“Perdiste a tu bebé, y no volverás a tener hijos”
Esa frase retumbaba a cada instante en la mente de María Luisa. Había sido dada de alta con aquella fatídica noticia que la dejó totalmente vacía, no solamente había perdido al hombre que amaba, sino también a su hijo. Gracias a la venganza de su marido ahora se había quedado como una planta seca, incapaz de dar fruto.
—Yo no lo sabía —susurró con la garganta seca acariciando su vientre plano, recostada en su antigua habitación de la Momposina—, te hubiera protegido de él, no habría permitido que su venganza te alcanzara —sollozó derrotada.
—¿Cómo te sientes? —indagó su madre, entrando a la alcoba, llevando en sus manos la bandeja con comida.
Malú se quedó en silencio por algunos segundos, luego parpadeó y rompió a llorar.
La mamá de la chica se acercó a ella y la abrazó, le acarició el cabello, y le permitió desahogarse.
—Me siento terrible, tengo el alma rota, y no sé cómo seguir adelante, nunca creí que mi vida se transformaría en esto, y que yo traería la desgracia a mi familia —comunicó gimoteando.
La madre de la joven carraspeó y luego miró a los ojos a su hija.
—No fue tu culpa, no sabías las intenciones de Abel, te enamoraste y no viste más allá —comunicó—, pero siempre has sido una chica fuerte, entiendo que esto es difícil, para ti, y todos, pero te prometo que juntos saldremos adelante.
—Solo deseo divorciarme, y no volver a ver a Abel nunca más, ansío alejarme de todo, estuve hablando con mis tíos, me van a dar empleo en su empresa en Estados Unidos —informó.
La madre de la chica, sonrió.
—Me parece una excelente idea, cuando estés restablecida, prepararemos el viaje. —Abrazó a su hija.
Para toda la familia de Malú, era terrible verla en esas condiciones, ella que siempre fue una chica fuerte, decidida, alegre, y que era capaz de llevarse el mundo por delante, ahora no era ni la sombra de aquella chiquilla irreverente.
Sus hermanos, sus padres, y el resto de la familia intentaban alegrarla, pero nada llenaba el vació y entristecido corazón de María Luisa.
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Varios días después, Abel se encontraba en medio de una reunión en su empresa, pero su mente divagaba en todo lo sucedido con su esposa.
—¿Nos estás poniendo atención? —gruñó Leticia.
La mujer era su ex pareja, trabajaban juntos, era la abogada de la empresa.
—Estoy distraído. —Se puso de pie—, continúen ustedes —solicitó.
Eduardo negó con la cabeza, y tomó el mando de la junta. Leticia salió tras de Abel y lo siguió hasta su oficina.
—¿Hasta cuándo? —cuestionó gruñendo, enfocando su oscura mirada en él—, ya deja de pensar en esa chiquilla, y céntrate en tu negocio —farfulló apretando los dientes.
Ella lo quería, y le dolía verlo sufriendo por María Luisa.
—¿Fuiste tú la que le ha dicho todo a mi mujer? —cuestionó tomándola de los hombros con fuerza, plantando sus profundos ojos negros en ella.
Leticia se soltó del agarre.
—Sabes bien que yo no hablo con esa mujer, me dejó claro que me quería a kilómetros de su vida —enfatizó encogiendo sus hombros.
Abel sacudió su cabeza, y abandonó la empresa, subió al jeep, y emprendió marcha directo a la hacienda la Momposina.
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Abel detuvo su auto en la entrada de la hacienda. Observó que los agentes de seguridad para su buena suerte estaban distraídos, alimentándose, aprovechó ese instante para colarse como un ladrón en el interior de la Momposina.
Caminaba sigiloso y de pronto su corazón se detuvo al escuchar la voz de su amigo Martín, y la de su esposa. Alzó una ceja, sorprendido.
«¿Qué hacía Martín charlando con su mujer?» se cuestionó y se acercó más sin dejarse ver.
Lo que escuchó a continuación, provocó que la sangre reverberara por sus venas.
«Sabes que siempre vas a contar conmigo, bonita» oyó en la voz de Martín.
—¿Desde cuándo este infeliz tiene tanta confianza con mi mujer? —cuestionó susurrando en voz baja, apretando los puños, resoplando agitado.
Se aproximó unos pasos más, y observó como Martín alargaba sus asquerosas manos y las colocaba en las mejillas de María Luisa, eso aumentó su furia, no se contuvo más.
—Pero ¿qué está pasando aquí? —cuestionó rugiendo. —¡Cómo te atreves a tocar a mi esposa de manera tan íntima! —bramó Abel ingresando de un solo golpe a la palapa.
Las miradas llenas de sorpresa de Malú y Martín lo alertaron, las pupilas se le dilataron y la vena de su frente saltó, al ver la cercanía entre su falso amigo y su mujer.
