Seis meses después.
Los días en prisión no habían sido nada fáciles para Abel; sin embargo, aprendió a sobrellevar su destino, pero lo que no sanaba era su alma, el recuerdo de Malú seguía latente como el primer día.
—Zapata, te llego esto —indicó un guardia, y le entregó un sobre.Abel arrugó el ceño, se quedó pensativo. Tomó la carta, liberó un suspiro al ver que otra vez se trataba de su antiguo amigo: El padre Teodoro, a quién conocía desde la niñez.«Querido Abel, espero que tus días en prisión, te hayan servido para reflexionar, y hayas comprendido que la venganza solo lastima a quién la busca»
Abel leyó aquellas líneas, la barbilla le tembló. Se sentó en la cama, y prosiguió dando lectura a las palabras que el religioso le escribió.
En aquel papel le decía que estaba a cargo de un hospital de escasos recursos en Mompox, que había logrado algunos avances, pero requería ayuda.
Abel empezó a sacar las fotografías, y las iba mirando una a una, hasta que una en especial captó su atención. Sus ojos se clavaron en la imagen de la bella chica que posaba junto a un grupo de niños.
—¿Malú? —cuestionó y el corazón le retumbó con violencia. —¿Eres tú? —indagó sosteniendo la fotografía con las manos temblorosas. Luego recordó que su exesposa tenía una hermana gemela, y quizás la de la foto era Mafer. Inclinó su cabeza, y se llevó dos de sus dedos al puente de su nariz—, debo investigar —sentenció.
****—¡Apúrate Abel! —Escuchó Malú en la voz de unos niños que nadaban en el río Magdalena.
Aquel nombre retumbó en su cerebro, un extraño corrientazo le recorrió la piel. Se detuvo y se quedó contemplando a los pequeños.
«¡Soy Abel, y me encantó conocerte!» apareció de repente en su mente, aquella voz varonil de acento europeo. Arrugó el ceño, no era la primera vez que le sucedía eso, entonces se sentó en una fría banca.
—¿Quién eres Abel? —se cuestionó susurrando en voz baja. —¿Por qué ese nombre me persigue? —indagó pensativa.
—¡Fátima! —gritó la casera al verla sola. —¡Ven conmigo, muchacha! —solicitó.
Malú se puso de pie, ladeó los labios al ver a la mujer con varias bolsas de supermercado, enseguida se aproximó.
—Permítame ayudarle.
—Gracias —respondió la señora Soledad. —¿Cuándo vuelve David, tu esposo? —indagó con la curiosidad propia de la gente de pueblo.
—En un par de semanas —comunicó Malú—, trabaja en Bucaramanga, se le complica ir y venir. —Encogió sus hombros.
—Comprendo —susurró la mujer. —¿Cómo te va en el hospital?
—Muy bien —contestó con alegría—, me encanta colaborar, en especial estar junto a los niños —informó.
—Me da gusto por ti, andas muy sola en el pueblo, cuando no tengas nada que hacer, en el restaurante te puedo dar empleo.
Malú sonrió, y dejó las bolsas de compras en la cocina del restaurante.
—Gracias, lo tomaré en cuenta.
****
El día de visita había llegado. Abel por primera vez había esperado tanto por ese momento, miró a su amigo Eduardo, y se estrecharon en un abrazo.
—¿Todo bien? —indagó Eduardo, observando atento a su amigo.
El semblante de Abel, era distinto al de días anteriores, se veía más joven y con un brillo especial en la mirada.
—Necesito de tu entera discreción —solicitó Abel hablando en voz baja, sacó la foto que tenía y se la mostró a Eduardo—. Es idéntica a Malú.
Eduardo parpadeó, tomó la imagen y alzó ambas cejas.
—¡Es igual! —exclamó. —¿Será su hermana María Fernanda? —indagó.
Abel sintió un pinchazo, esa posibilidad cabía, su exmujer tenía una hermana gemela, y la chica de la foto podía ser ella.
—Requiero que averigües, si es necesario viaja a Mompox —suplicó con la voz entrecortada—, habla con el padre Teodoro, es mi amigo —indicó.
