Un mes después del divorcio María Luisa, estaba por irse a Estados Unidos y laborar en las empresas de sus tíos, cuando Martín la llamó por teléfono.
—Hola, bonita, me gustaría verte. ¿Qué te parece si nos encontramos hoy en la palapa de tu finca? —cuestionó.
Malú suspiró profundo al otro lado de la línea.
—Acepto —respondió—. En una hora nos vemos allá.
En esos meses Martín se había ganado la confianza de Malú, se había convertido en su amigo incondicional, su paño de lágrimas.
Luego de colgar la llamada se alistó para acudir al encuentro.
***
Abel había rentado una finca cerca de la Momposina, aunque ya no hablaba con Malú, estar cerca de ella, alegraba su alma entristecida.
Aparcó su vehículo frente a la entrada, cuando un chiquillo que jamás había visto apareció:
—Señor —dijo agitado el infante—. La señorita Malú, me mandó a darle un recado.
Abel elevó ambas cejas su corazón rugió al escuchar el nombre de ella.
—¿Qué recado? —indagó con curiosidad.
—Quiere verlo en una hora en los linderos de la Momposina y Rayito de luna —indicó el chiquillo.
Abel sonrió, su corazón dio varios brincos, pensó que todo ese tiempo, ella había pensado mejor las cosas, suspiró profundo.
—Ahí estaré —informó.
Enseguida subió a su auto y fue hasta un vivero cercano, no quería llegar al encuentro con ella con las manos vacías, anhelaba llevarle flores.
****
Malú caminaba en medio de los cafetales, mirando como varias parcelas estaban vacías debido a la plaga, resopló al recordar al culpable.
El sol se había ocultado por el horizonte, y empezaba a oscurecer. Ella entró a la palapa, de pronto un fuerte olor a gasolina se coló por sus fosas nasales. Parpadeó frunciendo el ceño, y antes de que pudiera reaccionar se vio envuelta en medio de llamaradas.
La madera de aquel lugar se encendió y empezó a quemarse. Malú salió corriendo por la ventana, pero los cafetales estaban en medio del fuego, el humo no la dejaba respirar con tranquilidad
—Ayuda —gritó. —¡Auxilio! —empezó a decir.
Pero nadie escuchaba su clamor, cada vez más se le dificultaba respirar, y el fuego se iba apoderando cada vez más del lugar.
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—¡Se quema la Momposina! —eran los gritos de los trabajadores.
Abel llegó a la cita observó las llamaradas, bajó corriendo para ofrecer su ayuda, todo era gran desconcierto en el lugar.
—Malú estaba en la palapa —avisó Mafer la hermana gemela de la joven—, se iba a encontrar con Martín —avisó sintiendo un dolor agudo en el pecho que no la dejaba respirar, percibiendo el mismo sofoco que su hermana.
La madre de las chicas tembló, sabía que la una lograba percibir lo que la otra sentía.
Abel sintió un escalofrío recorrer su columna. Corrió lo más que pudo hasta el incendio.
—Malú —gritó varias veces, pero no obtuvo respuesta. Estaba dispuesto a sortear las llamaradas, pero varios hombres de la finca lo detuvieron.
Dos horas duró el flagelo. María Luisa estaba desaparecida, todos la buscaban, pero la chica no apareció.
Una hora más tarde los bomberos indicaron que habían encontrado un cuerpo calcinado en el lugar que Malú solía encontrarse con sus amigos.
—El cadáver tenía esta cadena —dijo el oficial, y entregó la medalla que Malú usaba desde que era niña—, y este anillo. —Mostró el que Abel le había regalado cuando se comprometieron.
—¡No! ¿Qué ha dicho? —exclamó él—. ¡Eso no es cierto! ¡Ella no! —gritó cayendo de rodillas sobre la tierra. —¡Malú! —bramó con desespero, sus uñas se clavaron en la arena sollozando con fuerza—. Quiero verla —vociferó e intentó acercarse a la ambulancia de medicina legal, pero no se lo permitieron.
Para la familia de la joven fue un golpe terrible, no podían creer que hubiera muerto de esa forma.
