Cuando Gabriela era muy niña, recuerda que Colomba llevó un documental de vida salvaje al orfanato donde vivía. En un fragmento mostraban a una manada de lobos: el lobo joven se convertía en el nuevo líder, y los lobos fuertes, en señal de sumisión, se echaban al suelo frente a él y exhibían su vientre, la parte más vulnerable de su cuerpo.Colomba les explicó a los niños que, en la naturaleza, enseñar el punto débil era la forma en que algunas especies declaraban su sometimiento.Ahora, varios años después, en la mitad de la noche, Álvaro —consumido por la angustia— le relataba a Gabriela cómo encontró a su madre encerrada en una jaula, tratada casi como un animal. Y mientras él confesaba ese recuerdo con dolor, a Gabriela le vino a la mente la enseñanza de Colomba sobre los animales que se mostraban indefensos ante el líder del grupo.—¿Por qué habría de encerrar a tu mamá? —susurró Gabriela tras unos segundos de silencio.Álvaro negó con la cabeza, y ella dudó de inmediato: ¿Realmen
Pensó que quizá se marcharía de la habitación, pero no. Álvaro se tumbó, la rodeó con sus brazos y la atrajo contra su pecho.—No volveré a impedir que salgas o que disfrutes de tu libertad, —murmuró con la voz quebrada—. Pero te pido que no veas más a Cristóbal. Ese es mi único requisito… y no nos divorciaremos.Gabriela cerró con fuerza los ojos. Sintió cómo las lágrimas brotaban sin que pudiera hacer nada por contenerlas.Gabriela pasó la noche entre sueños extraños y perturbadores.Soñó con un sótano, con una jaula donde parecía haber alguien encerrado.Y al final del sueño, regresó a Mar de Cristal, sentada en el muelle junto a Emiliano, compartiendo un helado.De pronto, él giró el rostro con una expresión inquietante y preguntó:—Dime, ¿me ves como Emiliano o como Álvaro?Gabriela despertó sobresaltada, descubriendo que el sol ya se filtraba por la ventana.Álvaro no estaba a su lado.Tocó el lugar que él había ocupado en la cama: ya se había enfriado, así que probablemente llev
Cuando el odio llega a cierto nivel, la mirada que quiere matar se hace imposible de disfrazar.—Trabajó aquí durante décadas, —contestó Álvaro—. De niño, me ayudó varias veces.Frunció el ceño e intentó tocar la mejilla de Gabriela.—¿Por qué me miras así?Ella esquivó su mano y, sin responder, se volvió hacia el cuerpo de Florencio en el piso. Luego se dio la vuelta, intentando calmarse.«¡Cálmate, Gabriela!», se dijo.Antes de hablar con Mattheo, no podía delatar su desconfianza.—Cuñada… —Cintia la siguió. Tenía problemas para caminar y no lograba alcanzarla con facilidad.—¿Siguen sin arreglar las cámaras de seguridad, cierto? —soltó Gabriela.—Ayer por la tarde quedaron listas, pero la zona del jardín casi no se graba. Desde que el abuelo murió, no se cuida esa parte. Los dos viejos equipos no cubren mucho.—Entiendo.Si alguien decidió deshacerse de Florencio, no dejaría rastros.—¿Estás bien? —Cintia notó la inquietud de Gabriela.—Tengo hambre, —dijo ella, y se fue con paso rá
«¿Me mostrará?»Gabriela bajó la mirada. «Con el poder que tiene Álvaro, ¿qué no podría falsificar un informe forense?», pensó.Se apartó de él y se acercó al lavabo para enjuagarse la boca y lavarse la cara. No pudo comer ni un bocado más de desayuno: cada vez que intentaba dar un sorbo o llevarse algo a la boca, el estómago se le revolvía. Vomitó siete u ocho veces en la mañana, y eso a Álvaro le puso los nervios de punta.Sin más remedio, llamó a Alicia, aunque estuviera de vacaciones. Ella llegó sin protestar.—Antes no vomitaba casi nada. Hoy, en cambio, lleva ocho veces, —se quejó Álvaro, con el ceño fruncido—. Le propuse ir al hospital, pero no quiere.—Eso es normal en el embarazo, —sonrió Alicia—. Parece que entró en la etapa de las náuseas. No te preocupes. Voy a buscarle algo que sí le apetezca comer.Álvaro la escuchó y, para sus adentros, pensó: «Feliciana resultó una pequeña bribona... y yo que creí que se estaba portando bien.» Y enseguida se le ocurrió otra idea molesta
