Varios días habían pasado desde el fallecimiento de Malú, Abel se hallaba encerrado en la fría celda, desde la penumbra su entristecido corazón no hacía otra cosa que rememorar, los instantes que vivió junto a su mujer.
—Todo habría sido tan distinto —susurró con la voz apagada, mirando el techo de la celda—, ahora estaríamos juntos, esperando a nuestro bebé —expresó conteniendo las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos.
Sostenía en sus manos en una fotografía de ella. Miraba su azulada mirada llena de resplandor, su amplia sonrisa, su rostro era el más bello que alguna vez contempló en alguna mujer, pero lo que más le encantaba de ella, era su fortaleza, su rebeldía, ese carácter irreverente.
—¿Cómo voy a aprender a vivir sin ti? —Se cuestionó. Estiró su mano hacia la fotografía—, ya nada me importa, si no estás a mi lado —aseveró.
—¡Zapata! —gritó un guardia con áspera voz—, tu abogada te necesita.
Abel guardó bajó el colchón la foto de su amada. Se puso de pie y se acercó a la reja, el guardia abrió y lo llevó esposado hasta la sala.
—¡Mi amor! —exclamó Leticia, se lanzó a los brazos de él, pero Abel se quedó estático, parecía una piedra inerte.
—¿Qué noticias tienes? —cuestionó.
Leticia se separó de él, rodó los ojos, tomó asiento.
—Tu querida exesposa, antes de morir les pidió a sus padres que no te acusaran de los delitos que cometiste en contra de los negocios familiares —indicó.
Abel parpadeó, el corazón palpitó con fuerza, intentó contener las lágrimas y no pudo.
—Ella era un alma noble, una mujer especial —balbuceó.
Leticia dibujó una mueca de desagrado en sus labios.
—¡Está muerta! —exclamó.
—¡No para mí! —gritó Abel—. María Luisa Duque vivirá por siempre en mi corazón, es y será el gran amor de mi vida —rugió y plantó su oscurecida mirada en su abogada.
Ella resopló con molestia, apretó los puños.
—No traigo buenas noticias, aquellos hombres que provocaron el incendio, aseguraron que tú les pagaste —indicó—, se levantaron cargos contra de los sujetos, están en prisión —comunicó—, no pude evitar el juicio, ni la libertad bajo fianza. —Negó con la cabeza.
—Gracias —dijo Abel, con una expresión de que ya nada le importaba. —¡Guardia! —gritó.
—¿No te das cuenta? —vociferó Leticia—, tu empresa se está yendo a la ruina, las empresas del gobierno cancelaron sus contratos con nosotros, no pueden trabajar contigo, estando implicado en un asesinato —rugió.
Abel giró, la observó, y dibujó una mueca de desdén.
—Que se haga cargo Eduardo, vendan la empresa, no lo sé.
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Martín aprovechó que no había nadie para hacer una llamada importante a Manizales.
—Hola —expuso apenas la otra persona respondió. —¿Cómo van las cosas por allá? —indagó.
—Para Abel, mal, lo van a condenar, le darán la pena máxima cuarenta años —indicó aquella persona. —¿Y por allá? ¿Cómo van las cosas con ella?
Martín sonrió con suficiencia al escuchar.
—Malú se porta distante conmigo —resopló—, siento que duda de mí, y eso no me agrada para nada, le mentí acerca de su familia, y pues está convencida que fue Abel el que causó el incendio.
—Debes conquistarla, volver a hacer que se gane tu confianza, no puedes permitir que se te escape —ordenó la otra persona al otro lado de la línea.
—No puedo tenerla encerrada todo el tiempo, sería muy sospechoso.
—Buena suerte —dijo esa persona y colgó.
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Malú apretó sus puños con impotencia, al escuchar aquella charla. De un solo golpe ingresó a la alcoba de Martín.
—¡Eres igual de falso que Abel! —bramó enfurecida—, fingiste ser mi amigo, y ahora me tienes secuestrada —rugió, sus mejillas estaban encendidas.
Martín parpadeó, intentó pensar con rapidez.
—Estás equivocada, jamás te he mentido.
—¡Te acabo de escuchar! —exclamó respirando agitada. —¿Por qué pretendes culpar a Abel de algo que no hizo? —gritó Malú agitando sus manos.
La mirada de Martín se oscureció por completo, las facciones de su rostro se endurecieron más.
—Porque estoy enamorado de ti —confesó. —¿Por qué Abel siempre debe tener lo mejor y yo no? —cuestionó y como una fiera al acecho empezó a acercarse a Malú.
Ella retrocedió a ver sus intenciones, percibió como un escalofrío le recorría la columna.
—Eso que sientes no es amor, lo tuyo es obsesión, no se puede construir una relación, con base a engaños, pisoteando a otros —reclamó, y siguió caminando hacia atrás.
