—Arreglaré todo el desastre que causé, volveré a hacerla feliz —murmuraba Abel de rodillas en la capilla del hospital al cual había traslado a su esposa—, no me la quites por favor —suplicó mirando la imagen de Cristo—, si el precio que debo pagar por vengarme es no estar a su lado, lo aceptaré, pero no te la lleves —sollozó con desespero.
Luego de desahogarse en la capilla volvió a la sala de espera, deambulaba de un lado a otro, como un desquiciado, sin tener respuesta. Pasaron tres horas hasta que un médico apareció.
—¿Cómo está mi mujer? —cuestionó con desespero.
El especialista se aclaró la garganta.
—Es un milagro que esté con vida, sufrió un neumotórax, debido a la caída uno de sus pulmones colapsó, además tiene varios politraumatismos menores —indicó—, su estado es delicado, no le voy a mentir, además tuvimos que practicarle un legrado, lo lamento, su esposa perdió el bebé.
Abel palideció por completo, parpadeó sin poder entender lo que escuchaba; su corazón sintió un pinchazo, que dolió en lo más profundo.
—¿Bebé? —indagó. —¿Estaba embarazada? —cuestionó con voz trémula.
—Apenas tenía cinco semanas de gestación, quizás ni ella se dio cuenta —indicó el médico—, pero eso no es todo, debido al procedimiento que aplicamos, su mujer no volverá a tener hijos —expresó.
Una mueca llena de dolor, se instauró en el rostro de Abel. Esa fue la estocada final para que el corazón de aquel hombre terminara por desangrarse, se sintió culpable.
«Si yo no la hubiera soltado de esa forma, ese bebé los habría unido por siempre» pensó para sí mismo. «Me vas a odiar aún más» recalcó en su interior temblando.
Gracias a ese indecente, el fruto de aquel amor que un día los unió, murió, ya no quedaba nada que los uniera, solo culpa y remordimiento.
Gruesas lágrimas corrían como cascadas por las mejillas de Abel.
—Quiero verla —suplicó.
—Está sedada, solo tienes cinco minutos —indicó el médico.
Abel asintió; siguió al especialista por aquellos fríos pasillos, percibiendo con cada paso su corazón agitarse. Cuando ingresó a la habitación, sintió el estómago encogérsele, las piernas le temblaron.
María Luisa estaba inconsciente, pálida, conectada a varios equipos. Abel con el rostro empañado de lágrimas, se acercó a su lado, la tomó de la mano.
—¡Perdóname! —sollozó emitiendo gemidos lastimeros—, yo no quería que esto pasara, no sabía que íbamos a tener un bebé, me duele en el alma que lo hayamos perdido —gimoteó besando la mano de ella—, tienes que recuperarte, buscaremos a los mejores especialistas, seremos una familia, no me dejes, vuelve a mi lado —suplicó balbuceando con el alma hecha pedazos—, tan solo necesito otra oportunidad para demostrarte que te amo y que puedo hacerte feliz —aseguró carraspeando.
La enfermera le indicó que debía salir.
Abel asintió, besó a Malú en la frente, las mejillas.
—Te amo, bonita, no lo olvides —expresó, sin querer separarse de su lado.
La enfermera tuvo que sacarlo a la fuerza. Abel salió de aquella habitación devastado, se dejó caer en uno de los pasillos y empezó a llorar desfogando todo su dolor.
Luego de recomponerse llamó a sus suegros, no entró en detalles, tan solo avisó que Malú había tenido un accidente.
—¿Cómo está Malú? —indagó Eduardo, el mejor amigo de Abel, llegando al hospital, para hacerle compañía.
El hombre se sobresaltó y negó con la cabeza.
—Delicada —susurró.
—No entiendo cómo se cayó. ¿Acaso la has empujado? ¿Fue parte de tu venganza? —cuestionó sin dejar de verlo a los ojos.
Abel se puso de pie de un solo golpe, y tomó del cuello a su amigo con fiereza.
—Jamás le haría daño de esa forma —rugió.
Eduardo se sacudió del agarre de su amigo.
—Estabas tan envenenado, qué ya no sé qué pensar —comentó el hombre, sobando su cuello.
Abel inclinó su cabeza, resopló y luego miró a su amigo.
