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Capítulo 2: Matrimonio disuelto.

“Perdiste a tu bebé, y no volverás a tener hijos”

Esa frase retumbaba a cada instante en la mente de María Luisa. Había sido dada de alta con aquella fatídica noticia que la dejó totalmente vacía, no solamente había perdido al hombre que amaba, sino también a su hijo. Gracias a la venganza de su marido ahora se había quedado como una planta seca, incapaz de dar fruto.

—Yo no lo sabía —susurró con la garganta seca acariciando su vientre plano, recostada en su antigua habitación de la Momposina—, te hubiera protegido de él, no habría permitido que su venganza te alcanzara —sollozó derrotada.

—¿Cómo te sientes? —indagó su madre, entrando a la alcoba, llevando en sus manos la bandeja con comida.

Malú se quedó en silencio por algunos segundos, luego parpadeó y rompió a llorar.

La mamá de la chica se acercó a ella y la abrazó, le acarició el cabello, y le permitió desahogarse.

—Me siento terrible, tengo el alma rota, y no sé cómo seguir adelante, nunca creí que mi vida se transformaría en esto, y que yo traería la desgracia a mi familia —comunicó gimoteando.

La madre de la joven carraspeó y luego miró a los ojos a su hija.

—No fue tu culpa, no sabías las intenciones de Abel, te enamoraste y no viste más allá —comunicó—, pero siempre has sido una chica fuerte, entiendo que esto es difícil, para ti, y todos, pero te prometo que juntos saldremos adelante.

—Solo deseo divorciarme, y no volver a ver a Abel nunca más, ansío alejarme de todo, estuve hablando con mis tíos, me van a dar empleo en su empresa en Estados Unidos —informó.

La madre de la chica, sonrió.

—Me parece una excelente idea, cuando estés restablecida, prepararemos el viaje. —Abrazó a su hija.

Para toda la familia de Malú, era terrible verla en esas condiciones, ella que siempre fue una chica fuerte, decidida, alegre, y que era capaz de llevarse el mundo por delante, ahora no era ni la sombra de aquella chiquilla irreverente.

Sus hermanos, sus padres, y el resto de la familia intentaban alegrarla, pero nada llenaba el vació y entristecido corazón de María Luisa.

****

Varios días después, Abel se encontraba en medio de una reunión en su empresa, pero su mente divagaba en todo lo sucedido con su esposa.

—¿Nos estás poniendo atención? —gruñó Leticia.

La mujer era su ex pareja, trabajaban juntos, era la abogada de la empresa.

—Estoy distraído. —Se puso de pie—, continúen ustedes —solicitó.

Eduardo negó con la cabeza, y tomó el mando de la junta. Leticia salió tras de Abel y lo siguió hasta su oficina.

—¿Hasta cuándo? —cuestionó gruñendo, enfocando su oscura mirada en él—, ya deja de pensar en esa chiquilla, y céntrate en tu negocio —farfulló apretando los dientes.

Ella lo quería, y le dolía verlo sufriendo por María Luisa.

—¿Fuiste tú la que le ha dicho todo a mi mujer? —cuestionó tomándola de los hombros con fuerza, plantando sus profundos ojos negros en ella.

Leticia se soltó del agarre.

—Sabes bien que yo no hablo con esa mujer, me dejó claro que me quería a kilómetros de su vida —enfatizó encogiendo sus hombros.

Abel sacudió su cabeza, y abandonó la empresa, subió al jeep, y emprendió marcha directo a la hacienda la Momposina.

****

Abel detuvo su auto en la entrada de la hacienda.  Observó que los agentes de seguridad para su buena suerte estaban distraídos, alimentándose, aprovechó ese instante para colarse como un ladrón en el interior de la Momposina.

Caminaba sigiloso y de pronto su corazón se detuvo al escuchar la voz de su amigo Martín, y la de su esposa. Alzó una ceja, sorprendido.

«¿Qué hacía Martín charlando con su mujer?» se cuestionó y se acercó más sin dejarse ver.

Lo que escuchó a continuación, provocó que la sangre reverberara por sus venas.

«Sabes que siempre vas a contar conmigo, bonita» oyó en la voz de Martín.

—¿Desde cuándo este infeliz tiene tanta confianza con mi mujer? —cuestionó susurrando en voz baja, apretando los puños, resoplando agitado.

Se aproximó unos pasos más, y observó como Martín alargaba sus asquerosas manos y las colocaba en las mejillas de María Luisa, eso aumentó su furia, no se contuvo más.

—Pero ¿qué está pasando aquí? —cuestionó rugiendo. —¡Cómo te atreves a tocar a mi esposa de manera tan íntima! —bramó Abel ingresando de un solo golpe a la palapa.

Las miradas llenas de sorpresa de Malú y Martín lo alertaron, las pupilas se le dilataron y la vena de su frente saltó, al ver la cercanía entre su falso amigo y su mujer.

Martín se puso de pie, y lo encaró, se paró frente a él, estaba por refutar, pero Abel, le ganó.

—¡No me digas que estás enamorado de mi mujer! —vociferó. —¡Tú me traicionaste!

Abel estaba muy furioso, apuntó con sus dedos a la nariz de su amigo Martin.

Martin, en vez de contradecir, bajo su cabeza, con su boca callada. Porque lo que Abel decía era cierto. Estaba enamorado de Malú silenciosamente desde el día que la conoció.

