Cuando el odio llega a cierto nivel, la mirada que quiere matar se hace imposible de disfrazar.—Trabajó aquí durante décadas, —contestó Álvaro—. De niño, me ayudó varias veces.Frunció el ceño e intentó tocar la mejilla de Gabriela.—¿Por qué me miras así?Ella esquivó su mano y, sin responder, se volvió hacia el cuerpo de Florencio en el piso. Luego se dio la vuelta, intentando calmarse.«¡Cálmate, Gabriela!», se dijo.Antes de hablar con Mattheo, no podía delatar su desconfianza.—Cuñada… —Cintia la siguió. Tenía problemas para caminar y no lograba alcanzarla con facilidad.—¿Siguen sin arreglar las cámaras de seguridad, cierto? —soltó Gabriela.—Ayer por la tarde quedaron listas, pero la zona del jardín casi no se graba. Desde que el abuelo murió, no se cuida esa parte. Los dos viejos equipos no cubren mucho.—Entiendo.Si alguien decidió deshacerse de Florencio, no dejaría rastros.—¿Estás bien? —Cintia notó la inquietud de Gabriela.—Tengo hambre, —dijo ella, y se fue con paso rá
«¿Me mostrará?»Gabriela bajó la mirada. «Con el poder que tiene Álvaro, ¿qué no podría falsificar un informe forense?», pensó.Se apartó de él y se acercó al lavabo para enjuagarse la boca y lavarse la cara. No pudo comer ni un bocado más de desayuno: cada vez que intentaba dar un sorbo o llevarse algo a la boca, el estómago se le revolvía. Vomitó siete u ocho veces en la mañana, y eso a Álvaro le puso los nervios de punta.Sin más remedio, llamó a Alicia, aunque estuviera de vacaciones. Ella llegó sin protestar.—Antes no vomitaba casi nada. Hoy, en cambio, lleva ocho veces, —se quejó Álvaro, con el ceño fruncido—. Le propuse ir al hospital, pero no quiere.—Eso es normal en el embarazo, —sonrió Alicia—. Parece que entró en la etapa de las náuseas. No te preocupes. Voy a buscarle algo que sí le apetezca comer.Álvaro la escuchó y, para sus adentros, pensó: «Feliciana resultó una pequeña bribona... y yo que creí que se estaba portando bien.» Y enseguida se le ocurrió otra idea molesta
Tras escuchar esas explicaciones tan mediocres, Kian sentía que la ira lo consumía.Al caer la tarde, su desesperación y nerviosismo se transformaron en una preocupación cada vez más seria.Sus «informantes», o «ratoncitos» como solía llamarlos, revisaron todas las cámaras alrededor del Hospital Serrano Verde. Incluso consiguieron grabaciones de las cámaras de autos que habían pasado cerca, pero no lograron encontrar el menor rastro de Noelia.Era como si hubiera desaparecido dentro del propio hospital.Para Kian, solo había dos posibilidades:1. Noelia seguía oculta en algún rincón del Hospital Serrano Verde.2. Alguien la estaba ayudando desde las sombras, alguien con amplio conocimiento de la zona, de los caminos y de los puntos de vigilancia, que la había sacado sin dejar huella.Fuera cual fuera la respuesta, nada de eso traía buenas noticias.Agotado y sin una pista clara, Kian decidió regresar a la mansión. Encontró a Álvaro acompañando a Gabriela mientras veían las noticias.—S
—¿Por qué habría de temerle a ella? ¿Crees que el señor la valora de verdad? Si de veras le importara, no pondría a la hija ilegítima de los Saavedra a cargo de todo. ¡Está clarísimo que el señor piensa que esa muda vale menos que una simple bastarda!—Bueno… visto así, tal vez tengas razón. —La otra muchacha se quedó pensativa un instante.—Bah, ya veremos cuánto le dura la buena suerte a esa.Desviando la conversación, la compañera comentó con un estremecimiento:—Oye, hoy en la noche mejor durmamos juntas. Ese anciano murió de un modo muy raro… ¡me da miedo!Pero la primera empleada no pudo contenerse y volvió a hablar de Gabriela:—¿«Raro»? ¡Si fue culpa de la muda! Le trae mala suerte a todo el mundo. Si no, ¿cómo se explica que sus padres murieran de forma tan sospechosa? Y fue poner un pie en esta casa… y pum, don Eliseo se muere. Ahora la familia Saavedra está hecha pedazos, y todo por esa salada.La otra chica guardó silencio. No coincidía con esas ideas.Sabía que esa señora