Martín se puso de pie, y lo encaró, se paró frente a él, estaba por refutar, pero Abel, le ganó.
—¡No me digas que estás enamorado de mi mujer! —vociferó. —¡Tú me traicionaste!
Abel estaba muy furioso, apuntó con sus dedos a la nariz de su amigo Martin.
Martin, en vez de contradecir, bajo su cabeza, con su boca callada. Porque lo que Abel decía era cierto. Estaba enamorado de Malú silenciosamente desde el día que la conoció.
—No te hagas el tonto Martin —gritó Abel bramando. —¿Dime que realmente estás enamorado de mi esposa?
Abel empujó a su amigo con rabia, agarrándolo por el cuello y casi levantándolo.
Martin plantó su mirada llena de ira en él. Malú al ver que se iba a armar una batalla campal entre ambos, intervino.
—¿Estás loco? ¿Qué haces aquí? —interrumpió María Luisa observando a Abel con profundo resentimiento.
—Necesitamos hablar —expuso con suavidad, mirándola con ternura. Su corazón se agitó al ver el semblante lleno de tristeza de su esposa.
—No tengo nada que charlar contigo —espetó con seriedad, lo observó con discreción, y notó que él se veía desmejorado, más flaco, triste.
Cuando sus ojos se encontraron los corazones de ambos, se agitaron.
Martín al notarlo, se paró en frente de María Luisa.
—Ya escuchaste, ella no quiere verte.
—¡No te metas! —rugió Abel y lo empujó.
Martín reaccionó, y lanzó un puño al rostro de Abel.
Abel iba a reaccionar.
—¡Basta! —gritó Malú, se aproximó a Martín—, por favor ándate, déjame a solas con Abel —solicitó.
El hombre arrugó el ceño y apretó los puños.
—No quiero dejarte con él.
—¡Ya la escuchaste! —espetó Abel.
«Me las vas a pagar, Malú será solo mía» sentenció en su mente. Miró altivo a Abel, y salió de la palapa.
—¿Qué quieres? ¿Cómo te atreves a interrumpir así? —rugió María Luisa, mirándolo a los ojos altiva, aunque sus ojos se veían tristes.
Abel deglutió la saliva con dificultad, parpadeó.
—Lamento mucho lo ocurrido —carraspeó percibiendo un profundo ardor en su pecho—, no quise lastimarte, ni que te cayeras, y menos que perdieras a nuestro bebé —musitó con la voz trémula.
Los labios de Malú temblaron, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—No volveré a tener hijos —susurró, se abrazó a sí misma y empezó a temblar rompiendo en llanto.
El corazón de Abel se achicó al verla, no pudo contenerse, y la abrazó, la rodeó con sus brazos y también sollozó con ella, compartiendo el dolor que los embargaba a ambos. No hablaron, solo se desahogaron por varios minutos.
—Hice una promesa —susurró él, sosteniéndola aún en sus brazos.
Malú reaccionó y se separó de su lado, caminó varios pasos, poniendo distancia entre ambos.
—Arreglaré el daño que causé, te dejaré ser feliz, y…—Inhaló profundo—, lo voy a cumplir.
—Me parece bien —respondió ella, limpiándose las lágrimas de su rostro—, firmaremos el divorcio, y cada quien por su lado.
Las palabras de Malú dolieron, parecía tan fácil decir que cada quién tomara su rumbo, pero en realidad no era así. Ambos se amaban, pero las heridas eran profundas.
—Siempre serás el amor de mi vida —aseguró Abel, y salió de la palapa con el corazón hecho trizas.
Malú se dejó caer en un mullido mueble y sollozó.
—Quisiera odiarte y no puedo —susurró. —¿Por qué tenías que arruinarlo todo? —sollozó.
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Un mes después, María Luisa, retomó sus actividades en la empresa de la familia, trabaja día y noche buscando de esa forma, olvidar lo ocurrido, pero cuando llegaba a la soledad de su habitación, todo volvía, y el dolor aparecía, y con más razón aquel día, en el cual iba a finiquitar su relación con Abel.
Llegó al juzgado, acompañada de sus padres. Él apareció solo, luciendo un traje negro, y una camisa blanca, como si fuera a un funeral.
Malú también iba enfundada en un vestido negro, en corte recto.
Ambos se miraron a los ojos, y de nuevo sus corazones hablaron por sí mismos.
Cada uno pasó a la sala de audiencia. El juez a cargo leyó el acta. Malú elevó una de sus cejas cuando escuchó que su marido le dejaba la finca, en la cual vivieron juntos, y que ella tanto deseaba.
—Yo no quiero nada, solo mi libertad —espetó la joven.
Abel se aclaró la voz.
—Yo compré esa finca con el único propósito que ustedes no se expandieran, tú la deseabas y te la entrego, es lo justo —rebatió.
