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Capítulo 7: ¡Fátima es idéntica a Malú!

Seis meses después.

Los días en prisión no habían sido nada fáciles para Abel; sin embargo, aprendió a sobrellevar su destino, pero lo que no sanaba era su alma, el recuerdo de Malú seguía latente como el primer día.

—Zapata, te llego esto —indicó un guardia, y le entregó un sobre.

Abel arrugó el ceño, se quedó pensativo. Tomó la carta, liberó un suspiro al ver que otra vez se trataba de su antiguo amigo: El padre Teodoro, a quién conocía desde la niñez. 

 «Querido Abel, espero que tus días en prisión, te hayan servido para reflexionar, y hayas comprendido que la venganza solo lastima a quién la busca»

Abel leyó aquellas líneas, la barbilla le tembló. Se sentó en la cama, y prosiguió dando lectura a las palabras que el religioso le escribió.

En aquel papel le decía que estaba a cargo de un hospital de escasos recursos en Mompox, que había logrado algunos avances, pero requería ayuda.

Abel empezó a sacar las fotografías, y las iba mirando una a una, hasta que una en especial captó su atención. Sus ojos se clavaron en la imagen de la bella chica que posaba junto a un grupo de niños.

—¿Malú? —cuestionó y el corazón le retumbó con violencia. —¿Eres tú? —indagó sosteniendo la fotografía con las manos temblorosas. Luego recordó que su exesposa tenía una hermana gemela, y quizás la de la foto era Mafer. Inclinó su cabeza, y se llevó dos de sus dedos al puente de su nariz—, debo investigar —sentenció.

****

—¡Apúrate Abel! —Escuchó Malú en la voz de unos niños que nadaban en el río Magdalena.

Aquel nombre retumbó en su cerebro, un extraño corrientazo le recorrió la piel. Se detuvo y se quedó contemplando a los pequeños.

«¡Soy Abel, y me encantó conocerte!» apareció de repente en su mente, aquella voz varonil de acento europeo.  Arrugó el ceño, no era la primera vez que le sucedía eso, entonces se sentó en una fría banca.

—¿Quién eres Abel? —se cuestionó susurrando en voz baja. —¿Por qué ese nombre me persigue? —indagó pensativa.

—¡Fátima! —gritó la casera al verla sola. —¡Ven conmigo, muchacha! —solicitó.

Malú se puso de pie, ladeó los labios al ver a la mujer con varias bolsas de supermercado, enseguida se aproximó.

—Permítame ayudarle.

—Gracias —respondió la señora Soledad. —¿Cuándo vuelve David, tu esposo? —indagó con la curiosidad propia de la gente de pueblo.

—En un par de semanas —comunicó Malú—, trabaja en Bucaramanga, se le complica ir y venir. —Encogió sus hombros.

—Comprendo —susurró la mujer. —¿Cómo te va en el hospital?

—Muy bien —contestó con alegría—, me encanta colaborar, en especial estar junto a los niños —informó.

—Me da gusto por ti, andas muy sola en el pueblo, cuando no tengas nada que hacer, en el restaurante te puedo dar empleo.

Malú sonrió, y dejó las bolsas de compras en la cocina del restaurante.

—Gracias, lo tomaré en cuenta.

****

El día de visita había llegado. Abel por primera vez había esperado tanto por ese momento, miró a su amigo Eduardo, y se estrecharon en un abrazo.

—¿Todo bien? —indagó Eduardo, observando atento a su amigo.

El semblante de Abel, era distinto al de días anteriores, se veía más joven y con un brillo especial en la mirada.

—Necesito de tu entera discreción —solicitó Abel hablando en voz baja, sacó la foto que tenía y se la mostró a Eduardo—. Es idéntica a Malú.

Eduardo parpadeó, tomó la imagen y alzó ambas cejas.

—¡Es igual! —exclamó. —¿Será su hermana María Fernanda? —indagó.

Abel sintió un pinchazo, esa posibilidad cabía, su exmujer tenía una hermana gemela, y la chica de la foto podía ser ella.

—Requiero que averigües, si es necesario viaja a Mompox —suplicó con la voz entrecortada—, habla con el padre Teodoro, es mi amigo —indicó.

Eduardo asintió, tomó nota mental de todo lo que Abel, mencionó, se despidió de su amigo y enseguida se puso a hacer varias llamadas.

****

Malú en su casa, miraba unas fotografías que Martín le había mostrado. Todas eran un fotomontaje para engañarla, y sostener la mentira que había inventado: que eran pareja desde hacía un buen tiempo, y que se casaron muy enamorados.

—¿Por qué no recuerdo nada? —se cuestionaba mirando una imagen de ellos en la playa. —¿Por qué no me gusta estar a tu lado? —indagó estremeciéndose. Sentía pesar de su marido, pues cada vez que él intentaba un acercamiento, ella lo rechazaba.

Suspiró resignada. Dejó lo que estaba haciendo, y salió a la terraza de su casa, desde ahí podía mirar a las parejas de turistas caminando por las calles, tomados de la mano.

Desde donde se encontraba, la música del restaurante de la señora Soledad, se escuchaba:

«Sabes que estoy colgando en tus manos, así que no me dejes caer»

La melodía fue como un pinchazo para el corazón de Malú, un fuerte dolor de cabeza la aquejó, y de pronto imágenes en desorden a manera de flashes aparecieron en su mente.

Se vio así misma bailando la misma melodía que estaba escuchando, junto a un caballero muy atractivo, de mirada profunda, y sonrisa encantadora.

Parpadeó, y se llevó las manos a la cabeza, confundida, se sentó en la mecedora, y de nuevo otro recuerdo apareció: Un beso, pero no era cualquier caricia, era un beso apasionado, intenso, tanto que podía sentirlo como si en realidad eso hubiera pasado en su vida.

—¿Serás algún amor de mi pasado? —se cuestionó por primera vez, percibiendo su corazón agitado.

****

Al siguiente domingo, Abel con profunda ansiedad recibió de nuevo la visita de Eduardo.

—¿Es ella? —indagó percibiendo que el corazón amenazaba con salirse del pecho.

Eduardo inhaló profundo.

—El sacerdote me informó que aquella chica, se llama: Fátima Mendoza llegó hace un año al pueblo, acompañada de su esposo: David Orellana.

Abel se llevó las manos al cabello, confundido, y algo desalentado.

—Es extraño, es igual a Malú —declaró inhalando profundo. —¿Quién es el esposo? ¿A qué se dedica? —indagó respirando agitado.

—¡Cálmate! —propuso Eduardo—, dicen que el marido, es un hombre reservado, no trabaja en el pueblo, y las veces que vuelve a casa, casi no se deja ver —explicó.

Las dudas acribillaban la mente y el corazón de Abel, desde que había visto esa imagen, una esperanza se abrió en su corazón.

—¿Qué has sabido de Martin? —gruñó.

—Supe que se fue a Bogotá.

—Hay algo que no me cuadra en todo esto. —Apretó sus puños—, haz lo que sea, paga al mejor abogado, ahora más que nunca, necesito salir de ese lugar, voy a averiguar qué ocurrió en realidad con Malú, voy a demostrar que soy inocente, y si esa tal Fátima es mi mujer, no descansaré hasta tenerla a mi lado —sentenció, irguiendo la barbilla.

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