—Voy a lograr que me ames —sentenció y en un par de zancadas la tomó con fuerza de los brazos, intentando besarla—. Serás mía.
Malú empezó a forcejear con él, no se iba a dejar doblegar. Giró su rostro en repetidas ocasiones evitando los besos que Martín quería darle, enseguida elevó su rodilla, y golpeó al hombre en la entrepierna.
Martín gruñó adolorido, y se dejó caer. Malú aprovechó y bajó corriendo las escaleras, buscó por todo, y con desesperación las llaves de la casa y del auto. Cuando las encontró y se disponía a salir, percibió un profundo golpe en la cabeza, y todo se convirtió en oscuridad.
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No olviden sus reseñas y comentarios.
Semanas después, llegó el día del juicio. Julia, la madre de Abel, había logrado comunicarse con la señora Duque, aquella charla provocó un acercamiento entre ellas, la historia de la niñez de Abel en aquel pueblo lleno de guerrilleros conmovió a María Paz, sin embargo, las pruebas del incendio lo culpaban de la muerte de su hija. Todos los miembros de la familia Duque llegaron al juzgado. Y se fueron acomodando en las respectivas sillas. Abel salió por una puerta, esposado, vestía un elegante traje gris, y camisa negra, seguía de luto por la muerte de Malú. Observó cómo sus suegros y cuñados lo miraban con reproche. «Soy inocente» dijo en su mente. Una vez que el juez entró, se procedió al juicio. Los hombres que provocaron el incendio, expresaron que semanas antes habían sido contactados por Abel, eso era cierto, pensaba quemar parte de la cosecha y ocasionar pérdidas, pero desistió. —Yo les pedí que no lo hicieran —rugió. —Silencio —respondió el magistrado y golpeó con su maz
Seis meses después.Los días en prisión no habían sido nada fáciles para Abel; sin embargo, aprendió a sobrellevar su destino, pero lo que no sanaba era su alma, el recuerdo de Malú seguía latente como el primer día. —Zapata, te llego esto —indicó un guardia, y le entregó un sobre. Abel arrugó el ceño, se quedó pensativo. Tomó la carta, liberó un suspiro al ver que otra vez se trataba de su antiguo amigo: El padre Teodoro, a quién conocía desde la niñez. «Querido Abel, espero que tus días en prisión, te hayan servido para reflexionar, y hayas comprendido que la venganza solo lastima a quién la busca»Abel leyó aquellas líneas, la barbilla le tembló. Se sentó en la cama, y prosiguió dando lectura a las palabras que el religioso le escribió.En aquel papel le decía que estaba a cargo de un hospital de escasos recursos en Mompox, que había logrado algunos avances, pero requería ayuda.Abel empezó a sacar las fotografías, y las iba mirando una a una, hasta que una en especial captó s
Malú jugaba con los niños del pueblo a lanzar piedras al río. Sonreía con los pequeños, y así no pensaba en los sucesos que la atormentaban.—Hola, cariño —susurró la voz de un hombre, que la tomó de la cintura. —¿Me extrañaste? —indagó.Malú volvió a percibir esa extraña sensación de aversión hacia su esposo, inhaló profundo, fingió sonreír.—Claro, solo que no avisaste qué vendrías —comunicó.—Parece que no te da gusto verme —reclamó él, sintiéndose ofendido.Malú se aclaró la garganta.—Las cosas no son así, me sorprendiste es todo.—Vamos a casa —ordenó él—, anhelo tanto estar junto a mi mujer. —La recorrió de pies a cabeza.Malú percibió un escalofrío, en ocasiones le daba miedo que él, la forzara a cumplir con sus deberes de esposa, siempre le pedía a Dios, porque las cosas no sucedieran de ese modo. Ladeó los labios, y caminó junto a él, no muy feliz.****Un mes había pasado desde el descubrimiento que hizo Abel, no era día de visitas, cuando le informaron que tenía una. Sal
María Luisa caminaba por los fríos pasillos del hospital, de un lado a otro, percibiendo su pecho agitado, ansiaba saber el estado de salud del hombre al que había atropellado. «Pobre forastero, realmente espero que esté bien, pero si mi marido supiera que me he metido en problemas, ¡Me regañará hasta el cansancio!» hablaba consigo misma, mentalmente. «¡No quiero decírselo! Pero si este hombre muere, ¿qué voy a hacer? ¡¿Cuándo saldrá el médico?!»Sus mejillas ardían de ansiedad, así que se refrescó, dándose toquecitos con sus dedos fríos para intentar calmarse.“¡Malú, Mi amor!"Por un momento, la escena que acababa de presenciar se le vino a la mente de repente, cuando aquel desconocido le rozó con los dedos, y sintió un extraño cosquilleo. Sintió que realmente le estaba hablando y que ella era esa mujer: Malú¡«No, no, no! ¡No es posible! ¡Debe estarme confundido con otra persona!»—¡Fátima! La voz del único médico del pueblo, la sobresaltó y la sacó de sus cavilaciones. —¿Cómo