—Mi niña —susurró la madre de la joven a punto de desfallecer. El padre de la joven sostuvo a su esposa, sintiendo un inmenso dolor.
No fue posible que la familia viera el cuerpo, había sido completamente calcinado. Horas más tarde, los estudios forenses determinaron que se trataba de María Luisa.
Con profundo dolor la familia decidió no alargar esa agonía, para todos era un golpe terrible, en especial para sus padres y hermanos, por lo que procedieron de inmediato con el funeral.
Al ver el dolor tan grande de Abel, no le negaron estar en el funeral, aquel hombre no se movió del féretro, parecía un muerto en vida. No comía, no dormía, no había forma de convencerlo de irse a descansar.
Al medio día de la mañana siguiente se efectuó la sepultura. La familia trasladó el féretro al cementerio de Manizales, hasta el mausoleo de la familia Duque.
En todo ese tiempo Abel no había dicho una sola palabra, pero cuando vio que metían el ataúd en la bóveda, se quebró.
—¡Malú! —volvió a gritar. —¡Te amaré por siempre! ¡Eres el amor de mi vida! —exclamó sollozando, dejándose caer desconsolado.
Su mejor amigo Eduardo intentó reconfortarlo, pero fue imposible.
—¡Estoy muerto en vida! —aseguró.
—¡Es él! —gritó Martín a los oficiales—, él dio la orden de quemar la hacienda —gritó a los cuatro vientos.
Agentes de la policía colombiana se acercaron de inmediato a Abel, y lo esposaron.
—¡No es cierto! —exclamó Abel sacudiéndose. —¡Mientes! —gritó observando con profundo odio a su ex amigo.
—¿Qué está pasando? —indagó el señor Duque ante todo el alboroto.
—Don Joaquín, el flagelo en su hacienda fue provocado —indicó el oficial—, el principal sospechoso es el señor Abel Zapata.
Todos los miembros de la familia Duque centraron sus miradas en Abel.
—¿Por qué se lo acusa? ¿Tienen pruebas? —cuestionó Eduardo.
Martín ladeó los labios, se paró en frente de todos.
—¡Escuchen! —gritó. Y puso una grabación de una llamada telefónica de meses atrás, entre Abel, y él.
—El golpe final será cuando pierdan toda la cosecha —se escuchó en la voz de Abel.
—¿Cómo piensas hacer eso? —se oyó a Martín.
—Quemaremos todos los cafetales —indicó Abel.
—¡Desgraciado! —exclamó uno de los hermanos de Malú y golpeó a Abel en el rostro.
—¡Asesino! —gritó el otro joven.
—¡Nos encargaremos de refundirte en prisión! —aseveró el señor Duque mirándolo a los ojos con seriedad.
—¡Soy inocente! —gritó Abel—, yo amo a Malú, la amaré por siempre.
—¿Qué hacías en la hacienda, hoy? —cuestionó Martín—. Es demasiada casualidad que justamente aparecieras en el momento del incendio.
—Malú me cito —explicó Abel.
—Malú tenía una cita conmigo en la palapa —gritó Martín—, eres culpable y mereces refundirte en prisión —sentenció.
Abel apretó los puños con fuerza, presionó los dientes, y observó a su amigo.
—Demostraré mi inocencia, y me las vas a pagar —rugió.
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¿Qué habrá sucedido en realidad? Leo sus conjeturas en los comentarios.
