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Capítulo 3: ¡Estoy muerto en vida!

Un mes después del divorcio María Luisa, estaba por irse a Estados Unidos y laborar en las empresas de sus tíos, cuando Martín la llamó por teléfono.

—Hola, bonita, me gustaría verte. ¿Qué te parece si nos encontramos hoy en la palapa de tu finca? —cuestionó.

Malú suspiró profundo al otro lado de la línea.

—Acepto —respondió—. En una hora nos vemos allá.

En esos meses Martín se había ganado la confianza de Malú, se había convertido en su amigo incondicional, su paño de lágrimas.

Luego de colgar la llamada se alistó para acudir al encuentro.

***

Abel había rentado una finca cerca de la Momposina, aunque ya no hablaba con Malú, estar cerca de ella, alegraba su alma entristecida.

Aparcó su vehículo frente a la entrada, cuando un chiquillo que jamás había visto apareció:

—Señor —dijo agitado el infante—. La señorita Malú, me mandó a darle un recado.

Abel elevó ambas cejas su corazón rugió al escuchar el nombre de ella.

—¿Qué recado? —indagó con curiosidad.

—Quiere verlo en una hora en los linderos de la Momposina y Rayito de luna —indicó el chiquillo.

Abel sonrió, su corazón dio varios brincos, pensó que todo ese tiempo, ella había pensado mejor las cosas, suspiró profundo.

—Ahí estaré —informó.

Enseguida subió a su auto y fue hasta un vivero cercano, no quería llegar al encuentro con ella con las manos vacías, anhelaba llevarle flores.

****

Malú caminaba en medio de los cafetales, mirando como varias parcelas estaban vacías debido a la plaga, resopló al recordar al culpable.

El sol se había ocultado por el horizonte, y empezaba a oscurecer. Ella entró a la palapa, de pronto un fuerte olor a gasolina se coló por sus fosas nasales. Parpadeó frunciendo el ceño, y antes de que pudiera reaccionar se vio envuelta en medio de llamaradas.

La madera de aquel lugar se encendió y empezó a quemarse. Malú salió corriendo por la ventana, pero los cafetales estaban en medio del fuego, el humo no la dejaba respirar con tranquilidad

—Ayuda —gritó. —¡Auxilio! —empezó a decir.

Pero nadie escuchaba su clamor, cada vez más se le dificultaba respirar, y el fuego se iba apoderando cada vez más del lugar.

****

—¡Se quema la Momposina! —eran los gritos de los trabajadores.

Abel llegó a la cita observó las llamaradas, bajó corriendo para ofrecer su ayuda, todo era gran desconcierto en el lugar.

—Malú estaba en la palapa —avisó Mafer la hermana gemela de la joven—, se iba a encontrar con Martín —avisó sintiendo un dolor agudo en el pecho que no la dejaba respirar, percibiendo el mismo sofoco que su hermana.

La madre de las chicas tembló, sabía que la una lograba percibir lo que la otra sentía.

Abel sintió un escalofrío recorrer su columna. Corrió lo más que pudo hasta el incendio.

—Malú —gritó varias veces, pero no obtuvo respuesta. Estaba dispuesto a sortear las llamaradas, pero varios hombres de la finca lo detuvieron. 

Dos horas duró el flagelo. María Luisa estaba desaparecida, todos la buscaban, pero la chica no apareció.

Una hora más tarde los bomberos indicaron que habían encontrado un cuerpo calcinado en el lugar que Malú solía encontrarse con sus amigos.

—El cadáver tenía esta cadena —dijo el oficial, y entregó la medalla que Malú usaba desde que era niña—, y este anillo. —Mostró el que Abel le había regalado cuando se comprometieron.

—¡No! ¿Qué ha dicho? —exclamó él—. ¡Eso no es cierto! ¡Ella no! —gritó cayendo de rodillas sobre la tierra. —¡Malú! —bramó con desespero, sus uñas se clavaron en la arena sollozando con fuerza—. Quiero verla —vociferó e intentó acercarse a la ambulancia de medicina legal, pero no se lo permitieron.

Para la familia de la joven fue un golpe terrible, no podían creer que hubiera muerto de esa forma.

—Mi niña —susurró la madre de la joven a punto de desfallecer.  El padre de la joven sostuvo a su esposa, sintiendo un inmenso dolor.

No fue posible que la familia viera el cuerpo, había sido completamente calcinado. Horas más tarde, los estudios forenses determinaron que se trataba de María Luisa.

Con profundo dolor la familia decidió no alargar esa agonía, para todos era un golpe terrible, en especial para sus padres y hermanos, por lo que procedieron de inmediato con el funeral. 

Al ver el dolor tan grande de Abel, no le negaron estar en el funeral, aquel hombre no se movió del féretro, parecía un muerto en vida.  No comía, no dormía, no había forma de convencerlo de irse a descansar.

Al medio día de la mañana siguiente se efectuó la sepultura. La familia trasladó el féretro al cementerio de Manizales, hasta el mausoleo de la familia Duque.

En todo ese tiempo Abel no había dicho una sola palabra, pero cuando vio que metían el ataúd en la bóveda, se quebró.

—¡Malú! —volvió a gritar. —¡Te amaré por siempre! ¡Eres el amor de mi vida! —exclamó sollozando, dejándose caer desconsolado.

Su mejor amigo Eduardo intentó reconfortarlo, pero fue imposible.

—¡Estoy muerto en vida! —aseguró.

—¡Es él! —gritó Martín a los oficiales—, él dio la orden de quemar la hacienda —gritó a los cuatro vientos.

Agentes de la policía colombiana se acercaron de inmediato a Abel, y lo esposaron.

—¡No es cierto! —exclamó Abel sacudiéndose. —¡Mientes! —gritó observando con profundo odio a su ex amigo.

—¿Qué está pasando? —indagó el señor Duque ante todo el alboroto.

—Don Joaquín, el flagelo en su hacienda fue provocado —indicó el oficial—, el principal sospechoso es el señor Abel Zapata.

Todos los miembros de la familia Duque centraron sus miradas en Abel.

—¿Por qué se lo acusa? ¿Tienen pruebas? —cuestionó Eduardo.

Martín ladeó los labios, se paró en frente de todos.

—¡Escuchen! —gritó. Y puso una grabación de una llamada telefónica de meses atrás, entre Abel, y él.

—El golpe final será cuando pierdan toda la cosecha —se escuchó en la voz de Abel.

—¿Cómo piensas hacer eso? —se oyó a Martín.

—Quemaremos todos los cafetales —indicó Abel.

—¡Desgraciado! —exclamó uno de los hermanos de Malú y golpeó a Abel en el rostro.

—¡Asesino! —gritó el otro joven.

—¡Nos encargaremos de refundirte en prisión! —aseveró el señor Duque mirándolo a los ojos con seriedad.

—¡Soy inocente! —gritó Abel—, yo amo a Malú, la amaré por siempre.

—¿Qué hacías en la hacienda, hoy? —cuestionó Martín—. Es demasiada casualidad que justamente aparecieras en el momento del incendio.

—Malú me cito —explicó Abel.

—Malú tenía una cita conmigo en la palapa —gritó Martín—, eres culpable y mereces refundirte en prisión —sentenció.

Abel apretó los puños con fuerza, presionó los dientes, y observó a su amigo.

—Demostraré mi inocencia, y me las vas a pagar —rugió.

****

¿Qué habrá sucedido en realidad? Leo sus conjeturas en los comentarios.

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