María Luisa caminaba por los fríos pasillos del hospital, de un lado a otro, percibiendo su pecho agitado, ansiaba saber el estado de salud del hombre al que había atropellado. «Pobre forastero, realmente espero que esté bien, pero si mi marido supiera que me he metido en problemas, ¡Me regañará hasta el cansancio!» hablaba consigo misma, mentalmente. «¡No quiero decírselo! Pero si este hombre muere, ¿qué voy a hacer? ¡¿Cuándo saldrá el médico?!»Sus mejillas ardían de ansiedad, así que se refrescó, dándose toquecitos con sus dedos fríos para intentar calmarse.“¡Malú, Mi amor!"Por un momento, la escena que acababa de presenciar se le vino a la mente de repente, cuando aquel desconocido le rozó con los dedos, y sintió un extraño cosquilleo. Sintió que realmente le estaba hablando y que ella era esa mujer: Malú¡«No, no, no! ¡No es posible! ¡Debe estarme confundido con otra persona!»—¡Fátima! La voz del único médico del pueblo, la sobresaltó y la sacó de sus cavilaciones. —¿Cómo
Malú permanecía estática. Cuando sus ojos se encontraron con los de él, su corazón vibró, las palabras de él, la conmovieron tanto, que no lograba reaccionar, ni pronunciar palabra. —Cálmese —solicitó cuando la voz volvió a aparecer en su garganta—, me confunde con otra persona —expresó sin entrar en más detalles, intentó soltarse del agarre de él, pero era inútil, el hombre la sostenía con desesperación.—No vuelvas a alejarte, quédate a mi lado —suplicó él, sin soltarla. Abel intentó sentarse, ansiaba abrazarla, saber que era real, y no un espejismo, pero cuando lo hizo, todo se movió a su alrededor, se agarró la cabeza, y frunció el ceño. —Es usted muy necio —rebatió Malú—, voy a llamar a un médico, no se mueva. Como pudo se soltó del agarre de él, nerviosa y conmovida por aquel extraño encuentro, salió al pasillo, a buscar al médico.****En horas de la tarde Malú no apareció por la habitación de Abel, tenía mucho trabajo con los niños de la casa hogar, que le fue imposible ir
—¿En dónde diablos estabas? —vociferó David, observando a Malú, quién apenas llegaba a casa. La mujer se sobresaltó, pegó un brinco de la impresión. Cómo si no hubiera sido suficiente todo lo que vivió junto a ese misterioso forastero, ahora para inundar más su tensión nerviosa, aparecía su esposo de improviso. —¡David! Yo, eh… me quedé en el hospital, hubo heridos. —¿Heridos? ¿En este pueblo? —cuestionó aproximándose más a ella. Malú retrocedió, inhaló profundo. —¿Por qué actúas así? —indagó—, no he hecho nada malo, solo mi trabajo. —¿Por qué mientes? —gritó y la tomó por los hombros, la zarandeó. Malú abrió sus ojos de par en par, la mirada oscura de su marido, le dio miedo, un escalofrío recorrió su columna. —Yo no digo mentiras —balbuceó. —¿Quién fue el hombre a quién atropellaste? Malú palideció por completo, miró a su esposo con asombro. «¿Cómo sabía él, cada paso de ella?» se cuestionó en la mente. —¿Me tienes vigilada? ¿No confías en mí? —rebatió. Se sacudió del ag
—¡Fue el bastardo de Martín! —gruñó Abel al otro lado de la línea hablando con su mejor amigo Eduardo—, el infeliz se hace pasar por el esposo de ella. En ese instante Abel guardó silencio, se quedó pensativo, un escalofrío recorrió su médula espinal, colgó la llamada. —Espero no se haya atrevido a tocarte —vociferó caminando con un león en cautiverio por la alcoba—, sería lo más bajo, no tienes madre —resopló, y se estremeció, al recordar la mirada llena de tristeza de Malú. —Voy a rescatarte cariño, y juro que compensaré todo el daño que te causé, lo prometo —sentenció. Bebió de un solo golpe un sorbo de agua, y de nuevo su móvil sonó. —¿Qué pasó? —indagó—, cortaste la llamada de un momento a otro. Abel se desahogó con su amigo, le contó sobre sus inquietudes con respecto a Martín. —No quiero ser cruel, pero existe esa posibilidad, él le dice que es su esposo, y ella debe cumplir. —¡No! —gritó Abel con desesperación—, en este momento voy a ir a romperle la cara a ese infeliz