Malú permanecía estática. Cuando sus ojos se encontraron con los de él, su corazón vibró, las palabras de él, la conmovieron tanto, que no lograba reaccionar, ni pronunciar palabra. —Cálmese —solicitó cuando la voz volvió a aparecer en su garganta—, me confunde con otra persona —expresó sin entrar en más detalles, intentó soltarse del agarre de él, pero era inútil, el hombre la sostenía con desesperación.—No vuelvas a alejarte, quédate a mi lado —suplicó él, sin soltarla. Abel intentó sentarse, ansiaba abrazarla, saber que era real, y no un espejismo, pero cuando lo hizo, todo se movió a su alrededor, se agarró la cabeza, y frunció el ceño. —Es usted muy necio —rebatió Malú—, voy a llamar a un médico, no se mueva. Como pudo se soltó del agarre de él, nerviosa y conmovida por aquel extraño encuentro, salió al pasillo, a buscar al médico.****En horas de la tarde Malú no apareció por la habitación de Abel, tenía mucho trabajo con los niños de la casa hogar, que le fue imposible ir
—¿En dónde diablos estabas? —vociferó David, observando a Malú, quién apenas llegaba a casa. La mujer se sobresaltó, pegó un brinco de la impresión. Cómo si no hubiera sido suficiente todo lo que vivió junto a ese misterioso forastero, ahora para inundar más su tensión nerviosa, aparecía su esposo de improviso. —¡David! Yo, eh… me quedé en el hospital, hubo heridos. —¿Heridos? ¿En este pueblo? —cuestionó aproximándose más a ella. Malú retrocedió, inhaló profundo. —¿Por qué actúas así? —indagó—, no he hecho nada malo, solo mi trabajo. —¿Por qué mientes? —gritó y la tomó por los hombros, la zarandeó. Malú abrió sus ojos de par en par, la mirada oscura de su marido, le dio miedo, un escalofrío recorrió su columna. —Yo no digo mentiras —balbuceó. —¿Quién fue el hombre a quién atropellaste? Malú palideció por completo, miró a su esposo con asombro. «¿Cómo sabía él, cada paso de ella?» se cuestionó en la mente. —¿Me tienes vigilada? ¿No confías en mí? —rebatió. Se sacudió del ag
—¡Fue el bastardo de Martín! —gruñó Abel al otro lado de la línea hablando con su mejor amigo Eduardo—, el infeliz se hace pasar por el esposo de ella. En ese instante Abel guardó silencio, se quedó pensativo, un escalofrío recorrió su médula espinal, colgó la llamada. —Espero no se haya atrevido a tocarte —vociferó caminando con un león en cautiverio por la alcoba—, sería lo más bajo, no tienes madre —resopló, y se estremeció, al recordar la mirada llena de tristeza de Malú. —Voy a rescatarte cariño, y juro que compensaré todo el daño que te causé, lo prometo —sentenció. Bebió de un solo golpe un sorbo de agua, y de nuevo su móvil sonó. —¿Qué pasó? —indagó—, cortaste la llamada de un momento a otro. Abel se desahogó con su amigo, le contó sobre sus inquietudes con respecto a Martín. —No quiero ser cruel, pero existe esa posibilidad, él le dice que es su esposo, y ella debe cumplir. —¡No! —gritó Abel con desesperación—, en este momento voy a ir a romperle la cara a ese infeliz
Faltaban treinta minutos para que el reloj marcara las siete de la noche. Abel se miraba al espejo, ansioso, rememoraba la primera cita que tuvo con Malú, aquella vez en la playa. —Debo hacer que recuerdes —se dijo para sí mismo, justo en ese instante una llamada lo sacó de sus cavilaciones. Frunció los labios al ver que era Leticia. —¿Qué sucede? —indagó. —Buenas noches —saludó ella—, tenemos problemas, hay una ruptura estructural de una represa, debes venir de inmediato. Abel no podía moverse de Mompox, no ahora que había encontrado a Malú, y que sabía que la vida de ella estaba en peligro junto a Martín. —No puedo ir, dile a Eduardo que se haga cargo, él está capacitado también. —Eduardo tiene demasiado trabajo, está pendiente de la construcción del puente en el Quindío. —No puedo ir —sentenció Abel. —Te recuerdo que eres dueño también de esta empresa, ¿en dónde diablos estás? —Ya te dije, y no tengo por qué informarte acerca de mi vida. —Colgó la llamada. ****