Un sentimiento extraño lo invadió: «Así que, cuando no estoy, ella logra comer…» pensó con un leve escozor, especulando si quizá el bebé que crecía en su vientre tenía algo en contra de él.—Está bien —Cintia no preguntó más detalles.Tras colgar, continuó su camino.Para volver desde el Hospital Serrano Verde, debía pasar cerca de la finca de la familia.Entonces pensó en recoger un poco de fideos con mariscos —el platillo favorito de Gabriela— y llevárselos como sorpresa.Al llegar a la propiedad, recordó que había estado con Mattheo, un encuentro que siempre le resultaba de lo más desagradable, así que decidió subir a darse una ducha rápida y cambiarse de ropa antes de volver a casa.Mientras se cambiaba, recordó la colección de ropa que había adquirido para ella, parte de una edición especial de Año Nuevo que Gabriela aún no había usado.Fue a la habitación de Gabriela, escogió dos conjuntos y los metió en una bolsa.Justo cuando se disponía a marcharse, sus ojos se posaron en el a
Álvaro frunció el ceño. No recordaba haberse tomado jamás una foto así con Gabriela. Además, en la imagen ambos parecían adolescentes. «¿Cómo es posible?», se preguntó.Mientras intentaba entender la fotografía, notó que Gabriela llevaba algo en el cuello. Amplió la imagen y se quedó helado al ver de qué se trataba: era un collar con ópalo de fuego, muy parecido al que él mismo había diseñado para Gabriela. Supuestamente, Noelia lo había extraviado antes de que él y Gabriela se casaran y regresaran al país.Deslizó el dedo para fijarse en aquel «Álvaro» de la foto. El joven no miraba a la cámara; tenía la cabeza ladeada, con la mirada baja, posada en la muchacha que se recostaba en su hombro. Esa expresión de ternura y devoción… era difícil de describir, pero el cariño desbordaba incluso en la fotografía.Por un instante, un pensamiento tan perturbador como imposible se apoderó de Álvaro: ese de la foto no era él. Nunca se había permitido a sí mismo esa clase de cercanía con Gabriela e
En aquel entonces, guiado por lo que Noelia le había dicho, Álvaro había creído que Gabriela solo estaba fingiendo ante la familia…Pero ahora, un pensamiento terriblemente perturbador lo asaltó: ¿y si sus lágrimas y esa reacción tan intensa se debieron a que estaba viendo el rostro de Emiliano, su amor muerto?¿Había más indicios?Claro que sí.Había muchos.Estaba la forma en que Gabriela siempre lo miraba con un cariño desbordante, cómo lo perdonaba y aceptaba incondicionalmente sin importar lo que hiciera. Las veces en que asumía, erróneamente, que a él le gustaba algún sabor o color en particular. Y también… que a ella no le encantaban sus atuendos elegantes.Con los dedos temblorosos, Álvaro volvió a abrir la foto. El joven de la imagen vestía ropa fresca y cómoda, y recordó cómo Gabriela, en el pasado, también había intentado comprarle prendas muy parecidas.Y aquella cadena…Recordó la vez que Gabriela recibió el collar que él diseñó para ella. Se alegró de forma casi infantil,
Generalmente, los movimientos de Álvaro se clasificaban en tres tipos:Actividades públicas que terminaban en las noticias.Asuntos confidenciales, conocidos solo por el círculo interno.Un itinerario estrictamente privado, del que casi nadie sabía. Algo que él solo había utilizado a principios de año, cuando sucedió lo de Noelia.—Entendido. Puede usar la identidad 3-9 para su viaje —asintió Laura, sin hacer más preguntas. Tan solo le recordó—: Aun si el accidente no fue grave, le aconsejo hacerse un chequeo completo antes de marcharse. A veces hay lesiones internas que no se detectan de inmediato.Cuando Laura llegó al hospital, Álvaro ya se había ido.—El señor Saavedra solo tenía un leve golpe en la cabeza. Le hicimos una tomografía y salió todo normal. Luego de que le curamos la herida en la frente, se marchó con prisa —le explicó el subdirector del hospital, entregándole el informe.—Gracias por su ayuda —respondió ella, hojeando rápidamente los resultados. Efectivamente, no habí
