—Lo sé… —asintió Laura con una calma impresionante—. Te pedí que salieras para que pudieras respirar. Te estabas conteniendo tanto que casi no tomabas aire.Juan dirigió la mirada hacia ella y, de pronto, soltó una risa amarga.—Laura, aunque el mundo se nos viniera encima, ¿seguirías con ese tono tan sereno?Laura se quedó pasmada un segundo.—Me lo dices como si fuera un monstruo.En realidad, solo se mostraba tranquila y dueña de sus emociones.—Nada de monstruo… es admirable. ¡Voy a aprender de ti! —respondió Juan, tomando un par de bocanadas de aire para calmarse.Dentro de la habitaciónÁlvaro se mantenía de pie, a los pies de la cama.Desde allí, contemplaba a Mattheo con la mirada fría.Tal como había informado el personal del hospital, la vida de Mattheo dependía por completo de aquellas máquinas costosas; era evidente que no tenía forma de causar más estragos.Pero entonces, ¿quién se había llevado a Noelia?A diferencia de Juan, ver a Mattheo en semejante estado no le produc
Un sentimiento extraño lo invadió: «Así que, cuando no estoy, ella logra comer…» pensó con un leve escozor, especulando si quizá el bebé que crecía en su vientre tenía algo en contra de él.—Está bien —Cintia no preguntó más detalles.Tras colgar, continuó su camino.Para volver desde el Hospital Serrano Verde, debía pasar cerca de la finca de la familia.Entonces pensó en recoger un poco de fideos con mariscos —el platillo favorito de Gabriela— y llevárselos como sorpresa.Al llegar a la propiedad, recordó que había estado con Mattheo, un encuentro que siempre le resultaba de lo más desagradable, así que decidió subir a darse una ducha rápida y cambiarse de ropa antes de volver a casa.Mientras se cambiaba, recordó la colección de ropa que había adquirido para ella, parte de una edición especial de Año Nuevo que Gabriela aún no había usado.Fue a la habitación de Gabriela, escogió dos conjuntos y los metió en una bolsa.Justo cuando se disponía a marcharse, sus ojos se posaron en el a
Álvaro frunció el ceño. No recordaba haberse tomado jamás una foto así con Gabriela. Además, en la imagen ambos parecían adolescentes. «¿Cómo es posible?», se preguntó.Mientras intentaba entender la fotografía, notó que Gabriela llevaba algo en el cuello. Amplió la imagen y se quedó helado al ver de qué se trataba: era un collar con ópalo de fuego, muy parecido al que él mismo había diseñado para Gabriela. Supuestamente, Noelia lo había extraviado antes de que él y Gabriela se casaran y regresaran al país.Deslizó el dedo para fijarse en aquel «Álvaro» de la foto. El joven no miraba a la cámara; tenía la cabeza ladeada, con la mirada baja, posada en la muchacha que se recostaba en su hombro. Esa expresión de ternura y devoción… era difícil de describir, pero el cariño desbordaba incluso en la fotografía.Por un instante, un pensamiento tan perturbador como imposible se apoderó de Álvaro: ese de la foto no era él. Nunca se había permitido a sí mismo esa clase de cercanía con Gabriela e
En aquel entonces, guiado por lo que Noelia le había dicho, Álvaro había creído que Gabriela solo estaba fingiendo ante la familia…Pero ahora, un pensamiento terriblemente perturbador lo asaltó: ¿y si sus lágrimas y esa reacción tan intensa se debieron a que estaba viendo el rostro de Emiliano, su amor muerto?¿Había más indicios?Claro que sí.Había muchos.Estaba la forma en que Gabriela siempre lo miraba con un cariño desbordante, cómo lo perdonaba y aceptaba incondicionalmente sin importar lo que hiciera. Las veces en que asumía, erróneamente, que a él le gustaba algún sabor o color en particular. Y también… que a ella no le encantaban sus atuendos elegantes.Con los dedos temblorosos, Álvaro volvió a abrir la foto. El joven de la imagen vestía ropa fresca y cómoda, y recordó cómo Gabriela, en el pasado, también había intentado comprarle prendas muy parecidas.Y aquella cadena…Recordó la vez que Gabriela recibió el collar que él diseñó para ella. Se alegró de forma casi infantil,