Faltaban treinta minutos para que el reloj marcara las siete de la noche. Abel se miraba al espejo, ansioso, rememoraba la primera cita que tuvo con Malú, aquella vez en la playa. —Debo hacer que recuerdes —se dijo para sí mismo, justo en ese instante una llamada lo sacó de sus cavilaciones. Frunció los labios al ver que era Leticia. —¿Qué sucede? —indagó. —Buenas noches —saludó ella—, tenemos problemas, hay una ruptura estructural de una represa, debes venir de inmediato. Abel no podía moverse de Mompox, no ahora que había encontrado a Malú, y que sabía que la vida de ella estaba en peligro junto a Martín. —No puedo ir, dile a Eduardo que se haga cargo, él está capacitado también. —Eduardo tiene demasiado trabajo, está pendiente de la construcción del puente en el Quindío. —No puedo ir —sentenció Abel. —Te recuerdo que eres dueño también de esta empresa, ¿en dónde diablos estás? —Ya te dije, y no tengo por qué informarte acerca de mi vida. —Colgó la llamada. ****
Malú abrió los ojos de par en par al escuchar lo último que exclamó Abel. —¿Él no es qué? —indagó sintiendo como los latidos de su corazón se acrecentaban. Abel se aclaró la garganta, inhaló profundo, estuvo a punto de cometer una indiscreción y debía calmarse, no podía actuar por impulso. —Discúlpame, me he expresado mal, lo que intento decir es que él no es tu dueño, y que tú puedes decidir con respecto a tu vida. —Tienes razón, pero yo no tengo dinero para un especialista. —Frunció los labios. —Por eso no te preocupes, el padre Teo me ha dicho que colaboras en el hospital, pero no recibes un sueldo. —Se aproximó a ella con cautela, y se colocó en cuclillas. —¿Te gustaría trabajar para mí? La azulada mirada de Malú resplandeció ante la propuesta, pero luego pensó en que su esposo no estaría de acuerdo, sin embargo, las palabras de Abel, eran ciertas, David, no era su dueño, no podía seguir manejando la vida de ella a su antojo. —Pero… yo no quiero causarle problemas, no sé si
Eduardo regresaba de Armenia, conducía en dirección a Manizales, en medio de la carretera plagada de cafetales, miró un jeep mal estacionado. Frunció el ceño, aquel auto le era familiar, tocó la bocina varias veces, esperando que la persona que conducía reaccionara. Entonces observó las placas, y de inmediato bajó. Enseguida golpeó la ventana del auto. La conductora tenía la cabeza sobre el volante. De inmediato reconoció esa dorada cabellera. —Chiquilla ¿estás bien? ¿Te has hecho daño? —indagó tocando varias veces la ventana. La joven elevó su rostro, sus mejillas estaban empañadas en lágrimas, su castaño cabello enmarañado, enfocó su mirada llena de tristeza en el apuesto intruso, apretó los puños, al reconocer su voz. —¿Qué quieres? —rugió. —¿Acaso no fue suficiente con el daño que causaron? ¿Tú también quieres hacernos daño?Eduardo deglutió la saliva con dificultad. —Te recuerdo que yo no soy responsable de los actos de Abel, yo en muchas ocasiones le pedí que desistiera de
Malú llegó desde temprano a la iglesia del pueblo, iba enfundada en unos pantalones de mezclilla azules, una camiseta blanca, y unos zapatos deportivos, se había recogido el cabello en una cola, y cubierto la cabeza con una gorra. Un par de minutos después miró el jeep de Abel llegar. «Cálmate corazón» se dijo así misma sintiendo como su pulso se disparaba al verlo. Los labios de Malú se separaron al verlo bajar luciendo unos vaqueros celestes, una camiseta roja que se mostraba su fornido pectoral, cuando lo vio acercarse un cosquilleo le recorrió la piel, y cierta parte de su cuerpo palpitó. «¡Dios, ¿qué me pasa con este hombre? ¿Por qué me atrae tanto?» —Buenos días —saludó él, sonriente, le besó la mejilla, percibiendo una infinita emoción. —Hola —respondió ella y sintió un revoloteo en el estómago, cuando los labios de él, le rozaron el rostro. —¿Lista para tu primer día de trabajo? —indagó Abel y con discreción la recorrió con la vista, contempló su belleza. —Estoy