No te hagas el tonto Martin —gritó Abel bramando. —¿Dime que realmente estás enamorado de mi esposa?

Abel empujó a su amigo con rabia, agarrándolo por el cuello y casi levantándolo.

Martin plantó su mirada llena de ira en él. Malú al ver que se iba a armar una batalla campal entre ambos, intervino.

¿Estás loco? ¿Qué haces aquí? —interrumpió María Luisa observando a Abel con profundo resentimiento.

—Necesitamos hablar —expuso con suavidad, mirándola con ternura. Su corazón se agitó al ver el semblante lleno de tristeza de su esposa.

—No tengo nada que charlar contigo —espetó con seriedad, lo observó con discreción, y notó que él se veía desmejorado, más flaco, triste.

Cuando sus ojos se encontraron los corazones de ambos, se agitaron.

Martín al notarlo, se paró en frente de María Luisa.

—Ya escuchaste, ella no quiere verte.

—¡No te metas! —rugió Abel y lo empujó.

Martín reaccionó, y lanzó un puño al rostro de Abel.

Abel iba a reaccionar.

—¡Basta! —gritó Malú, se aproximó a Martín—, por favor ándate, déjame a solas con Abel —solicitó.

El hombre arrugó el ceño y apretó los puños.

—No quiero dejarte con él.

—¡Ya la escuchaste! —espetó Abel.

«Me las vas a pagar, Malú será solo mía» sentenció en su mente. Miró altivo a Abel, y salió de la palapa.

—¿Qué quieres? ¿Cómo te atreves a interrumpir así? —rugió María Luisa, mirándolo a los ojos altiva, aunque sus ojos se veían tristes.

Abel deglutió la saliva con dificultad, parpadeó.

—Lamento mucho lo ocurrido —carraspeó percibiendo un profundo ardor en su pecho—, no quise lastimarte, ni que te cayeras, y menos que perdieras a nuestro bebé —musitó con la voz trémula.

Los labios de Malú temblaron, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—No volveré a tener hijos —susurró, se abrazó a sí misma y empezó a temblar rompiendo en llanto.

El corazón de Abel se achicó al verla, no pudo contenerse, y la abrazó, la rodeó con sus brazos y también sollozó con ella, compartiendo el dolor que los embargaba a ambos. No hablaron, solo se desahogaron por varios minutos.

—Hice una promesa —susurró él, sosteniéndola aún en sus brazos.

Malú reaccionó y se separó de su lado, caminó varios pasos, poniendo distancia entre ambos.

—Arreglaré el daño que causé, te dejaré ser feliz, y…—Inhaló profundo—, lo voy a cumplir.

—Me parece bien —respondió ella, limpiándose las lágrimas de su rostro—, firmaremos el divorcio, y cada quien por su lado.

Las palabras de Malú dolieron, parecía tan fácil decir que cada quién tomara su rumbo, pero en realidad no era así. Ambos se amaban, pero las heridas eran profundas.

—Siempre serás el amor de mi vida —aseguró Abel, y salió de la palapa con el corazón hecho trizas.

Malú se dejó caer en un mullido mueble y sollozó.

—Quisiera odiarte y no puedo —susurró. —¿Por qué tenías que arruinarlo todo? —sollozó.

****

Un mes después, María Luisa, retomó sus actividades en la empresa de la familia, trabaja día y noche buscando de esa forma, olvidar lo ocurrido, pero cuando llegaba a la soledad de su habitación, todo volvía, y el dolor aparecía, y con más razón aquel día, en el cual iba a finiquitar su relación con Abel.

Llegó al juzgado, acompañada de sus padres. Él apareció solo, luciendo un traje negro, y una camisa blanca, como si fuera a un funeral.

Malú también iba enfundada en un vestido negro, en corte recto.

Ambos se miraron a los ojos, y de nuevo sus corazones hablaron por sí mismos.

Cada uno pasó a la sala de audiencia. El juez a cargo leyó el acta. Malú elevó una de sus cejas cuando escuchó que su marido le dejaba la finca, en la cual vivieron juntos, y que ella tanto deseaba.

—Yo no quiero nada, solo mi libertad —espetó la joven.

Abel se aclaró la voz.

—Yo compré esa finca con el único propósito que ustedes no se expandieran, tú la deseabas y te la entrego, es lo justo —rebatió.

—El dinero no lava tus culpas —susurró ella y lo miró a los ojos—, si no acepto, esto se alargará —resopló—, y yo quiero dar por terminado este matrimonio, así que me quedo con la finca, pero no la usaremos —explicó.

Abel resopló, la miró a los ojos, intentando decirle con la mirada lo mucho que la amaba, y cuanta falta le hacía.

Una vez que llegaron a los debidos acuerdos, el juez les pasó el acta para que cada uno firmara.

La mirada de Malú por unos instantes se cristalizó, se armó de valor y sintiendo como su corazón dolía, estampó su firma, sin observar a Abel, le pasó la hoja.

Él deglutió la saliva con dificultad, su pecho ardió, observó a Malú y varios recuerdos golpearon su mente, como el día que la conoció, desde ese instante quedó flechado.

Dudó en firmar, sin embargo, muy a su pesar, lo hizo, y en un par de minutos aquel matrimonio quedó disuelto.

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