Después de comer, decidió pasear por el jardín para despejarse. Apenas empezó a caminar, recibió la llamada de un número desconocido, sin registro de procedencia. De inmediato supuso que podría tratarse de la misma persona misteriosa y contestó a toda prisa.—¿Te encuentras bien? —preguntó, con el corazón encogido.Hubo un instante de silencio. Luego, una voz cansada pero amable respondió:—La verdad… no muy bien.Gabriela parpadeó, sorprendida.—¿Doctor Zambrano?—Sí, soy yo. Feliz Año Nuevo —murmuró Cristóbal con un tono apagado.Para Gabriela, oír la voz de Cristóbal en ese preciso momento resultaba tan inquietante como si hubiera sido aquella otra persona.—¿Sucede algo? —indagó, con cautela.Cristóbal guardó silencio unos segundos.—Esta semana me han tratado como un producto en oferta. Mi padre y mi hermano mayor me han programado cita tras cita con chicas «adecuadas» para casarme.Gabriela, sin saber qué decir, se quedó callada.Cristóbal guardó silencio unos instantes más, hast
Recordó que, desde el principio, se había mostrado muy discreta cada vez que visitaba la casa Saavedra, con el propósito de no crear conflictos… Quizá eso había hecho pensar a algunos que era alguien fácil de menospreciar.—Que baje —ordenó con calma, dirigiéndose al mayordomo mientras se encaminaba hacia el interior de la mansión.Alicia estaba tan nerviosa que casi quería revisar a Gabriela desde la punta del cabello hasta los talones, asegurándose de que no tuviera ni un rasguño. El mayordomo, por su parte, alzó la vista hacia la terraza y encontró a Lola—su sobrina lejana—mirando con un gesto de insolencia. Llevaba cinco años trabajando para la familia Saavedra y, amparada en el parentesco con él, a veces se comportaba de forma altanera. Sin embargo, jamás había causado un incidente que pusiera en riesgo a los señores de la casa.—¡No fue mi culpa! —masculló Lola, cruzándose de brazos—. Ella es la de la mala suerte; ¡con tal de ponerse donde no debe, hasta el macetero quiso caerle
«¿No que antes de casarnos era virgen?» se dijo para sí con un toque irónico.—¡Eres de lo peor! ¡Qué desvergüenza! —Alicia, pálida de coraje, arremetió—. ¿En serio crees que mi señor Álvaro podría fijarse en alguien como tú? ¿Acaso no tienes un espejo? Si no, puedes usar un poco de tu propia orina para reflejarte y ver lo ridícula que eres. ¿Te crees que estás a la altura de mi señora Gabriela?La sirvienta, al notar que Gabriela guardaba silencio, pensó que realmente la había afectado con su insinuación. La expresión de orgullo en su rostro creció… pero no duró mucho.—Si crees que te despido por haberte metido en la cama de Álvaro, pues bien, digámoslo así a todo el mundo —soltó Gabriela con frialdad.Lola abrió los ojos, sin poder ocultar su inquietud. Enseguida comprendió el sentido de esa amenaza: si se corría el rumor de que la habían despedido por acostarse con el señor de la casa, ninguna familia importante la contrataría jamás. Y lo cierto era que los grandes apellidos detest
Gabriela observó con detenimiento a la joven sirvienta. Reconoció que siempre había sido de fijarse en el físico de la gente, y por más vueltas que le daba, no entendía en qué podría basarse el supuesto encanto de Lola para que Álvaro decidiera, a la primera vista, encargarle algo tan serio como tener un hijo. Máxime cuando Álvaro solía ser exquisitamente exigente con las personas.—Seamos francos: Álvaro está vivo y coleando. ¿No te da miedo que yo lo llame y le cuente todo para que te confronte? —preguntó Gabriela, con una nota de sarcasmo en la voz.—¡Se lo juro, es la verdad! —insistió Lola, cada vez más agitada.Gabriela, sin más, le dio la espalda:—Tramita el despido de la forma habitual. Que reciba la indemnización que corresponda y se vaya —sentenció, negándose a seguir escuchando las súplicas de la muchacha.Alicia, que hasta entonces se había mantenido vigilante, no pudo evitar dibujar una leve sonrisa de alivio. Al principio había temido que Gabriela se ablandara, sobre tod