Tres años después de su matrimonio, Gabriela García se encontraba en la sala de obstetricia del hospital cuando, inesperadamente, vio a Álvaro Saavedra, su esposo, a quien no había visto en tres meses. Él no estaba solo. A su lado, iba su amante.La mujer, delicada y encantadora, tenía un rostro que podría haber sido el reflejo distorsionado de Gabriela, como si alguien hubiese mezclado sus rasgos en un 50 o 60 por ciento. Era Noelia García, la impostora que durante dieciséis años había vivido la vida de Gabriela.Medio año antes, Gabriela había comenzado a sospechar que Álvaro tenía a otra mujer, pero jamás habría imaginado que esa mujer sería Noelia. Aunque, en el fondo, tal vez no era tan sorprendente. Después de todo, en los círculos de la alta sociedad, todos sabían que el amor de Álvaro siempre había sido su amiga de la infancia: Noelia. Y ella, Gabriela, había sido el ángel caído que irrumpió para destruir aquella pareja perfecta.El corazón de Gabriela, que había soportado tant
Teatro Principal de la Ciudad Midred.Un hombre alto, envuelto en la frialdad del invierno, permanecía inmóvil en la penumbra, su mirada indescifrable clavada en el escenario. Allí, una deslumbrante y única Cisne Negro capturaba cada alma presente.El Cisne Negro era ágil, seductora, una sombra viviente de misterio. Cada movimiento suyo irradiaba una magia que hechizaba a quienes la observaban, despertando en ellos un deseo casi primitivo de poseerla, de consumir hasta el último destello de su ser.Cuando la presentación llegó a su punto final, el hombre apartó la vista, su rostro sombrío como una noche sin luna. Con pasos largos y decididos, se encaminó hacia el backstage, dejando atrás el resplandor del escenario.***Al concluir la función, Gabriela sintió un dolor sordo en la cintura, como una advertencia silenciosa de su cuerpo. Pero se mantuvo firme, dominando el dolor con la misma disciplina que había forjado en años de entrenamiento. Con una despedida perfecta, realizó su rever
Álvaro soltó una risa sarcástica, asintiendo con un «de acuerdo» antes de dirigirse hacia la puerta.Era un hombre alto, de hombros anchos y cintura estrecha. Gabriela lo observó mientras se alejaba, pero en su mente, la figura que veía era la del joven alto y delgado que apenas recordaba. El dolor que había permanecido adormecido comenzó a aflorar, agudo y punzante.De repente, Álvaro se detuvo en la puerta y giró la cabeza hacia ella.—Gabriela —dijo con un tono frío—. Ya no estoy bajo el control de mi abuelo Octavio, así que no tendrás una segunda oportunidad. Tú pediste este divorcio, así que si te arrepientes después, no vayas a molestar a Noelia. Ya has causado suficiente daño.Álvaro siempre había sido consciente del amor intenso de Gabriela por él. En su vida, tan desprovista de todo, no había más que danza… y él. Estaba convencido de que las acciones de Gabriela en este momento no eran más que una reacción impulsiva provocada por la aparición de Noelia. Una vez que se calmara,
Colomba, que la había criado como su propia hija, captó de inmediato lo que pasaba.La familia García había venido a buscar a Gabriela seis meses después de la muerte de Emiliano Martínez. Aunque le dolía desprenderse de ella, ver cómo Gabriela no podía aceptar la muerte de Emiliano, cómo no comía ni dormía, y la desesperación con la que lo buscaba por todas partes, hizo que Colomba temiera que ella no sobreviviría si seguía así.Todos decían que, de continuar así, Gabriela no resistiría mucho más tiempo. Colomba pensó que, tal vez, un nuevo ambiente y una nueva familia la ayudarían a superar ese dolor.Por eso aceptó el dinero de la familia García y la envió a Midred.Poco después, Colomba escuchó rumores sobre un compromiso matrimonial. Sabía que Gabriela amaba profundamente a Emiliano, y que en tan poco tiempo sería incapaz de aceptar a otra persona. Temiendo que alguien forzara a su niña a casarse por interés, se apresuró a ir a Midred.Allí fue donde vio a Álvaro Saavedra, que aca