—Ella, ya lo sabe todo, no quiere saber nada de mí, me odia —musitó con la voz temblorosa—, yo no sabía que estaba embarazada, íbamos a tener un bebé —gimoteó sintiendo una profunda opresión el pecho—, fue mi culpa, discutimos, yo la solté y ella no pudo agarrarse del barandal, soy un miserable —gruñó apretando los puños.
Eduardo apretó los labios, observó a su amigo con profunda tristeza, sintió pesar por él.
—Te advertí —expuso Eduardo—, en varias ocasiones te pedí que desistieras de esa absurda venganza, te dije que ibas a perder a Malú, pero no me hiciste caso, dudo mucho que luego de esto, ella quiera volver a verte.
Abel suspiró profundo, se limpió el rostro con ambas manos.
—He decidido arreglar todo el daño que cause, si se salva, dedicaré cada día de mi vida a buscar su perdón, no descansaré hasta tenerla a mi lado, de nuevo —sentenció.
****
Unas horas después Malú abrió a sus ojos, a la primera persona que logró mirar, fue a su madre.
—Mamá —expresó con la voz temblorosa, extendió su mano a ella.
—Tranquila, no hables, estamos contigo —susurró la mujer acariciándole el cabello.
—No quiero volver con Abel, no dejes que se me acerque —suplicó sollozante.
La madre de la joven frunció el ceño.
—¿Él te atacó? —cuestionó sintiendo su pecho agitado.
Malú negó con la cabeza.
—Fue un accidente —explicó y procedió a contarle todo lo que había descubierto.
La señora Duque se llenó de indignación al saber que su hija había sido engañada, y que el hombre al quién abrieron las puertas de la casa, solo había estado buscando venganza, sin embargo, a ella solo le interesaba la estabilidad emocional de su hija, sabía que iba a ser un golpe muy fuerte, saber que perdió un bebé, y que no podría embarazarse más.
***
Abel se hallaba en la fría sala de espera, acompañado de su suegro y su amigo, caminaba de un lado a otro, esperando que la señora Duque apareciera.
Cuando el taconeo de los zapatos de la dama se hizo escuchar, el corazón de Abel, rugió con violencia.
—Malú no quiere verte —expresó con firmeza y la mirada seria María Paz Vidal, madre de la joven—, te pido que abandones el hospital, antes que tomemos medidas en tu contra.
El esposo de la dama, parpadeó y luego arrugando el ceño, miró a su yerno.
—¿Qué está ocurriendo? —cuestionó apretando los dientes. —¿Acaso este hombre se atrevió a golpear a mi hija? —cuestionó con la respiración agitada.
—Sería incapaz de eso, señor Duque —rebatió Abel con voz firme—, hemos tenido una discusión, eso es todo.
—¿Qué tipo de desavenencia? —indagó Joaquín Duque, clavó su profunda y azulada mirada en su yerno.
María Paz se acercó a su esposo, lo tomó del brazo.
—No es el lugar, ni el momento para hablar de eso, ya te explicaré. —Miró a Abel, esperando que se retirara.
—Es mejor irnos —aconsejó Eduardo, y casi a la fuerza, lo sacó del hospital.
****
Dos días pasaron y Abel tuvo una reunión con el padre de su esposa.
—Puedo entender que esa m@ldita mujer te manipulara, porque la conozco demasiado bien —espetó el señor Duque—, pero lo que no tiene perdón, es que le rompieras el corazón a mi hija, eso es imperdonable —masculló.
Abel deglutió la saliva con dificultad, tomó una gran bocanada de aire.
—Solo quiero decirle que yo amo a Malú, por eso decidí no continuar con esta venganza, se lo iba a decir —resopló—, pero alguien se me adelantó. —Miró a los ojos al señor Duque—, estoy arrepentido, y dispuesto a compensar los daños.
El señor Duque lo observó con seriedad.
—Te diré algo, las cosas materiales no nos importan, eso con trabajo y esfuerzo se pueden recuperar —musitó irguiendo la barbilla—, ahora te preguntó: ¿Cómo vas a unir los trozos fragmentados del corazón de mi hija? —Se quedó en silencio—, te dejo este interrogante, piénsalo —recomendó—, por cierto, María Luisa no desea verte, y me pidió decirte que anhela el divorcio, te mandaremos a nuestros abogados —indicó y se retiró.
****
¿Creen que sea tan fácil recuperar el amor y la confianza de Malú?