Tres años después de su matrimonio, Gabriela García se encontraba en la sala de obstetricia del hospital cuando, inesperadamente, vio a Álvaro Saavedra, su esposo, a quien no había visto en tres meses. Él no estaba solo. A su lado, iba su amante.La mujer, delicada y encantadora, tenía un rostro que podría haber sido el reflejo distorsionado de Gabriela, como si alguien hubiese mezclado sus rasgos en un 50 o 60 por ciento. Era Noelia García, la impostora que durante dieciséis años había vivido la vida de Gabriela.Medio año antes, Gabriela había comenzado a sospechar que Álvaro tenía a otra mujer, pero jamás habría imaginado que esa mujer sería Noelia. Aunque, en el fondo, tal vez no era tan sorprendente. Después de todo, en los círculos de la alta sociedad, todos sabían que el amor de Álvaro siempre había sido su amiga de la infancia: Noelia. Y ella, Gabriela, había sido el ángel caído que irrumpió para destruir aquella pareja perfecta.El corazón de Gabriela, que había soportado tant
Teatro Principal de la Ciudad Midred.Un hombre alto, envuelto en la frialdad del invierno, permanecía inmóvil en la penumbra, su mirada indescifrable clavada en el escenario. Allí, una deslumbrante y única Cisne Negro capturaba cada alma presente.El Cisne Negro era ágil, seductora, una sombra viviente de misterio. Cada movimiento suyo irradiaba una magia que hechizaba a quienes la observaban, despertando en ellos un deseo casi primitivo de poseerla, de consumir hasta el último destello de su ser.Cuando la presentación llegó a su punto final, el hombre apartó la vista, su rostro sombrío como una noche sin luna. Con pasos largos y decididos, se encaminó hacia el backstage, dejando atrás el resplandor del escenario.***Al concluir la función, Gabriela sintió un dolor sordo en la cintura, como una advertencia silenciosa de su cuerpo. Pero se mantuvo firme, dominando el dolor con la misma disciplina que había forjado en años de entrenamiento. Con una despedida perfecta, realizó su rever
Álvaro soltó una risa sarcástica, asintiendo con un «de acuerdo» antes de dirigirse hacia la puerta.Era un hombre alto, de hombros anchos y cintura estrecha. Gabriela lo observó mientras se alejaba, pero en su mente, la figura que veía era la del joven alto y delgado que apenas recordaba. El dolor que había permanecido adormecido comenzó a aflorar, agudo y punzante.De repente, Álvaro se detuvo en la puerta y giró la cabeza hacia ella.—Gabriela —dijo con un tono frío—. Ya no estoy bajo el control de mi abuelo Octavio, así que no tendrás una segunda oportunidad. Tú pediste este divorcio, así que si te arrepientes después, no vayas a molestar a Noelia. Ya has causado suficiente daño.Álvaro siempre había sido consciente del amor intenso de Gabriela por él. En su vida, tan desprovista de todo, no había más que danza… y él. Estaba convencido de que las acciones de Gabriela en este momento no eran más que una reacción impulsiva provocada por la aparición de Noelia. Una vez que se calmara,
Colomba, que la había criado como su propia hija, captó de inmediato lo que pasaba.La familia García había venido a buscar a Gabriela seis meses después de la muerte de Emiliano Martínez. Aunque le dolía desprenderse de ella, ver cómo Gabriela no podía aceptar la muerte de Emiliano, cómo no comía ni dormía, y la desesperación con la que lo buscaba por todas partes, hizo que Colomba temiera que ella no sobreviviría si seguía así.Todos decían que, de continuar así, Gabriela no resistiría mucho más tiempo. Colomba pensó que, tal vez, un nuevo ambiente y una nueva familia la ayudarían a superar ese dolor.Por eso aceptó el dinero de la familia García y la envió a Midred.Poco después, Colomba escuchó rumores sobre un compromiso matrimonial. Sabía que Gabriela amaba profundamente a Emiliano, y que en tan poco tiempo sería incapaz de aceptar a otra persona. Temiendo que alguien forzara a su niña a casarse por interés, se apresuró a ir a Midred.Allí fue donde vio a Álvaro Saavedra, que aca