Eduardo asintió, tomó nota mental de todo lo que Abel, mencionó, se despidió de su amigo y enseguida se puso a hacer varias llamadas.
****
Malú en su casa, miraba unas fotografías que Martín le había mostrado. Todas eran un fotomontaje para engañarla, y sostener la mentira que había inventado: que eran pareja desde hacía un buen tiempo, y que se casaron muy enamorados.
—¿Por qué no recuerdo nada? —se cuestionaba mirando una imagen de ellos en la playa. —¿Por qué no me gusta estar a tu lado? —indagó estremeciéndose. Sentía pesar de su marido, pues cada vez que él intentaba un acercamiento, ella lo rechazaba.
Suspiró resignada. Dejó lo que estaba haciendo, y salió a la terraza de su casa, desde ahí podía mirar a las parejas de turistas caminando por las calles, tomados de la mano.
Desde donde se encontraba, la música del restaurante de la señora Soledad, se escuchaba:
«Sabes que estoy colgando en tus manos, así que no me dejes caer»
La melodía fue como un pinchazo para el corazón de Malú, un fuerte dolor de cabeza la aquejó, y de pronto imágenes en desorden a manera de flashes aparecieron en su mente.
Se vio así misma bailando la misma melodía que estaba escuchando, junto a un caballero muy atractivo, de mirada profunda, y sonrisa encantadora.
Parpadeó, y se llevó las manos a la cabeza, confundida, se sentó en la mecedora, y de nuevo otro recuerdo apareció: Un beso, pero no era cualquier caricia, era un beso apasionado, intenso, tanto que podía sentirlo como si en realidad eso hubiera pasado en su vida.
—¿Serás algún amor de mi pasado? —se cuestionó por primera vez, percibiendo su corazón agitado.
****
Al siguiente domingo, Abel con profunda ansiedad recibió de nuevo la visita de Eduardo.
—¿Es ella? —indagó percibiendo que el corazón amenazaba con salirse del pecho.
Eduardo inhaló profundo.
—El sacerdote me informó que aquella chica, se llama: Fátima Mendoza llegó hace un año al pueblo, acompañada de su esposo: David Orellana.
Abel se llevó las manos al cabello, confundido, y algo desalentado.
—Es extraño, es igual a Malú —declaró inhalando profundo. —¿Quién es el esposo? ¿A qué se dedica? —indagó respirando agitado.
—¡Cálmate! —propuso Eduardo—, dicen que el marido, es un hombre reservado, no trabaja en el pueblo, y las veces que vuelve a casa, casi no se deja ver —explicó.
Las dudas acribillaban la mente y el corazón de Abel, desde que había visto esa imagen, una esperanza se abrió en su corazón.
—¿Qué has sabido de Martin? —gruñó.
—Supe que se fue a Bogotá.
—Hay algo que no me cuadra en todo esto. —Apretó sus puños—, haz lo que sea, paga al mejor abogado, ahora más que nunca, necesito salir de ese lugar, voy a averiguar qué ocurrió en realidad con Malú, voy a demostrar que soy inocente, y si esa tal Fátima es mi mujer, no descansaré hasta tenerla a mi lado —sentenció, irguiendo la barbilla.