De solo imaginarlo, Juan se llevó instintivamente la mano a la mandíbula. Kian continuó:—El señor Álvaro siempre le agradeció a Noelia que una vez le salvara la vida, pero el verdadero amor de su corazón es Gabriela, ¿entiendes?Juan se quedó en blanco unos segundos.—¡Vaya, sí que ha cambiado el jefe! En serio que siempre pensé que tenía un gusto pésimo, entre la esposa muda y la supuesta amante interesada… ¡era obvio que la esposa muda era mejor opción! —bromeó, acercándose más a Kian para que nadie lo oyera.Kian, que ya se sentía agotado por toda la tensión del día, soltó un suspiro de frustración al ver la actitud tan despreocupada de Juan.—Ni es «muda» ni nada —bufó—. ¡Gabriela recuperó la voz hace tiempo! Y no veas cómo sabe responder cuando se enoja…—Ah, sí, me enteré. —Juan dio un par de golpecitos amistosos con el codo en las costillas de Kian—. Parece que últimamente te ha tocado aguantar sus regaños, ¿no?Kian puso los ojos en blanco.—No solo me regaña ella… —Se veía ta
La expresión de Kian cambió de inmediato.—¡Ya lo entiendo! —exclamó, dándose la media vuelta para marcharse—. ¡Al que se atrevió a jugar sucio a mis espaldas, lo voy a hacer polvo!El directivo del hospital observó a Álvaro con el rostro bañado en sudor.—Señor Saavedra…—Ya que estamos aquí —dijo Álvaro, con un timbre gélido—, quiero ver a mi tío.Evidentemente, había problemas en el Hospital Serrano Verde.Y si Noelia estaba relacionada, no se podía descartar que alguien estuviera moviéndose en contra de Álvaro.Se acordó entonces de su tío Mattheo, capaz de todo.Incluso encerrado en ese sitio, había estado a punto de causar la muerte de la esposa de Álvaro y, en los últimos dos años, no cesaba de tenderle trampas.Hasta que Álvaro no confirmara con sus propios ojos que su tío seguía bajo control, no se quedaría tranquilo.Mattheo no estaba en aquel edificio.La zona en la que lo albergaban tenía un nivel de seguridad mucho mayor, tan estricto que, supuestamente, ni una mosca podía
Tres años después de su matrimonio, Gabriela García se encontraba en la sala de obstetricia del hospital cuando, inesperadamente, vio a Álvaro Saavedra, su esposo, a quien no había visto en tres meses. Él no estaba solo. A su lado, iba su amante.La mujer, delicada y encantadora, tenía un rostro que podría haber sido el reflejo distorsionado de Gabriela, como si alguien hubiese mezclado sus rasgos en un 50 o 60 por ciento. Era Noelia García, la impostora que durante dieciséis años había vivido la vida de Gabriela.Medio año antes, Gabriela había comenzado a sospechar que Álvaro tenía a otra mujer, pero jamás habría imaginado que esa mujer sería Noelia. Aunque, en el fondo, tal vez no era tan sorprendente. Después de todo, en los círculos de la alta sociedad, todos sabían que el amor de Álvaro siempre había sido su amiga de la infancia: Noelia. Y ella, Gabriela, había sido el ángel caído que irrumpió para destruir aquella pareja perfecta.El corazón de Gabriela, que había soportado tant
Teatro Principal de la Ciudad Midred.Un hombre alto, envuelto en la frialdad del invierno, permanecía inmóvil en la penumbra, su mirada indescifrable clavada en el escenario. Allí, una deslumbrante y única Cisne Negro capturaba cada alma presente.El Cisne Negro era ágil, seductora, una sombra viviente de misterio. Cada movimiento suyo irradiaba una magia que hechizaba a quienes la observaban, despertando en ellos un deseo casi primitivo de poseerla, de consumir hasta el último destello de su ser.Cuando la presentación llegó a su punto final, el hombre apartó la vista, su rostro sombrío como una noche sin luna. Con pasos largos y decididos, se encaminó hacia el backstage, dejando atrás el resplandor del escenario.***Al concluir la función, Gabriela sintió un dolor sordo en la cintura, como una advertencia silenciosa de su cuerpo. Pero se mantuvo firme, dominando el dolor con la misma disciplina que había forjado en años de entrenamiento. Con una despedida perfecta, realizó su rever