María Luisa se removía entre sueños, en su pesadilla, veía a Abel, carcajeando. Escuchaba risas, murmullos, lo vio alejarse y luego se vio así misma envuelta en llamas. —¡No! —gritó y despertó sudando; se sentó de golpe percibiendo que todo daba vueltas a su alrededor. Percibía un agudo dolor de cabeza, todo era confuso. —¿En dónde estoy? —cuestionó.De pronto la puerta de la alcoba se abrió, intentó enfocar su vista en esa persona, pero todo era obscuridad. —Tranquila bonita —escuchó en la voz de un hombre—, estás a salvo, te rescaté del fuego. Hubo un incendio. María Luisa intentó pensar con claridad, no lograba poner en orden sus ideas.—Estoy confundida. —Miró al hombre y lo reconoció. —¿Martín? ¿Qué hago aquí? ¿En dónde estoy? —cuestionó pensativa. Él le acarició las mejillas, la observó con atención. —Tranquila, te rescaté del incendio que Abel provocó —informó. Malú sintió un pinchazo en el pecho, entonces recordó todo: el fuego, ella en medio de las llamaradas, los cafet
Varios días habían pasado desde el fallecimiento de Malú, Abel se hallaba encerrado en la fría celda, desde la penumbra su entristecido corazón no hacía otra cosa que rememorar, los instantes que vivió junto a su mujer. —Todo habría sido tan distinto —susurró con la voz apagada, mirando el techo de la celda—, ahora estaríamos juntos, esperando a nuestro bebé —expresó conteniendo las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos. Sostenía en sus manos en una fotografía de ella. Miraba su azulada mirada llena de resplandor, su amplia sonrisa, su rostro era el más bello que alguna vez contempló en alguna mujer, pero lo que más le encantaba de ella, era su fortaleza, su rebeldía, ese carácter irreverente. —¿Cómo voy a aprender a vivir sin ti? —Se cuestionó. Estiró su mano hacia la fotografía—, ya nada me importa, si no estás a mi lado —aseveró. —¡Zapata! —gritó un guardia con áspera voz—, tu abogada te necesita. Abel guardó bajó el colchón la foto de su amada. Se puso de pie y se acer
Semanas después, llegó el día del juicio. Julia, la madre de Abel, había logrado comunicarse con la señora Duque, aquella charla provocó un acercamiento entre ellas, la historia de la niñez de Abel en aquel pueblo lleno de guerrilleros conmovió a María Paz, sin embargo, las pruebas del incendio lo culpaban de la muerte de su hija. Todos los miembros de la familia Duque llegaron al juzgado. Y se fueron acomodando en las respectivas sillas. Abel salió por una puerta, esposado, vestía un elegante traje gris, y camisa negra, seguía de luto por la muerte de Malú. Observó cómo sus suegros y cuñados lo miraban con reproche. «Soy inocente» dijo en su mente. Una vez que el juez entró, se procedió al juicio. Los hombres que provocaron el incendio, expresaron que semanas antes habían sido contactados por Abel, eso era cierto, pensaba quemar parte de la cosecha y ocasionar pérdidas, pero desistió. —Yo les pedí que no lo hicieran —rugió. —Silencio —respondió el magistrado y golpeó con su maz
Seis meses después.Los días en prisión no habían sido nada fáciles para Abel; sin embargo, aprendió a sobrellevar su destino, pero lo que no sanaba era su alma, el recuerdo de Malú seguía latente como el primer día. —Zapata, te llego esto —indicó un guardia, y le entregó un sobre. Abel arrugó el ceño, se quedó pensativo. Tomó la carta, liberó un suspiro al ver que otra vez se trataba de su antiguo amigo: El padre Teodoro, a quién conocía desde la niñez. «Querido Abel, espero que tus días en prisión, te hayan servido para reflexionar, y hayas comprendido que la venganza solo lastima a quién la busca»Abel leyó aquellas líneas, la barbilla le tembló. Se sentó en la cama, y prosiguió dando lectura a las palabras que el religioso le escribió.En aquel papel le decía que estaba a cargo de un hospital de escasos recursos en Mompox, que había logrado algunos avances, pero requería ayuda.Abel empezó a sacar las fotografías, y las iba mirando una a una, hasta que una en especial captó s