Malú jugaba con los niños del pueblo a lanzar piedras al río. Sonreía con los pequeños, y así no pensaba en los sucesos que la atormentaban.—Hola, cariño —susurró la voz de un hombre, que la tomó de la cintura. —¿Me extrañaste? —indagó.Malú volvió a percibir esa extraña sensación de aversión hacia su esposo, inhaló profundo, fingió sonreír.—Claro, solo que no avisaste qué vendrías —comunicó.—Parece que no te da gusto verme —reclamó él, sintiéndose ofendido.Malú se aclaró la garganta.—Las cosas no son así, me sorprendiste es todo.—Vamos a casa —ordenó él—, anhelo tanto estar junto a mi mujer. —La recorrió de pies a cabeza.Malú percibió un escalofrío, en ocasiones le daba miedo que él, la forzara a cumplir con sus deberes de esposa, siempre le pedía a Dios, porque las cosas no sucedieran de ese modo. Ladeó los labios, y caminó junto a él, no muy feliz.****Un mes había pasado desde el descubrimiento que hizo Abel, no era día de visitas, cuando le informaron que tenía una. Sal
María Luisa caminaba por los fríos pasillos del hospital, de un lado a otro, percibiendo su pecho agitado, ansiaba saber el estado de salud del hombre al que había atropellado. «Pobre forastero, realmente espero que esté bien, pero si mi marido supiera que me he metido en problemas, ¡Me regañará hasta el cansancio!» hablaba consigo misma, mentalmente. «¡No quiero decírselo! Pero si este hombre muere, ¿qué voy a hacer? ¡¿Cuándo saldrá el médico?!»Sus mejillas ardían de ansiedad, así que se refrescó, dándose toquecitos con sus dedos fríos para intentar calmarse.“¡Malú, Mi amor!"Por un momento, la escena que acababa de presenciar se le vino a la mente de repente, cuando aquel desconocido le rozó con los dedos, y sintió un extraño cosquilleo. Sintió que realmente le estaba hablando y que ella era esa mujer: Malú¡«No, no, no! ¡No es posible! ¡Debe estarme confundido con otra persona!»—¡Fátima! La voz del único médico del pueblo, la sobresaltó y la sacó de sus cavilaciones. —¿Cómo
Malú permanecía estática. Cuando sus ojos se encontraron con los de él, su corazón vibró, las palabras de él, la conmovieron tanto, que no lograba reaccionar, ni pronunciar palabra. —Cálmese —solicitó cuando la voz volvió a aparecer en su garganta—, me confunde con otra persona —expresó sin entrar en más detalles, intentó soltarse del agarre de él, pero era inútil, el hombre la sostenía con desesperación.—No vuelvas a alejarte, quédate a mi lado —suplicó él, sin soltarla. Abel intentó sentarse, ansiaba abrazarla, saber que era real, y no un espejismo, pero cuando lo hizo, todo se movió a su alrededor, se agarró la cabeza, y frunció el ceño. —Es usted muy necio —rebatió Malú—, voy a llamar a un médico, no se mueva. Como pudo se soltó del agarre de él, nerviosa y conmovida por aquel extraño encuentro, salió al pasillo, a buscar al médico.****En horas de la tarde Malú no apareció por la habitación de Abel, tenía mucho trabajo con los niños de la casa hogar, que le fue imposible ir
—¿En dónde diablos estabas? —vociferó David, observando a Malú, quién apenas llegaba a casa. La mujer se sobresaltó, pegó un brinco de la impresión. Cómo si no hubiera sido suficiente todo lo que vivió junto a ese misterioso forastero, ahora para inundar más su tensión nerviosa, aparecía su esposo de improviso. —¡David! Yo, eh… me quedé en el hospital, hubo heridos. —¿Heridos? ¿En este pueblo? —cuestionó aproximándose más a ella. Malú retrocedió, inhaló profundo. —¿Por qué actúas así? —indagó—, no he hecho nada malo, solo mi trabajo. —¿Por qué mientes? —gritó y la tomó por los hombros, la zarandeó. Malú abrió sus ojos de par en par, la mirada oscura de su marido, le dio miedo, un escalofrío recorrió su columna. —Yo no digo mentiras —balbuceó. —¿Quién fue el hombre a quién atropellaste? Malú palideció por completo, miró a su esposo con asombro. «¿Cómo sabía él, cada paso de ella?» se cuestionó en la mente. —¿Me tienes vigilada? ¿No confías en mí? —rebatió. Se sacudió del ag
