Queridos lectores, quise subirles hoy el final, pero los abuelos tenían derecho a conocer el nombre de los nietos, no pude subir otro capítulo, porque estoy en terapia por mi síndrome de túnel carpiano, estoy escribiendo con muñequera, así que les pido comprensión y paciencia, aspiro el miércoles subir el final, y el viernes o sábado el epílogo. Gracias.
Al día siguiente la puerta de la habitación de Malú se abrió con lentitud. Abel dormía junto a su esposa, y tenía a uno de los bebés, abrazado a su pecho. Malú, tenía sobre su brazo a su niña, también dormía. Mafer observó con ternura aquel maravilloso cuadro. —Buenos días —carraspeó. Ellos no lo escucharon; sin embargo, el llanto del pequeño Thiago, despertó a sus primos, y a su hermana. Malú abrió los ojos, se sobresaltó pensó que era uno de sus bebés. Frunció el ceño al darse cuenta de que el llanto provenía de otro lado, entonces giró, frunció los labios, la herida le dolía; sin embargo, al ver a su hermana, la mirada se le iluminó. —¡Mafer! —exclamó. María Fernanda había convencido a Eduardo de llevarla a visitar a su hermana, por la herida de la cesárea, lo más conveniente fue trasladarla en silla de ruedas. —Vine a presentarte a tus sobrinos —comentó sonriente—, y a conocer a los míos. Malú esbozó una amplia sonrisa. Abel abrió los ojos al escuchar el llanto de su hijo,
Cuando entraron al comedor observaron como María Paz y Joaquín alimentaban a los mellizos. Les daban de comer su papilla, los bebés tenían alrededor de siete meses. Balbuceaban y agitaban sus manitas. Abel y Eduardo se observaban entre ellos, apretaban los labios para no carcajear, entonces se acercaron para junto con sus esposas alimentar a sus hijos. —¿Ocurre algo? —cuestionó Joaquín al ver que todos se observaban entre ellos, y aguantaban la risa. —Nos acordamos de un chiste, muy gracioso —dijo Malú apretando los labios—, creo que estos bebés necesitan un cambio de pañal. —Miró a Abel con ojos de reproche, pues hacía un esfuerzo para controlar su risa. —Vamos Eduardo —propuso Mafer, pues su esposo era otro que no podía aguantarse más. Media hora después la cena estaba servida, y todos los miembros de la familia, fueron ocupando sus lugares, los siete se miraban entre ellos, y presionaban los labios. Malú pateó a uno de sus hermanos que susurraba bajito: I want to be free
«Abel se casó contigo solo por venganza»Aquella frase retumbaba en la mente de María Luisa Duque. Caminaba en medio de los grandes árboles que rodeaban su hacienda: La Momposina, percibiendo su corazón destrozado en miles de pedazos.Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas, de un momento a otro, su mundo se derrumbó con aquel terrible descubrimiento. A sus veintidós años, creía tener una vida perfecta, sin más preocupaciones que colaborar con sus padres en los negocios familiares. Había crecido, llena de lujos, comodidades, y sobre todo mucho amor; pero lo que ahora estaba viviendo, parecía una pesadilla. Se detuvo y se aferró al tronco de un árbol, sintiendo que todo daba vueltas a su alrededor.—Ahora lo comprendo todo —susurró apretando los ojos—, la roya en los cafetales de mi hacienda, el daño de las máquinas en la fábrica, todos los intentos por dañar la imagen de mi familia —resopló—, estabas detrás de eso Abel. ¿Por qué? —se cuestionó percibiendo en su pecho un profundo dol
Aquella última frase fue como una cubetada de agua fría para Abel, intentó acercarse a Malú, pero ella retrocedió.—No te me acerques —gruñó Malú, la barbilla le temblaba, y el corazón le palpitaba con violencia—. Cometí el error más grande de mi vida al casarme con un hombre al que apenas conocía, un falso, mentiroso, vengativo —rugió apretando la mandíbula.Abel deglutió la saliva con dificultad.—¿De qué hablas? ¿Por qué dices eso? —preguntó. La expresión de su rostro mostraba contrariedad, la mandíbula le temblaba. Inhaló profundo intentando recomponerse, y así acercarse a Malú, y calmarla. Cuando caminó a ella con la mirada llena de temor. Su esposa lo detuvo con la mano.—¡Aléjate! ¡Eres un hipócrita! —bramó abarrotada de ira, las mejillas de la jovencita estaban rojas—. Eres el ahijado de Luz Aída Garzón, pero jamás me habías dicho de esto, eres para nada sincero conmigo, fuiste el títere de esa maldita mujer que solo le hizo daño a mi familia, te casaste conmigo solo por arru
