De solo imaginarlo, Juan se llevó instintivamente la mano a la mandíbula. Kian continuó:—El señor Álvaro siempre le agradeció a Noelia que una vez le salvara la vida, pero el verdadero amor de su corazón es Gabriela, ¿entiendes?Juan se quedó en blanco unos segundos.—¡Vaya, sí que ha cambiado el jefe! En serio que siempre pensé que tenía un gusto pésimo, entre la esposa muda y la supuesta amante interesada… ¡era obvio que la esposa muda era mejor opción! —bromeó, acercándose más a Kian para que nadie lo oyera.Kian, que ya se sentía agotado por toda la tensión del día, soltó un suspiro de frustración al ver la actitud tan despreocupada de Juan.—Ni es «muda» ni nada —bufó—. ¡Gabriela recuperó la voz hace tiempo! Y no veas cómo sabe responder cuando se enoja…—Ah, sí, me enteré. —Juan dio un par de golpecitos amistosos con el codo en las costillas de Kian—. Parece que últimamente te ha tocado aguantar sus regaños, ¿no?Kian puso los ojos en blanco.—No solo me regaña ella… —Se veía ta
La expresión de Kian cambió de inmediato.—¡Ya lo entiendo! —exclamó, dándose la media vuelta para marcharse—. ¡Al que se atrevió a jugar sucio a mis espaldas, lo voy a hacer polvo!El directivo del hospital observó a Álvaro con el rostro bañado en sudor.—Señor Saavedra…—Ya que estamos aquí —dijo Álvaro, con un timbre gélido—, quiero ver a mi tío.Evidentemente, había problemas en el Hospital Serrano Verde.Y si Noelia estaba relacionada, no se podía descartar que alguien estuviera moviéndose en contra de Álvaro.Se acordó entonces de su tío Mattheo, capaz de todo.Incluso encerrado en ese sitio, había estado a punto de causar la muerte de la esposa de Álvaro y, en los últimos dos años, no cesaba de tenderle trampas.Hasta que Álvaro no confirmara con sus propios ojos que su tío seguía bajo control, no se quedaría tranquilo.Mattheo no estaba en aquel edificio.La zona en la que lo albergaban tenía un nivel de seguridad mucho mayor, tan estricto que, supuestamente, ni una mosca podía
—Lo sé… —asintió Laura con una calma impresionante—. Te pedí que salieras para que pudieras respirar. Te estabas conteniendo tanto que casi no tomabas aire.Juan dirigió la mirada hacia ella y, de pronto, soltó una risa amarga.—Laura, aunque el mundo se nos viniera encima, ¿seguirías con ese tono tan sereno?Laura se quedó pasmada un segundo.—Me lo dices como si fuera un monstruo.En realidad, solo se mostraba tranquila y dueña de sus emociones.—Nada de monstruo… es admirable. ¡Voy a aprender de ti! —respondió Juan, tomando un par de bocanadas de aire para calmarse.Dentro de la habitaciónÁlvaro se mantenía de pie, a los pies de la cama.Desde allí, contemplaba a Mattheo con la mirada fría.Tal como había informado el personal del hospital, la vida de Mattheo dependía por completo de aquellas máquinas costosas; era evidente que no tenía forma de causar más estragos.Pero entonces, ¿quién se había llevado a Noelia?A diferencia de Juan, ver a Mattheo en semejante estado no le produc
Un sentimiento extraño lo invadió: «Así que, cuando no estoy, ella logra comer…» pensó con un leve escozor, especulando si quizá el bebé que crecía en su vientre tenía algo en contra de él.—Está bien —Cintia no preguntó más detalles.Tras colgar, continuó su camino.Para volver desde el Hospital Serrano Verde, debía pasar cerca de la finca de la familia.Entonces pensó en recoger un poco de fideos con mariscos —el platillo favorito de Gabriela— y llevárselos como sorpresa.Al llegar a la propiedad, recordó que había estado con Mattheo, un encuentro que siempre le resultaba de lo más desagradable, así que decidió subir a darse una ducha rápida y cambiarse de ropa antes de volver a casa.Mientras se cambiaba, recordó la colección de ropa que había adquirido para ella, parte de una edición especial de Año Nuevo que Gabriela aún no había usado.Fue a la habitación de Gabriela, escogió dos conjuntos y los metió en una bolsa.Justo cuando se disponía a marcharse, sus ojos se posaron en el a