—El dinero no lava tus culpas —susurró ella y lo miró a los ojos—, si no acepto, esto se alargará —resopló—, y yo quiero dar por terminado este matrimonio, así que me quedo con la finca, pero no la usaremos —explicó.
Abel resopló, la miró a los ojos, intentando decirle con la mirada lo mucho que la amaba, y cuanta falta le hacía.
Una vez que llegaron a los debidos acuerdos, el juez les pasó el acta para que cada uno firmara.
La mirada de Malú por unos instantes se cristalizó, se armó de valor y sintiendo como su corazón dolía, estampó su firma, sin observar a Abel, le pasó la hoja.
Él deglutió la saliva con dificultad, su pecho ardió, observó a Malú y varios recuerdos golpearon su mente, como el día que la conoció, desde ese instante quedó flechado.
Dudó en firmar, sin embargo, muy a su pesar, lo hizo, y en un par de minutos aquel matrimonio quedó disuelto.
Un mes después del divorcio María Luisa, estaba por irse a Estados Unidos y laborar en las empresas de sus tíos, cuando Martín la llamó por teléfono.—Hola, bonita, me gustaría verte. ¿Qué te parece si nos encontramos hoy en la palapa de tu finca? —cuestionó.Malú suspiró profundo al otro lado de la línea.—Acepto —respondió—. En una hora nos vemos allá.En esos meses Martín se había ganado la confianza de Malú, se había convertido en su amigo incondicional, su paño de lágrimas.Luego de colgar la llamada se alistó para acudir al encuentro.***Abel había rentado una finca cerca de la Momposina, aunque ya no hablaba con Malú, estar cerca de ella, alegraba su alma entristecida.Aparcó su vehículo frente a la entrada, cuando un chiquillo que jamás había visto apareció:—Señor —dijo agitado el infante—. La señorita Malú, me mandó a darle un recado.Abel elevó ambas cejas su corazón rugió al escuchar el nombre de ella.—¿Qué recado? —indagó con curiosidad.—Quiere verlo en una hora en los
María Luisa se removía entre sueños, en su pesadilla, veía a Abel, carcajeando. Escuchaba risas, murmullos, lo vio alejarse y luego se vio así misma envuelta en llamas. —¡No! —gritó y despertó sudando; se sentó de golpe percibiendo que todo daba vueltas a su alrededor. Percibía un agudo dolor de cabeza, todo era confuso. —¿En dónde estoy? —cuestionó.De pronto la puerta de la alcoba se abrió, intentó enfocar su vista en esa persona, pero todo era obscuridad. —Tranquila bonita —escuchó en la voz de un hombre—, estás a salvo, te rescaté del fuego. Hubo un incendio. María Luisa intentó pensar con claridad, no lograba poner en orden sus ideas.—Estoy confundida. —Miró al hombre y lo reconoció. —¿Martín? ¿Qué hago aquí? ¿En dónde estoy? —cuestionó pensativa. Él le acarició las mejillas, la observó con atención. —Tranquila, te rescaté del incendio que Abel provocó —informó. Malú sintió un pinchazo en el pecho, entonces recordó todo: el fuego, ella en medio de las llamaradas, los cafet
Varios días habían pasado desde el fallecimiento de Malú, Abel se hallaba encerrado en la fría celda, desde la penumbra su entristecido corazón no hacía otra cosa que rememorar, los instantes que vivió junto a su mujer. —Todo habría sido tan distinto —susurró con la voz apagada, mirando el techo de la celda—, ahora estaríamos juntos, esperando a nuestro bebé —expresó conteniendo las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos. Sostenía en sus manos en una fotografía de ella. Miraba su azulada mirada llena de resplandor, su amplia sonrisa, su rostro era el más bello que alguna vez contempló en alguna mujer, pero lo que más le encantaba de ella, era su fortaleza, su rebeldía, ese carácter irreverente. —¿Cómo voy a aprender a vivir sin ti? —Se cuestionó. Estiró su mano hacia la fotografía—, ya nada me importa, si no estás a mi lado —aseveró. —¡Zapata! —gritó un guardia con áspera voz—, tu abogada te necesita. Abel guardó bajó el colchón la foto de su amada. Se puso de pie y se acer
Semanas después, llegó el día del juicio. Julia, la madre de Abel, había logrado comunicarse con la señora Duque, aquella charla provocó un acercamiento entre ellas, la historia de la niñez de Abel en aquel pueblo lleno de guerrilleros conmovió a María Paz, sin embargo, las pruebas del incendio lo culpaban de la muerte de su hija. Todos los miembros de la familia Duque llegaron al juzgado. Y se fueron acomodando en las respectivas sillas. Abel salió por una puerta, esposado, vestía un elegante traje gris, y camisa negra, seguía de luto por la muerte de Malú. Observó cómo sus suegros y cuñados lo miraban con reproche. «Soy inocente» dijo en su mente. Una vez que el juez entró, se procedió al juicio. Los hombres que provocaron el incendio, expresaron que semanas antes habían sido contactados por Abel, eso era cierto, pensaba quemar parte de la cosecha y ocasionar pérdidas, pero desistió. —Yo les pedí que no lo hicieran —rugió. —Silencio —respondió el magistrado y golpeó con su maz