—Arreglaré todo el desastre que causé, volveré a hacerla feliz —murmuraba Abel de rodillas en la capilla del hospital al cual había traslado a su esposa—, no me la quites por favor —suplicó mirando la imagen de Cristo—, si el precio que debo pagar por vengarme es no estar a su lado, lo aceptaré, pero no te la lleves —sollozó con desespero.Luego de desahogarse en la capilla volvió a la sala de espera, deambulaba de un lado a otro, como un desquiciado, sin tener respuesta. Pasaron tres horas hasta que un médico apareció.—¿Cómo está mi mujer? —cuestionó con desespero.El especialista se aclaró la garganta.—Es un milagro que esté con vida, sufrió un neumotórax, debido a la caída uno de sus pulmones colapsó, además tiene varios politraumatismos menores —indicó—, su estado es delicado, no le voy a mentir, además tuvimos que practicarle un legrado, lo lamento, su esposa perdió el bebé.Abel palideció por completo, parpadeó sin poder entender lo que escuchaba; su corazón sintió un pinchazo
“Perdiste a tu bebé, y no volverás a tener hijos”Esa frase retumbaba a cada instante en la mente de María Luisa. Había sido dada de alta con aquella fatídica noticia que la dejó totalmente vacía, no solamente había perdido al hombre que amaba, sino también a su hijo. Gracias a la venganza de su marido ahora se había quedado como una planta seca, incapaz de dar fruto.—Yo no lo sabía —susurró con la garganta seca acariciando su vientre plano, recostada en su antigua habitación de la Momposina—, te hubiera protegido de él, no habría permitido que su venganza te alcanzara —sollozó derrotada.—¿Cómo te sientes? —indagó su madre, entrando a la alcoba, llevando en sus manos la bandeja con comida.Malú se quedó en silencio por algunos segundos, luego parpadeó y rompió a llorar.La mamá de la chica se acercó a ella y la abrazó, le acarició el cabello, y le permitió desahogarse.—Me siento terrible, tengo el alma rota, y no sé cómo seguir adelante, nunca creí que mi vida se transformaría en e
Un mes después del divorcio María Luisa, estaba por irse a Estados Unidos y laborar en las empresas de sus tíos, cuando Martín la llamó por teléfono.—Hola, bonita, me gustaría verte. ¿Qué te parece si nos encontramos hoy en la palapa de tu finca? —cuestionó.Malú suspiró profundo al otro lado de la línea.—Acepto —respondió—. En una hora nos vemos allá.En esos meses Martín se había ganado la confianza de Malú, se había convertido en su amigo incondicional, su paño de lágrimas.Luego de colgar la llamada se alistó para acudir al encuentro.***Abel había rentado una finca cerca de la Momposina, aunque ya no hablaba con Malú, estar cerca de ella, alegraba su alma entristecida.Aparcó su vehículo frente a la entrada, cuando un chiquillo que jamás había visto apareció:—Señor —dijo agitado el infante—. La señorita Malú, me mandó a darle un recado.Abel elevó ambas cejas su corazón rugió al escuchar el nombre de ella.—¿Qué recado? —indagó con curiosidad.—Quiere verlo en una hora en los
María Luisa se removía entre sueños, en su pesadilla, veía a Abel, carcajeando. Escuchaba risas, murmullos, lo vio alejarse y luego se vio así misma envuelta en llamas. —¡No! —gritó y despertó sudando; se sentó de golpe percibiendo que todo daba vueltas a su alrededor. Percibía un agudo dolor de cabeza, todo era confuso. —¿En dónde estoy? —cuestionó.De pronto la puerta de la alcoba se abrió, intentó enfocar su vista en esa persona, pero todo era obscuridad. —Tranquila bonita —escuchó en la voz de un hombre—, estás a salvo, te rescaté del fuego. Hubo un incendio. María Luisa intentó pensar con claridad, no lograba poner en orden sus ideas.—Estoy confundida. —Miró al hombre y lo reconoció. —¿Martín? ¿Qué hago aquí? ¿En dónde estoy? —cuestionó pensativa. Él le acarició las mejillas, la observó con atención. —Tranquila, te rescaté del incendio que Abel provocó —informó. Malú sintió un pinchazo en el pecho, entonces recordó todo: el fuego, ella en medio de las llamaradas, los cafet