Malú jugaba con los niños del pueblo a lanzar piedras al río. Sonreía con los pequeños, y así no pensaba en los sucesos que la atormentaban.—Hola, cariño —susurró la voz de un hombre, que la tomó de la cintura. —¿Me extrañaste? —indagó.Malú volvió a percibir esa extraña sensación de aversión hacia su esposo, inhaló profundo, fingió sonreír.—Claro, solo que no avisaste qué vendrías —comunicó.—Parece que no te da gusto verme —reclamó él, sintiéndose ofendido.Malú se aclaró la garganta.—Las cosas no son así, me sorprendiste es todo.—Vamos a casa —ordenó él—, anhelo tanto estar junto a mi mujer. —La recorrió de pies a cabeza.Malú percibió un escalofrío, en ocasiones le daba miedo que él, la forzara a cumplir con sus deberes de esposa, siempre le pedía a Dios, porque las cosas no sucedieran de ese modo. Ladeó los labios, y caminó junto a él, no muy feliz.****Un mes había pasado desde el descubrimiento que hizo Abel, no era día de visitas, cuando le informaron que tenía una. Sal
María Luisa caminaba por los fríos pasillos del hospital, de un lado a otro, percibiendo su pecho agitado, ansiaba saber el estado de salud del hombre al que había atropellado. «Pobre forastero, realmente espero que esté bien, pero si mi marido supiera que me he metido en problemas, ¡Me regañará hasta el cansancio!» hablaba consigo misma, mentalmente. «¡No quiero decírselo! Pero si este hombre muere, ¿qué voy a hacer? ¡¿Cuándo saldrá el médico?!»Sus mejillas ardían de ansiedad, así que se refrescó, dándose toquecitos con sus dedos fríos para intentar calmarse.“¡Malú, Mi amor!"Por un momento, la escena que acababa de presenciar se le vino a la mente de repente, cuando aquel desconocido le rozó con los dedos, y sintió un extraño cosquilleo. Sintió que realmente le estaba hablando y que ella era esa mujer: Malú¡«No, no, no! ¡No es posible! ¡Debe estarme confundido con otra persona!»—¡Fátima! La voz del único médico del pueblo, la sobresaltó y la sacó de sus cavilaciones. —¿Cómo
Malú permanecía estática. Cuando sus ojos se encontraron con los de él, su corazón vibró, las palabras de él, la conmovieron tanto, que no lograba reaccionar, ni pronunciar palabra. —Cálmese —solicitó cuando la voz volvió a aparecer en su garganta—, me confunde con otra persona —expresó sin entrar en más detalles, intentó soltarse del agarre de él, pero era inútil, el hombre la sostenía con desesperación.—No vuelvas a alejarte, quédate a mi lado —suplicó él, sin soltarla. Abel intentó sentarse, ansiaba abrazarla, saber que era real, y no un espejismo, pero cuando lo hizo, todo se movió a su alrededor, se agarró la cabeza, y frunció el ceño. —Es usted muy necio —rebatió Malú—, voy a llamar a un médico, no se mueva. Como pudo se soltó del agarre de él, nerviosa y conmovida por aquel extraño encuentro, salió al pasillo, a buscar al médico.****En horas de la tarde Malú no apareció por la habitación de Abel, tenía mucho trabajo con los niños de la casa hogar, que le fue imposible ir
—¿En dónde diablos estabas? —vociferó David, observando a Malú, quién apenas llegaba a casa. La mujer se sobresaltó, pegó un brinco de la impresión. Cómo si no hubiera sido suficiente todo lo que vivió junto a ese misterioso forastero, ahora para inundar más su tensión nerviosa, aparecía su esposo de improviso. —¡David! Yo, eh… me quedé en el hospital, hubo heridos. —¿Heridos? ¿En este pueblo? —cuestionó aproximándose más a ella. Malú retrocedió, inhaló profundo. —¿Por qué actúas así? —indagó—, no he hecho nada malo, solo mi trabajo. —¿Por qué mientes? —gritó y la tomó por los hombros, la zarandeó. Malú abrió sus ojos de par en par, la mirada oscura de su marido, le dio miedo, un escalofrío recorrió su columna. —Yo no digo mentiras —balbuceó. —¿Quién fue el hombre a quién atropellaste? Malú palideció por completo, miró a su esposo con asombro. «¿Cómo sabía él, cada paso de ella?» se cuestionó en la mente. —¿Me tienes vigilada? ¿No confías en mí? —rebatió. Se sacudió del ag