—¡Fue el bastardo de Martín! —gruñó Abel al otro lado de la línea hablando con su mejor amigo Eduardo—, el infeliz se hace pasar por el esposo de ella. En ese instante Abel guardó silencio, se quedó pensativo, un escalofrío recorrió su médula espinal, colgó la llamada. —Espero no se haya atrevido a tocarte —vociferó caminando con un león en cautiverio por la alcoba—, sería lo más bajo, no tienes madre —resopló, y se estremeció, al recordar la mirada llena de tristeza de Malú. —Voy a rescatarte cariño, y juro que compensaré todo el daño que te causé, lo prometo —sentenció. Bebió de un solo golpe un sorbo de agua, y de nuevo su móvil sonó. —¿Qué pasó? —indagó—, cortaste la llamada de un momento a otro. Abel se desahogó con su amigo, le contó sobre sus inquietudes con respecto a Martín. —No quiero ser cruel, pero existe esa posibilidad, él le dice que es su esposo, y ella debe cumplir. —¡No! —gritó Abel con desesperación—, en este momento voy a ir a romperle la cara a ese infeliz
Faltaban treinta minutos para que el reloj marcara las siete de la noche. Abel se miraba al espejo, ansioso, rememoraba la primera cita que tuvo con Malú, aquella vez en la playa. —Debo hacer que recuerdes —se dijo para sí mismo, justo en ese instante una llamada lo sacó de sus cavilaciones. Frunció los labios al ver que era Leticia. —¿Qué sucede? —indagó. —Buenas noches —saludó ella—, tenemos problemas, hay una ruptura estructural de una represa, debes venir de inmediato. Abel no podía moverse de Mompox, no ahora que había encontrado a Malú, y que sabía que la vida de ella estaba en peligro junto a Martín. —No puedo ir, dile a Eduardo que se haga cargo, él está capacitado también. —Eduardo tiene demasiado trabajo, está pendiente de la construcción del puente en el Quindío. —No puedo ir —sentenció Abel. —Te recuerdo que eres dueño también de esta empresa, ¿en dónde diablos estás? —Ya te dije, y no tengo por qué informarte acerca de mi vida. —Colgó la llamada. ****
Malú abrió los ojos de par en par al escuchar lo último que exclamó Abel. —¿Él no es qué? —indagó sintiendo como los latidos de su corazón se acrecentaban. Abel se aclaró la garganta, inhaló profundo, estuvo a punto de cometer una indiscreción y debía calmarse, no podía actuar por impulso. —Discúlpame, me he expresado mal, lo que intento decir es que él no es tu dueño, y que tú puedes decidir con respecto a tu vida. —Tienes razón, pero yo no tengo dinero para un especialista. —Frunció los labios. —Por eso no te preocupes, el padre Teo me ha dicho que colaboras en el hospital, pero no recibes un sueldo. —Se aproximó a ella con cautela, y se colocó en cuclillas. —¿Te gustaría trabajar para mí? La azulada mirada de Malú resplandeció ante la propuesta, pero luego pensó en que su esposo no estaría de acuerdo, sin embargo, las palabras de Abel, eran ciertas, David, no era su dueño, no podía seguir manejando la vida de ella a su antojo. —Pero… yo no quiero causarle problemas, no sé si
Eduardo regresaba de Armenia, conducía en dirección a Manizales, en medio de la carretera plagada de cafetales, miró un jeep mal estacionado. Frunció el ceño, aquel auto le era familiar, tocó la bocina varias veces, esperando que la persona que conducía reaccionara. Entonces observó las placas, y de inmediato bajó. Enseguida golpeó la ventana del auto. La conductora tenía la cabeza sobre el volante. De inmediato reconoció esa dorada cabellera. —Chiquilla ¿estás bien? ¿Te has hecho daño? —indagó tocando varias veces la ventana. La joven elevó su rostro, sus mejillas estaban empañadas en lágrimas, su castaño cabello enmarañado, enfocó su mirada llena de tristeza en el apuesto intruso, apretó los puños, al reconocer su voz. —¿Qué quieres? —rugió. —¿Acaso no fue suficiente con el daño que causaron? ¿Tú también quieres hacernos daño?Eduardo deglutió la saliva con dificultad. —Te recuerdo que yo no soy responsable de los actos de Abel, yo en muchas ocasiones le pedí que desistiera de