Seis meses después.Los días en prisión no habían sido nada fáciles para Abel; sin embargo, aprendió a sobrellevar su destino, pero lo que no sanaba era su alma, el recuerdo de Malú seguía latente como el primer día. —Zapata, te llego esto —indicó un guardia, y le entregó un sobre. Abel arrugó el ceño, se quedó pensativo. Tomó la carta, liberó un suspiro al ver que otra vez se trataba de su antiguo amigo: El padre Teodoro, a quién conocía desde la niñez. «Querido Abel, espero que tus días en prisión, te hayan servido para reflexionar, y hayas comprendido que la venganza solo lastima a quién la busca»Abel leyó aquellas líneas, la barbilla le tembló. Se sentó en la cama, y prosiguió dando lectura a las palabras que el religioso le escribió.En aquel papel le decía que estaba a cargo de un hospital de escasos recursos en Mompox, que había logrado algunos avances, pero requería ayuda.Abel empezó a sacar las fotografías, y las iba mirando una a una, hasta que una en especial captó s
Malú jugaba con los niños del pueblo a lanzar piedras al río. Sonreía con los pequeños, y así no pensaba en los sucesos que la atormentaban.—Hola, cariño —susurró la voz de un hombre, que la tomó de la cintura. —¿Me extrañaste? —indagó.Malú volvió a percibir esa extraña sensación de aversión hacia su esposo, inhaló profundo, fingió sonreír.—Claro, solo que no avisaste qué vendrías —comunicó.—Parece que no te da gusto verme —reclamó él, sintiéndose ofendido.Malú se aclaró la garganta.—Las cosas no son así, me sorprendiste es todo.—Vamos a casa —ordenó él—, anhelo tanto estar junto a mi mujer. —La recorrió de pies a cabeza.Malú percibió un escalofrío, en ocasiones le daba miedo que él, la forzara a cumplir con sus deberes de esposa, siempre le pedía a Dios, porque las cosas no sucedieran de ese modo. Ladeó los labios, y caminó junto a él, no muy feliz.****Un mes había pasado desde el descubrimiento que hizo Abel, no era día de visitas, cuando le informaron que tenía una. Sal
María Luisa caminaba por los fríos pasillos del hospital, de un lado a otro, percibiendo su pecho agitado, ansiaba saber el estado de salud del hombre al que había atropellado. «Pobre forastero, realmente espero que esté bien, pero si mi marido supiera que me he metido en problemas, ¡Me regañará hasta el cansancio!» hablaba consigo misma, mentalmente. «¡No quiero decírselo! Pero si este hombre muere, ¿qué voy a hacer? ¡¿Cuándo saldrá el médico?!»Sus mejillas ardían de ansiedad, así que se refrescó, dándose toquecitos con sus dedos fríos para intentar calmarse.“¡Malú, Mi amor!"Por un momento, la escena que acababa de presenciar se le vino a la mente de repente, cuando aquel desconocido le rozó con los dedos, y sintió un extraño cosquilleo. Sintió que realmente le estaba hablando y que ella era esa mujer: Malú¡«No, no, no! ¡No es posible! ¡Debe estarme confundido con otra persona!»—¡Fátima! La voz del único médico del pueblo, la sobresaltó y la sacó de sus cavilaciones. —¿Cómo
Malú permanecía estática. Cuando sus ojos se encontraron con los de él, su corazón vibró, las palabras de él, la conmovieron tanto, que no lograba reaccionar, ni pronunciar palabra. —Cálmese —solicitó cuando la voz volvió a aparecer en su garganta—, me confunde con otra persona —expresó sin entrar en más detalles, intentó soltarse del agarre de él, pero era inútil, el hombre la sostenía con desesperación.—No vuelvas a alejarte, quédate a mi lado —suplicó él, sin soltarla. Abel intentó sentarse, ansiaba abrazarla, saber que era real, y no un espejismo, pero cuando lo hizo, todo se movió a su alrededor, se agarró la cabeza, y frunció el ceño. —Es usted muy necio —rebatió Malú—, voy a llamar a un médico, no se mueva. Como pudo se soltó del agarre de él, nerviosa y conmovida por aquel extraño encuentro, salió al pasillo, a buscar al médico.****En horas de la tarde Malú no apareció por la habitación de Abel, tenía mucho trabajo con los niños de la casa hogar, que le fue imposible ir