Álvaro frunció el ceño. No recordaba haberse tomado jamás una foto así con Gabriela. Además, en la imagen ambos parecían adolescentes. «¿Cómo es posible?», se preguntó.Mientras intentaba entender la fotografía, notó que Gabriela llevaba algo en el cuello. Amplió la imagen y se quedó helado al ver de qué se trataba: era un collar con ópalo de fuego, muy parecido al que él mismo había diseñado para Gabriela. Supuestamente, Noelia lo había extraviado antes de que él y Gabriela se casaran y regresaran al país.Deslizó el dedo para fijarse en aquel «Álvaro» de la foto. El joven no miraba a la cámara; tenía la cabeza ladeada, con la mirada baja, posada en la muchacha que se recostaba en su hombro. Esa expresión de ternura y devoción… era difícil de describir, pero el cariño desbordaba incluso en la fotografía.Por un instante, un pensamiento tan perturbador como imposible se apoderó de Álvaro: ese de la foto no era él. Nunca se había permitido a sí mismo esa clase de cercanía con Gabriela e
En aquel entonces, guiado por lo que Noelia le había dicho, Álvaro había creído que Gabriela solo estaba fingiendo ante la familia…Pero ahora, un pensamiento terriblemente perturbador lo asaltó: ¿y si sus lágrimas y esa reacción tan intensa se debieron a que estaba viendo el rostro de Emiliano, su amor muerto?¿Había más indicios?Claro que sí.Había muchos.Estaba la forma en que Gabriela siempre lo miraba con un cariño desbordante, cómo lo perdonaba y aceptaba incondicionalmente sin importar lo que hiciera. Las veces en que asumía, erróneamente, que a él le gustaba algún sabor o color en particular. Y también… que a ella no le encantaban sus atuendos elegantes.Con los dedos temblorosos, Álvaro volvió a abrir la foto. El joven de la imagen vestía ropa fresca y cómoda, y recordó cómo Gabriela, en el pasado, también había intentado comprarle prendas muy parecidas.Y aquella cadena…Recordó la vez que Gabriela recibió el collar que él diseñó para ella. Se alegró de forma casi infantil,
Tres años después de su matrimonio, Gabriela García se encontraba en la sala de obstetricia del hospital cuando, inesperadamente, vio a Álvaro Saavedra, su esposo, a quien no había visto en tres meses. Él no estaba solo. A su lado, iba su amante.La mujer, delicada y encantadora, tenía un rostro que podría haber sido el reflejo distorsionado de Gabriela, como si alguien hubiese mezclado sus rasgos en un 50 o 60 por ciento. Era Noelia García, la impostora que durante dieciséis años había vivido la vida de Gabriela.Medio año antes, Gabriela había comenzado a sospechar que Álvaro tenía a otra mujer, pero jamás habría imaginado que esa mujer sería Noelia. Aunque, en el fondo, tal vez no era tan sorprendente. Después de todo, en los círculos de la alta sociedad, todos sabían que el amor de Álvaro siempre había sido su amiga de la infancia: Noelia. Y ella, Gabriela, había sido el ángel caído que irrumpió para destruir aquella pareja perfecta.El corazón de Gabriela, que había soportado tant
Teatro Principal de la Ciudad Midred.Un hombre alto, envuelto en la frialdad del invierno, permanecía inmóvil en la penumbra, su mirada indescifrable clavada en el escenario. Allí, una deslumbrante y única Cisne Negro capturaba cada alma presente.El Cisne Negro era ágil, seductora, una sombra viviente de misterio. Cada movimiento suyo irradiaba una magia que hechizaba a quienes la observaban, despertando en ellos un deseo casi primitivo de poseerla, de consumir hasta el último destello de su ser.Cuando la presentación llegó a su punto final, el hombre apartó la vista, su rostro sombrío como una noche sin luna. Con pasos largos y decididos, se encaminó hacia el backstage, dejando atrás el resplandor del escenario.***Al concluir la función, Gabriela sintió un dolor sordo en la cintura, como una advertencia silenciosa de su cuerpo. Pero se mantuvo firme, dominando el dolor con la misma disciplina que había forjado en años de entrenamiento. Con una despedida perfecta, realizó su rever