cómo te sientes? —indagó su madre, entrando a la alcoba, llevando en sus manos la bandeja con comida.Malú se quedó en silencio por algunos segundos, luego parpadeó y rompió a llorar.La mamá de la chica se acercó a ella y la abrazó, le acarició el cabello, y le permitió desahogarse.—Me siento terrible, tengo el alma rota, y no sé cómo seguir adelante, nunca creí que mi vida se transformaría en e
Un mes después del divorcio María Luisa, estaba por irse a Estados Unidos y laborar en las empresas de sus tíos, cuando Martín la llamó por teléfono.—Hola, bonita, me gustaría verte. ¿Qué te parece si nos encontramos hoy en la palapa de tu finca? —cuestionó.Malú suspiró profundo al otro lado de la línea.—Acepto —respondió—. En una hora nos vemos allá.En esos meses Martín se había ganado la confianza de Malú, se había convertido en su amigo incondicional, su paño de lágrimas.Luego de colgar la llamada se alistó para acudir al encuentro.***Abel había rentado una finca cerca de la Momposina, aunque ya no hablaba con Malú, estar cerca de ella, alegraba su alma entristecida.Aparcó su vehículo frente a la entrada, cuando un chiquillo que jamás había visto apareció:—Señor —dijo agitado el infante—. La señorita Malú, me mandó a darle un recado.Abel elevó ambas cejas su corazón rugió al escuchar el nombre de ella.—¿Qué recado? —indagó con curiosidad.—Quiere verlo en una hora en los
María Luisa se removía entre sueños, en su pesadilla, veía a Abel, carcajeando. Escuchaba risas, murmullos, lo vio alejarse y luego se vio así misma envuelta en llamas. —¡No! —gritó y despertó sudando; se sentó de golpe percibiendo que todo daba vueltas a su alrededor. Percibía un agudo dolor de cabeza, todo era confuso. —¿En dónde estoy? —cuestionó.De pronto la puerta de la alcoba se abrió, intentó enfocar su vista en esa persona, pero todo era obscuridad. —Tranquila bonita —escuchó en la voz de un hombre—, estás a salvo, te rescaté del fuego. Hubo un incendio. María Luisa intentó pensar con claridad, no lograba poner en orden sus ideas.—Estoy confundida. —Miró al hombre y lo reconoció. —¿Martín? ¿Qué hago aquí? ¿En dónde estoy? —cuestionó pensativa. Él le acarició las mejillas, la observó con atención. —Tranquila, te rescaté del incendio que Abel provocó —informó. Malú sintió un pinchazo en el pecho, entonces recordó todo: el fuego, ella en medio de las llamaradas, los cafet
Varios días habían pasado desde el fallecimiento de Malú, Abel se hallaba encerrado en la fría celda, desde la penumbra su entristecido corazón no hacía otra cosa que rememorar, los instantes que vivió junto a su mujer. —Todo habría sido tan distinto —susurró con la voz apagada, mirando el techo de la celda—, ahora estaríamos juntos, esperando a nuestro bebé —expresó conteniendo las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos. Sostenía en sus manos en una fotografía de ella. Miraba su azulada mirada llena de resplandor, su amplia sonrisa, su rostro era el más bello que alguna vez contempló en alguna mujer, pero lo que más le encantaba de ella, era su fortaleza, su rebeldía, ese carácter irreverente. —¿Cómo voy a aprender a vivir sin ti? —Se cuestionó. Estiró su mano hacia la fotografía—, ya nada me importa, si no estás a mi lado —aseveró. —¡Zapata! —gritó un guardia con áspera voz—, tu abogada te necesita. Abel guardó bajó el colchón la foto de su amada. Se puso de pie y se acer
Semanas después, llegó el día del juicio. Julia, la madre de Abel, había logrado comunicarse con la señora Duque, aquella charla provocó un acercamiento entre ellas, la historia de la niñez de Abel en aquel pueblo lleno de guerrilleros conmovió a María Paz, sin embargo, las pruebas del incendio lo culpaban de la muerte de su hija. Todos los miembros de la familia Duque llegaron al juzgado. Y se fueron acomodando en las respectivas sillas. Abel salió por una puerta, esposado, vestía un elegante traje gris, y camisa negra, seguía de luto por la muerte de Malú. Observó cómo sus suegros y cuñados lo miraban con reproche. «Soy inocente» dijo en su mente. Una vez que el juez entró, se procedió al juicio. Los hombres que provocaron el incendio, expresaron que semanas antes habían sido contactados por Abel, eso era cierto, pensaba quemar parte de la cosecha y ocasionar pérdidas, pero desistió. —Yo les pedí que no lo hicieran —rugió. —Silencio —respondió el magistrado y golpeó con su maz
Seis meses después.Los días en prisión no habían sido nada fáciles para Abel; sin embargo, aprendió a sobrellevar su destino, pero lo que no sanaba era su alma, el recuerdo de Malú seguía latente como el primer día. —Zapata, te llego esto —indicó un guardia, y le entregó un sobre. Abel arrugó el ceño, se quedó pensativo. Tomó la carta, liberó un suspiro al ver que otra vez se trataba de su antiguo amigo: El padre Teodoro, a quién conocía desde la niñez. «Querido Abel, espero que tus días en prisión, te hayan servido para reflexionar, y hayas comprendido que la venganza solo lastima a quién la busca»Abel leyó aquellas líneas, la barbilla le tembló. Se sentó en la cama, y prosiguió dando lectura a las palabras que el religioso le escribió.En aquel papel le decía que estaba a cargo de un hospital de escasos recursos en Mompox, que había logrado algunos avances, pero requería ayuda.Abel empezó a sacar las fotografías, y las iba mirando una a una, hasta que una en especial captó s
Malú jugaba con los niños del pueblo a lanzar piedras al río. Sonreía con los pequeños, y así no pensaba en los sucesos que la atormentaban.—Hola, cariño —susurró la voz de un hombre, que la tomó de la cintura. —¿Me extrañaste? —indagó.Malú volvió a percibir esa extraña sensación de aversión hacia su esposo, inhaló profundo, fingió sonreír.—Claro, solo que no avisaste qué vendrías —comunicó.—Parece que no te da gusto verme —reclamó él, sintiéndose ofendido.Malú se aclaró la garganta.—Las cosas no son así, me sorprendiste es todo.—Vamos a casa —ordenó él—, anhelo tanto estar junto a mi mujer. —La recorrió de pies a cabeza.Malú percibió un escalofrío, en ocasiones le daba miedo que él, la forzara a cumplir con sus deberes de esposa, siempre le pedía a Dios, porque las cosas no sucedieran de ese modo. Ladeó los labios, y caminó junto a él, no muy feliz.****Un mes había pasado desde el descubrimiento que hizo Abel, no era día de visitas, cuando le informaron que tenía una. Sal