No olviden dejar sus reseñas y comentarios.
“Perdiste a tu bebé, y no volverás a tener hijos”Esa frase retumbaba a cada instante en la mente de María Luisa. Había sido dada de alta con aquella fatídica noticia que la dejó totalmente vacía, no solamente había perdido al hombre que amaba, sino también a su hijo. Gracias a la venganza de su marido ahora se había quedado como una planta seca, incapaz de dar fruto.—Yo no lo sabía —susurró con la garganta seca acariciando su vientre plano, recostada en su antigua habitación de la Momposina—, te hubiera protegido de él, no habría permitido que su venganza te alcanzara —sollozó derrotada.—¿Cómo te sientes? —indagó su madre, entrando a la alcoba, llevando en sus manos la bandeja con comida.Malú se quedó en silencio por algunos segundos, luego parpadeó y rompió a llorar.La mamá de la chica se acercó a ella y la abrazó, le acarició el cabello, y le permitió desahogarse.—Me siento terrible, tengo el alma rota, y no sé cómo seguir adelante, nunca creí que mi vida se transformaría en e
Un mes después del divorcio María Luisa, estaba por irse a Estados Unidos y laborar en las empresas de sus tíos, cuando Martín la llamó por teléfono.—Hola, bonita, me gustaría verte. ¿Qué te parece si nos encontramos hoy en la palapa de tu finca? —cuestionó.Malú suspiró profundo al otro lado de la línea.—Acepto —respondió—. En una hora nos vemos allá.En esos meses Martín se había ganado la confianza de Malú, se había convertido en su amigo incondicional, su paño de lágrimas.Luego de colgar la llamada se alistó para acudir al encuentro.***Abel había rentado una finca cerca de la Momposina, aunque ya no hablaba con Malú, estar cerca de ella, alegraba su alma entristecida.Aparcó su vehículo frente a la entrada, cuando un chiquillo que jamás había visto apareció:—Señor —dijo agitado el infante—. La señorita Malú, me mandó a darle un recado.Abel elevó ambas cejas su corazón rugió al escuchar el nombre de ella.—¿Qué recado? —indagó con curiosidad.—Quiere verlo en una hora en los
María Luisa se removía entre sueños, en su pesadilla, veía a Abel, carcajeando. Escuchaba risas, murmullos, lo vio alejarse y luego se vio así misma envuelta en llamas. —¡No! —gritó y despertó sudando; se sentó de golpe percibiendo que todo daba vueltas a su alrededor. Percibía un agudo dolor de cabeza, todo era confuso. —¿En dónde estoy? —cuestionó.De pronto la puerta de la alcoba se abrió, intentó enfocar su vista en esa persona, pero todo era obscuridad. —Tranquila bonita —escuchó en la voz de un hombre—, estás a salvo, te rescaté del fuego. Hubo un incendio. María Luisa intentó pensar con claridad, no lograba poner en orden sus ideas.—Estoy confundida. —Miró al hombre y lo reconoció. —¿Martín? ¿Qué hago aquí? ¿En dónde estoy? —cuestionó pensativa. Él le acarició las mejillas, la observó con atención. —Tranquila, te rescaté del incendio que Abel provocó —informó. Malú sintió un pinchazo en el pecho, entonces recordó todo: el fuego, ella en medio de las llamaradas, los cafet
Varios días habían pasado desde el fallecimiento de Malú, Abel se hallaba encerrado en la fría celda, desde la penumbra su entristecido corazón no hacía otra cosa que rememorar, los instantes que vivió junto a su mujer. —Todo habría sido tan distinto —susurró con la voz apagada, mirando el techo de la celda—, ahora estaríamos juntos, esperando a nuestro bebé —expresó conteniendo las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos. Sostenía en sus manos en una fotografía de ella. Miraba su azulada mirada llena de resplandor, su amplia sonrisa, su rostro era el más bello que alguna vez contempló en alguna mujer, pero lo que más le encantaba de ella, era su fortaleza, su rebeldía, ese carácter irreverente. —¿Cómo voy a aprender a vivir sin ti? —Se cuestionó. Estiró su mano hacia la fotografía—, ya nada me importa, si no estás a mi lado —aseveró. —¡Zapata! —gritó un guardia con áspera voz—, tu abogada te necesita. Abel guardó bajó el colchón la foto de su amada. Se puso de pie y se acer
Semanas después, llegó el día del juicio. Julia, la madre de Abel, había logrado comunicarse con la señora Duque, aquella charla provocó un acercamiento entre ellas, la historia de la niñez de Abel en aquel pueblo lleno de guerrilleros conmovió a María Paz, sin embargo, las pruebas del incendio lo culpaban de la muerte de su hija. Todos los miembros de la familia Duque llegaron al juzgado. Y se fueron acomodando en las respectivas sillas. Abel salió por una puerta, esposado, vestía un elegante traje gris, y camisa negra, seguía de luto por la muerte de Malú. Observó cómo sus suegros y cuñados lo miraban con reproche. «Soy inocente» dijo en su mente. Una vez que el juez entró, se procedió al juicio. Los hombres que provocaron el incendio, expresaron que semanas antes habían sido contactados por Abel, eso era cierto, pensaba quemar parte de la cosecha y ocasionar pérdidas, pero desistió. —Yo les pedí que no lo hicieran —rugió. —Silencio —respondió el magistrado y golpeó con su maz
Seis meses después.Los días en prisión no habían sido nada fáciles para Abel; sin embargo, aprendió a sobrellevar su destino, pero lo que no sanaba era su alma, el recuerdo de Malú seguía latente como el primer día. —Zapata, te llego esto —indicó un guardia, y le entregó un sobre. Abel arrugó el ceño, se quedó pensativo. Tomó la carta, liberó un suspiro al ver que otra vez se trataba de su antiguo amigo: El padre Teodoro, a quién conocía desde la niñez. «Querido Abel, espero que tus días en prisión, te hayan servido para reflexionar, y hayas comprendido que la venganza solo lastima a quién la busca»Abel leyó aquellas líneas, la barbilla le tembló. Se sentó en la cama, y prosiguió dando lectura a las palabras que el religioso le escribió.En aquel papel le decía que estaba a cargo de un hospital de escasos recursos en Mompox, que había logrado algunos avances, pero requería ayuda.Abel empezó a sacar las fotografías, y las iba mirando una a una, hasta que una en especial captó s
Malú jugaba con los niños del pueblo a lanzar piedras al río. Sonreía con los pequeños, y así no pensaba en los sucesos que la atormentaban.—Hola, cariño —susurró la voz de un hombre, que la tomó de la cintura. —¿Me extrañaste? —indagó.Malú volvió a percibir esa extraña sensación de aversión hacia su esposo, inhaló profundo, fingió sonreír.—Claro, solo que no avisaste qué vendrías —comunicó.—Parece que no te da gusto verme —reclamó él, sintiéndose ofendido.Malú se aclaró la garganta.—Las cosas no son así, me sorprendiste es todo.—Vamos a casa —ordenó él—, anhelo tanto estar junto a mi mujer. —La recorrió de pies a cabeza.Malú percibió un escalofrío, en ocasiones le daba miedo que él, la forzara a cumplir con sus deberes de esposa, siempre le pedía a Dios, porque las cosas no sucedieran de ese modo. Ladeó los labios, y caminó junto a él, no muy feliz.****Un mes había pasado desde el descubrimiento que hizo Abel, no era día de visitas, cuando le informaron que tenía una. Sal
María Luisa caminaba por los fríos pasillos del hospital, de un lado a otro, percibiendo su pecho agitado, ansiaba saber el estado de salud del hombre al que había atropellado. «Pobre forastero, realmente espero que esté bien, pero si mi marido supiera que me he metido en problemas, ¡Me regañará hasta el cansancio!» hablaba consigo misma, mentalmente. «¡No quiero decírselo! Pero si este hombre muere, ¿qué voy a hacer? ¡¿Cuándo saldrá el médico?!»Sus mejillas ardían de ansiedad, así que se refrescó, dándose toquecitos con sus dedos fríos para intentar calmarse.“¡Malú, Mi amor!"Por un momento, la escena que acababa de presenciar se le vino a la mente de repente, cuando aquel desconocido le rozó con los dedos, y sintió un extraño cosquilleo. Sintió que realmente le estaba hablando y que ella era esa mujer: Malú¡«No, no, no! ¡No es posible! ¡Debe estarme confundido con otra persona!»—¡Fátima! La voz del único médico del pueblo, la sobresaltó y la sacó de sus cavilaciones. —¿Cómo